Israel obliga a los palestinos a vivir en cuevas cerca de Hebrón

Haroun Abu Aram con sus padres, Rasmi y Farissa, en la cueva donde vive la familia.

Joseph Confavreux (Mediapart)

Masafer Yatta (Cisjordanie) —

Es un aniversario. No es un cumpleaños cualquiera: un cuarto de siglo. Hay globos rojos con las palabras I love you y bebidas, a las cuales más dulces; muchos pasteles, el principal de ellos cubierto con una foto comestible del joven del que se celebra su 25 cumpleaños, sonriendo y acompañado por su madre; y niños jugando alrededor.

Todo podría parecer muy bonito si este cumpleaños no tuviera lugar en una cueva y si el joven al que se homenajea este martes de solsticio de verano no estuviera inmóvil en un colchón en el suelo, con las piernas levantadas por un asiento de plástico. 

Haroun Abu Aram tiene paralizados piernas y brazos desde que una bala disparada por un soldado israelí le atravesara el cuello, saliendo por detrás y dañando irremediablemente su médula espinal. Entre dos amigos tienen que llevarle a una silla de ruedas con el respaldo inclinado para que pueda ver a sus sobrinos cortar la tarta que él no tiene fuerzas de empezar.  

“Nunca pensé que sobreviviría, estaba tirado en un charco de sangre y no se movía", recuerda su madre, Farissa, de 48 años y con siete hijos. “Sobre todo porque luego los soldados dispararon a las ruedas del coche que lo llevaba al hospital.” Tras varias operaciones y diez meses de estancia en diferentes centros médicos, Haroun sigue vivo, pero no puede moverse sin ayuda y tiene grandes dificultades para expresarse. 

Aquel trágico viernes de enero de 2021, Haroun había ido a recoger a su novia –que luego le dejaría– al pequeño pueblo cercano donde solía vender los productos de la modesta granja familiar: algunas verduras y queso de las pocas de ovejas que posee la familia. Iba a pasar el fin de semana con ella donde vive, en una ladera desértica al sur de Hebrón, en la Cisjordania ocupada, a la que se llega a pie o por una pista muy mala, polvorienta, rocosa y llena de baches.

Pero cuando llegó a casa vio cómo su padre, Rasmi, de 55 años, y un vecino estaban siendo golpeados por soldados del Tsahal. “Quise intervenir para proteger a mi padre", dice el joven con dolor. “Pero los soldados se volvieron contra mí, me empujaron hacia un jeep, y fue entonces cuando oí el disparo”. Haroun intervino en el momento en que los soldados querían llevarse el generador eléctrico. Entonces la bala atravesó su cuerpo y su destino. 

La "investigación" llevada a cabo por el ejército israelí no condujo a ninguna condena, concluyendo que el tiroteo fue accidental y que los soldados se vieron amenazados por una multitud hostil, lo que, sin embargo, es desmentido por los vídeos de unos aficionados que no muestran el momento del tiroteo en sí, pero permiten ver a los palestinos, poco numerosos y desarmados, enfrentándose a soldados bien equipados.

No se permite construir

En un principio, los militares abordaron a los dos hombres porque querían construir un refugio para sus animales, y en Masafer Yatta, un conjunto de pequeñas aldeas y granjas aisladas, no se permite a los palestinos instalarse ni construir nada desde antes de que naciera Haroun.

En 1981, Israel decidió establecer una nueva zona de tiro y de entrenamiento, la "zona 918", que abarca decenas de kilómetros cuadrados en esta árida región que incluye lo que los israelíes llaman el desierto de Judea. La zona de Masafer Yatta pertenece al más del 15% del territorio de Cisjordania que se considera como zona de entrenamiento militar y, por tanto, se sitúa en la zona C, es decir, bajo pleno control israelí. La zona C abarca más del 60% de Cisjordania, mientras que la zona A, principalmente las principales ciudades, está bajo el control de la Autoridad Palestina y la zona B bajo control mixto.

Una señal metálica ya oxidada indica que nos encontramos dentro de las fronteras del "Estado de Palestina". Sami Hreni, que intenta organizar una campaña internacional de resistencia ante los desalojos, es un joven de aquí pelirrojo de 24 años que lleva una camiseta con la inscripción Save Masafer Yatta en la que se ve una figura frente a una excavadora. Sonríe. "Es una forma de seguir siendo optimista, pero en estas condiciones no veo dónde vamos a construir un Estado palestino. ¿En la luna, quizás?”. 

Tras la decisión adoptada a principios de los años 80, el ejército israelí procedió en 1999 a expulsar a 700 palestinos de Masafer Yatta con el pretexto de que "vivían ilegalmente en una zona de tiro". Sin embargo, tras un recurso de los habitantes, el Tribunal Supremo israelí emitió una orden provisional que permitía a los residentes palestinos regresar a sus pueblos. Sin embargo, siguen teniendo prohibido construir casas, e incluso la más mínima estructura fija para sus rebaños. 

“Cuando Haroun volvió del hospital, quise construir una pequeña habitación para que estuviera en las mejores condiciones", explica Farissa con lágrimas en los ojos, "pero los israelíes vinieron y la destruyeron. Después, quise montar una caravana, pero fue igual. Quieren que nos vayamos por todos los medios, aunque sólo cultivemos unas pocas verduras.” 

A la falta de permisos de construcción se une un frenesí de demoliciones que afecta incluso a los depósitos de agua instalados por los campesinos de la región, que sufre una terrible escasez de agua. Tanto es así que la familia de Haroun, como muchos otros palestinos, acabó, tras la destrucción de sus casas en 2020, refugiándose literalmente bajo tierra, en una de las doscientas cuevas que se encuentran en esta pedregosa región. 

En 2019, el actual ministro de Defensa, Benny Gantz, se jactó de haber "devuelto a Gaza a la Edad de Piedra". Ahora, el gobierno en funciones al que pertenece quiere convertir a los palestinos de Masafer Yatta en cavernícolas.

La cueva de la familia Abu Aram es relativamente grande, tiene electricidad procedente de paneles solares y una gran televisión colgada en una pared. Pero su techo bajo está ennegrecido por el moho y, explica Farissa, "el aire no es bueno para la salud de Haroun. Además, la entrada es de difícil acceso. Ya hemos roto su silla de ruedas dos veces al sacarlo a tomar el sol.”

Durante los 23 años que siguieron a la primera expulsión de los aldeanos palestinos en 1999, cuando Haroun creció en un mundo que servía de plató a tamaño natural para el entrenamiento de los soldados israelíes, la región permaneció en un limbo legal. Hasta el pasado 4 de mayo. Ese día el Tribunal Supremo decidió finalmente autorizar, tras un proceso de más de veinte años, el desplazamiento forzoso de unos 1.200 palestinos que vivían en ocho aldeas de Masafer Yatta, provocando un terremoto humanitario, político y jurídico, más allá de los habitantes de la región, algunos de los cuales ya figuraban entre los expulsados en 1999.

Desde principios de mayo se ha acelerado la destrucción de viviendas y refugios palestinos, como preludio de la evacuación de la población. "En la semana siguiente a la decisión del Tribunal fueron derribadas dieciocho estructuras, tanto casas como refugios para pastores, seguidas de otras 17 una semana después. El 1 de junio, las excavadoras volvieron a destruir más casas e incluso los depósitos de agua. Fue horrible, todo el mundo lloraba, los niños intentaban llevarse sus libros de texto", dice Sami Hremi.

Ya no hay mucha gente interesada en el conflicto palestino-israelí

Gadi Algazi — Profesor en la Universidad de Tel Aviv

La aplicación de la orden de expulsión provocaría un desplazamiento de población que no se ha visto en la Cisjordania ocupada desde hace años. Pero también es una preocupación sin precedentes para los activistas de derechos humanos, por los motivos en que basa y el precedente que sienta.

El Tribunal Supremo israelí está rompiendo los lazos con el derecho internacional, ya que el artículo 49 del Cuarto Convenio de Ginebra establece que "están prohibidos los traslados forzosos individuales o masivos, así como las deportaciones de personas protegidas desde el territorio ocupado al territorio de la potencia ocupante o al de cualquier otro Estado, ocupado o no, cualquiera que sea su motivo". Y el artículo 8 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional incluye entre los "crímenes de guerra" el "traslado directo o indirecto por una potencia ocupante de parte de su población civil".

La ruptura de ese principio es tan grave que el Tribunal no sólo considera que esta expulsión no viola el derecho internacional sino que se reafirma, en su decisión, en la primacía del derecho israelí sobre el derecho internacional, relegado a una forma de legislación consuetudinaria.

Aunque Israel, que no es signatario del Estatuto de Roma y se ampara en varias resoluciones de la ONU, no es la primera vez que lo hace, y aunque no es la primera vez que se ordena a los palestinos abandonar sus tierras bajo la presión israelí, la validación legal de los hechos consumados hace cada vez más irreversible una situación de ocupación que se asemeja a una anexión.

Gadi Algazi, profesor de la Universidad de Tel Aviv e incansable defensor de la igualdad entre palestinos e israelíes, considera que lo que está ocurriendo en Masafer Yatta es un paso decisivo en lo que denomina "limpieza étnica" y "algo que no veíamos desde hace décadas", aunque forme parte de una continuidad histórica.

“Debería ocupar titulares y provocar una reacción internacional, pero ya no hay mucha gente interesada en el conflicto palestino-israelí", se lamenta. “Esta falta de interés es trágica, pero ya no existe un movimiento nacional palestino y, para la gran mayoría de los israelíes, la ocupación no existe. Ya no hablamos de ello. No se presta atención a las decenas de palestinos asesinados por el ejército y los colonos desde principios de este año. El asesinato de la periodista Shireen Abu Akleh es sólo uno entre muchos otros.” 

La decisión del Tribunal Supremo sorprendió a quienes todavía creen que esta institución es un bastión progresista en un país que se desplaza cada vez más hacia la derecha radical. Pero su composición cambió cuando Ayelet Shaked, figura emblemática de la derecha dura y actual ministra del Interior de la coalición gobernante, fue ministra de Justicia en el anterior gobierno de Netanyahu. 

Al igual que en EEUU con la inversión de la jurisprudencia constitucional sobre el aborto, los nuevos jueces están alineando cada vez más sus decisiones con una agenda política próxima a los argumentos de los extremistas religiosos. 

Bajo el mandato de Ayelet Shaked se han renovado seis de los 15 miembros del Tribunal Supremo. "Cuando tomé posesión del cargo -explicó en 2019- me propuse como primer objetivo nombrar jueces conservadores. Así que colaboré con el Colegio de Abogados de Israel y con los políticos de la comisión. Hoy, el Tribunal Supremo es más equilibrado. En el pasado, la gran mayoría de los jueces eran activistas y liberales.” Como también explicó ante el Tribunal Supremo en 2017, "el sionismo no debe, y lo digo aquí, seguir inclinándose ante el sistema de derechos individuales universalmente interpretados.” 

Los israelíes saben que no pueden controlar Hebrón y Nablus por completo, pero están avanzando hacia las colinas de los alrededores

Gadi Algazi — Profesor de la Universidad de Tel Aviv

No debemos idealizar al Tribunal Supremo israelí", afirma Gadi Algazi. “Es cierto que ha defendido los derechos individuales, pero casi nunca ha intervenido en casos relacionados con la colonización de los territorios ocupados. Pero la campaña durante más de una década de Netanyahu para desprestigiarla como una institución en manos de los izquierdistas, y la estrategia de Ayelet Shaked de nombrar nuevos jueces favorables a los colonos, han dado finalmente sus frutos. Ahora estamos aceptando algo que nadie habría podido decir francamente del tribunal hace tan sólo unos meses”.

Así, este organismo, como todas las instituciones del Estado hebreo, está cada vez más en sintonía con la agenda de los colonos de Cisjordania, que ya son 450.000, para unos tres millones de palestinos. Un aumento de casi el 25% en menos de diez años, sin contar los más de 200.000 colonos afincados en Jerusalén Este. 

En apoyo de su decisión, el Tribunal Supremo invoca el hecho de que muchos de los habitantes de Masafer Yatta no residen permanentemente en el recinto. "Es el manido argumento que consiste en presentar a los palestinos que van a ser expulsados como 'beduinos' para sugerir que no tienen ningún vínculo real con su tierra", afirma Gadi Algazi. Pero los beduinos de aquí no son nómadas, aunque los que viven en Masafer Yatta puedan ir a trabajar a otro lugar durante unos meses, porque es muy difícil vivir de los productos de esta tierra. Ya es un milagro ecológico lo que consiguen hacer en esta región sin agua”.

Para este historiador, "los beduinos son más fáciles de manipular que los campesinos en la mitología colonial en la que se basa Israel para privar a los palestinos de sus derechos y sus tierras.”

En realidad, la estrategia desplegada en Masafer Yatta es, según él, muy clásica: "Empezamos por establecer soldados en estas zonas estratégicas que son las colinas que rodean las grandes ciudades palestinas. Los israelíes saben que no pueden controlar Hebrón o Nablus por completo, pero se instalan en las colinas de los alrededores. Y ese asentamiento supuestamente temporal de los militares pronto da paso a nuevos colonos”. 

Los únicos paisajes verdes que destacan en la región desértica de Masafer Yatta son los asentamientos ya presentes, que captan los principales recursos hídricos, como los de Carmel o Ma'on, situados a sólo unos cientos de metros de la cueva de la familia Abu Aram. Y fue un colono de uno de estos asentamientos, donde se producen principalmente cerezas, el que le rompió la nariz a Jabar Dababsi de un puñetazo en la cara.

La escena tuvo lugar cuatro semanas antes, en el pueblo de Bir Aled, cuando un trabajador de la construcción, de 34 años, participaba en una manifestación de los residentes de Masafer Yatta contra la orden de desalojo del Tribunal Supremo.

“Éramos menos de cien personas, éramos pacíficos, sólo exigíamos nuestro derecho a permanecer en nuestra tierra", dice. Pero los colonos nos superaban en número. Empezaron tirándonos piedras y luego nos atacaron, gritando 'muerte a los árabes', 'venganza, venganza' y 'esta tierra es nuestra, nos la dio Dios'. Y los soldados israelíes que estaban allí no intervinieron cuando empezaron a golpearnos". 

Desde el 4 de mayo, no me he movido de aquí. Incluso para el nacimiento de mi hijo

Jabar Dababsi

Esta manifestación en la que resultó herido fue la primera salida de Jabar Dababsi fuera de su pueblo, Khaleit el Dab'r, desde la decisión del tribunal a principios de mayo. Sentado en un sofá desgastado en una pequeña casa rectangular, explica: "Desde el 4 de mayo no me he movido de aquí. Incluso por el nacimiento de mi hijo, no he ido al hospital. No quiero ir a trabajar, porque temo que no quede nada de mi pueblo cuando vuelva por la tarde. Nací y me crié aquí. Mi padre nació aquí hace 83 años. Quiero que mis cinco hijos puedan vivir aquí.”

Al igual que otras 75 familias de la aldea que temen la próxima expulsión validada por el Tribunal Supremo, la familia de Jabar Dababsi se ha refugiado hace poco en casas de parientes en ciudades palestinas cercanas.

“Se ha vuelto demasiado peligroso", explica. “Los soldados israelíes se entrenan cada vez más y disparan munición real y no nos ven. Somos invisibles para ellos. Pero en realidad estas historias militares no son más que otro pretexto para despojarnos de nuestras tierras.”

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En los últimos cinco años, recuerda, "ya se han destruido dieciséis casas en nuestro pueblo y han sido cortados más de 500 árboles. Ahora, todo lo que ves a tu alrededor está amenazado de desaparición: personas, casas, depósitos de agua, hornos de pan, incluso la bañera que puse fuera... Pero estoy aquí y no me iré.”

Por su parte, la familia Abu Aram podría considerar la posibilidad de abandonar Masafer Yatta, después de lo ocurrido a su hijo y de décadas de acoso por parte del ejército israelí. Como suele ocurrir, es la madre de Haroun, Farissa, quien responde por su debilitado hijo y por su marido medio ausente: "Masafer Yatta es mi patria, mi país, mi tierra, mi memoria, mi vida. A mi hijo le dispararon aquí y le encanta este lugar. No queremos que pierda su casa además de todo lo que ya ha perdido”. 

Traducción de Miguel López

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