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Madrid, lo siento, pero me matas

La madrileña Gran Vía a la altura de la plaza de Callao con el Edificio Carrión y su mítico neón de Schweppes a principios del mes de agosto.

Lo recuerdo como si fuese ayer, aunque hayan pasado ya casi siete años. Después de pasar prácticamente toda mi vida entre Santiago y Valga, un año en La Laguna y otro en A Coruña, llegaba el momento de vivir a la madrileña y mudarse a la capital. Era una salida hacia delante, pero mentiría si no admitiese que me hacía especial ilusión. Desde fuera, la ciudad es tan brillante, espléndida y dinámica que es totalmente deseable. Sin embargo, el amor se acabó de tanto usarlo y, ahora, aquí estoy, explicando porqué no volvería ni atada. Si bien es mi lugar de residencia actual, cuando en julio se me planteó este artículo lo tuve clarísimo. ¿A dónde no tendría intención de regresar? Pues a Madrid. El resto de sitios que he visitado ninguno me ocasiona rechazo, pero Madrid sí. A pesar de lo evidente de la elección, tengo que reconocer que he tenido instantes de duda.

Antes de irme de vacaciones, analicé si realmente hablaba realmente yo o era mi cerebro recocido y cansado por las noches de sueño intermitente por el calor. Dude, pero no retrocedí en mis intenciones. Al volver del descanso estival, tras bajarme de un Alvia en el andén de la estación de Chamartín, bajo el sol de agosto y a más de treinta grados a las dos de la tarde, me volví a hacer la misma pregunta. Y mi respuesta volvió a ser clara: ni borracha regresaría voluntariamente a Madrid. Y ya que me daban la oportunidad, ¿por qué no dejarlo por escrito?

Sobre todo después de leer hace poco a Manuel Jabois en una columna en El País reflexionar sobre los motivos por los que irse de la capital es visto en muchos círculos como una derrota. Entiendo la premisa, ¿pero por qué alguna gente lo entiende como un fracaso? Más allá del etnocentrismo madrileño que encierra esto, para mí sería todo lo contrario: coger la A-6 de vuelta a Galicia sería como un paseo de la victoria. Y es que al final, como canta Xoel López en su canción Madrid, este sitio te abraza pero también te engulle y te araña. ¿Madrid de todas mis suertes? Más bien, y discúlpame paisano, Madrid de todas mis desgracias. Y esto lo digo después de haber pasado por todas las fases típicas del enamoramiento con esta ciudad.

Primero, la atracción: esa etapa en la que todo era nuevo, emocionante y admiraba lo espectacular que eran (y siguen siendo) el Templo de Debod, el Palacio de Cibeles, el Edificio Metrópolis o el Museo del Prado. Después, el flechazo: esa época en el que todos los planes parecían ideales y descubrí todas las ventajas de vivir en una gran ciudad con toda su vida cultural al alcance de mis manos.

Y, por último, la decepción: ese período en el que todo me irrita. Y cuando digo todo, es todo. Puede ser que todo comenzase a torcerse la mañana que me tiré más de 40 minutos perdida en la estación de Nuevos Ministerios (para muchos, sé que este momento desquiciante se ha sufrido en el laberinto que es la estación de Atocha) o cuando aprendí por las malas que el "está aquí al lado" en esta ciudad no es igual que en el resto de la Península. Creo que para cualquier madrileño de pro, el Palacio Real "está al lado" de las Torres Kio y eso que están separados por más de seis kilómetros. 

Aunque también destacaría esa tarde en la que por primera vez me llamaron provinciana. Porque sí, Madrid es el único sitio donde provinciana suena casi (o sin casi) como un insulto. Mucho peor que cuando te llaman goda en las Islas Canarias.

Las "libertades" de Madrid

Y en esta fase de decepción estoy. Y ya me molestan desde las aglomeraciones constantes de gente, pasando por que el Metro tarde siete minutos en llegar en hora punta, hasta que la suciedad se acumule en el portal de mi edificio o que haga 30 grados a las doce de la noche. Y no piensen que esto es una pataleta veraniega o postvacacional. Yo, al contrario que Isabel Díaz Ayuso, ya hace tiempo que dejé de ver las ventajas, o "las libertades" para la presidenta regional, de vivir en la capital. 

Que sí, que en Madrid podemos tomar una caña en una terraza. Pero, ojo: en el resto de España, también. Y, además, por mucho menos dinero, con una tapa y, probablemente, sin estar rodeados de coches. A todo esto, ¿quién se sienta en las terrazas de Gran Vía a tomar un café? Sigue siendo todo un misterio para mí y por ello, con el tiempo, he aprendido a evitar ciertas zonas de la capital. Como muchos de ustedes, yo he visto las obras de la Puerta del Sol por Twitter y eso que vivo y trabajo aquí. 

Que sí, que en Madrid no te encuentras con tu ex puesto que la ciudad es tan grande que es matemáticamente imposible. Aunque, como en todo, hay excepciones y el mundo es un pañuelo muy pequeño. Eso sí, la capital juega con una ventaja: como siempre hay tanta gente en todos los sitios y a todas horas, pues es prácticamente inviable ver a nadie. Como mucho, te cruzas con algún conocido pero ni te puedes parar a saludar ya que te arrastra una marea constante de miles de personas

Que sí, que en Madrid nos iluminan los escaparates los siete días de la semana y las 24 horas del día (o, por lo menos, así era hasta que Pedro Sánchez sumió a la ciudad en "la penumbra" del alumbrado público, según Ayuso). Y, sí, esto sólo pasa aquí. Pero, lo siento: viví 24 años de mi vida sin tener un supermercado abierto ni un domingo ni un festivo y creo que podría volver a acostumbrarme. 

Que sí, señora Ayuso, que soy consciente de todas las ventajas. Intento recordármelo. Pero, hay momentos en los que la balanza está totalmente manipulada hacia el lado de querer gritar lo mucho que odio esta ciudad.

Un horno seco y presuntuoso

Por ejemplo, detesto Madrid en verano ya que hace un calor insoportable. Y sí, este verano ha hecho calor en toda Europa. Pero es que en el resto del continente (o por lo menos del río Miño hacia la izquierda) a partir de las seis o siete de la tarde suele empezar a hacer fresquito. En cambio aquí, el calor se queda atrapado en el asfalto, la ciudad se recalienta como un horno y a las diez de la noche hace más calor que a las dos del mediodía. No obstante, para ser totalmente sincera, los 40 grados de Madrid son más "fáciles" de llevar que 30 en cualquier parte de Galicia (cosas de la humedad).

Mejor cerca del suelo

Mejor cerca del suelo

Pero tampoco me gusta Madrid ni en otoño, ni en invierno, ni en primavera. ¿En qué ciudad se vive bien estando más de un mes sin ver caer una gota de agua? Que alguien me lo explique, porque no lo entiendo. Y sí, ahora saldrán los ofendiditos a decirme que los gallegos amamos por naturaleza la lluvia. Pero esto es totalmente falso. A los gallegos tampoco nos entusiasma, pero entendemos que tiene que llover. Pero también nos enfadamos cuando llueve, pero con una gran diferencia: a los diez minutos aquí es un drama y en Galicia sólo nos cabreamos cuando el cielo se tira encapotado tres semanas seguidas.

Y también odio Madrid porque, probablemente, sea la ciudad más petulante, presuntuosa y ostentosa del mundo. Todo lo que pasa aquí es importante (y aquí quizás tengamos mucha culpa los medios de comunicación). Si llueve, es trending topic en Twitter y se abren los informativos con esta noticia. Si nieva, hace sol, truena o hay una nube de polvo sahariano, más de lo mismo. ¿La mejor agua del grifo de España? La de Madrid. ¿Hay un incendio en Portugal? La noticia será que en la capital huele a quemado y el cielo está gris. ¿Hay una moción de censura en Murcia? Pues en la Comunidad de Madrid se convocan elecciones. Y así, con todo. 

Pero, como probablemente, nadie me haga caso y los lectores de infoLibre sigan viniendo a visitar la capital, permítanme un sólo consejo. Háganlo de octubre a mayo. No es necesario venir a ver El rey león o ir a la Warner en pleno agosto. Háganme caso: Madrid sólo está bien para un rato. Y mejor que sea un rato fresco y, sobre todo, corto. No casi siete años. Lo digo por experiencia. 

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