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El auge de la extrema derecha

El "feminacionalismo" funciona en Europa: el avance ultra vence la resistencia electoral de las mujeres

La líder de Hermanos de Italia, Giorgia Meloni.

“Soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana y no me lo quitarán”.

Son palabras de Giorgia Meloni. Parecen obviedades, pero tienen trasfondo. E intención. Son un reclamo electoral dirigido a las mujeres. ¿Y funciona? Sí, funciona. La clave está en ese "no me lo quitarán". ¿Quién? Está claro: los otros, los de fuera. La extrema derecha empieza a superar una de sus históricas barreras en Europa: la resistencia del electorado femenino a apoyar a los partidos de esta familia política en la misma –o parecida– medida que el masculino. Los casos francés y ahora italiano ilustran esta tendencia, que deja una lección: el discurso "feminacionalista" que vincula los temas de género con la inmigración es eficaz electoralmente, porque permite a los ultras paliar las limitaciones de su mensaje tradicionalista y teñido de conservadurismo religioso sobre familia, moral, sexo, aborto y roles hombre-mujer.

El atajo tiene tintes xenófobos, al agitar un rechazo a otras culturas que supuestamente amenazan el estatus y las libertades de la mujer nativa. Cristina Fabre, miembro del Instituto Europeo por la Igualdad de Género (EIGE), observa una extensión de la fórmula que dice "los inmigrantes nos quieren quitar nuestros puestos de trabajo" a otra que añade "los inmigrantes ponen en riesgo la seguridad de las mujeres".

El éxito de una 'desdiabolización'

En la segunda vuelta de las presidenciales francesas, celebrada en abril, el 43% de los hombres y el 41% de las mujeres que acudieron a las urnas votaron por Marine Le Pen. Es decir, fueron sólo 2 puntos de diferencia, según datos de Ipsos. Le Pen no ha cerrado del todo la brecha, pero casi.

El salto es significativo. En la segunda vuelta de 2017 había una brecha mayor: 6 puntos de diferencia en el voto hombre-mujer: 38-32. La desdiabolización entre las mujeres es trabajo hecho. Las mayores resistencias al voto lepenista están ahora en el electorado más joven y, sobre todo, el más mayor, pero no en el femenino. Los problemas de Le Pen son ahora generacionales, no de género.

Brechas que se cierran en Italia

¿Y Giorgia Meloni, de Hermanos de Italia, la más votada el domingo y previsible primera ministra? El Instituto Ixè rebaja la brecha hombre-mujer del voto a su partido a sólo 6 décimas: 26,3-25,7. Es decir, se podría decir que no hay brecha. Según Ipsos, la diferencia es algo mayor: 27,8 frente a 24,2.

Es llamativo el caso de La Lega de Matteo Salvini. Los estudios le atribuyen más voto de ellas que de ellos: 9,3% frente a 8,2% en Ixè y 9,5% frente a 8,1% en Ipsos. Algo así es "la primera vez que ocurre", señala Daniel Guisado, autor de Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia, que a falta de más datos esboza una primera hipótesis: un "importante nicho" de Salvini entre las mujeres tradicionales con escasos estudios, que ofrecen generosa acogida al papel de "buen cristiano" del que intenta hacer gala el líder de La Lega.

Una tendencia en Europa

La reducción de la brecha hombre-mujer en el electorado de extrema derecha es una tendencia que ya habían detectado las investigadoras Juliana Chueri y Anna Damerow, especializadas en derecha radical y representación de la mujer. Su artículo Cerrando la brecha: cómo afecta la representación descriptiva y sustantiva al voto femenino a los partidos populistas de derecha radical, publicado este mismo septiembre, destila una conclusión tras analizar 23 países europeos: los partidos de extrema derecha tienen un 19% de probabilidades de voto de los hombres y un 15% de las mujeres, una brecha –afirman– menor de lo que la literatura académica al respecto había detectado.

¿Qué grado de importancia hay que atribuir en esa penetración en el electorado femenino al hecho de que tanto Le Pen, que ha dulcificado su imagen con una campaña que incluye la insistencia en su amor por los gatitos, y Meloni, que se presenta como una supermamá, sean ellas mismas mujeres? A tenor de la investigación de Chueri y Damerow, no tanta como parece. Lo importante está en el mensaje, no en si lo dice un candidato o una candidata, concluyen las investigadoras. No es un factor desdeñable, pero tampoco significativo por sí solo, exponen como conclusión general de los 23 países.

A "salvar" a las mujeres nativas de los extranjeros

La investigación de Chueri y Damerow vincula la creciente penetración de la extrema derecha entre las mujeres con movimientos concretos en sus posiciones para ganar un mayor trozo de ese pastel electoral. En unos casos, como en el Partido de la Libertad de Holanda y Reagrupación Nacional en Francia, se ha producido una matización o abandono de las posiciones más tradicionalistas sobre el rol de la mujer, con gestos aperturistas en temas como el aborto, señalan las autoras. No obstante, la fórmula que se está desvelando como la más eficaz en las urnas es la vinculación de los temas de género con la inmigración, criticando a otras "culturas" que no se ajustan a unos supuestos "valores occidentales" entre los que está el respeto por la mujer. Esto permite a estos partidos superar mediante un discurso con tintes xenófobos, especialmente dirigido contra el Islam, la contradicción que supone apelar al voto femenino sin renunciar a posiciones rígidas sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la familia.

En declaraciones a infoLibre, Damerow afirma que la estrategia de vincular las cuestiones de género a la inmigración "aumenta la probabilidad de que las mujeres voten a los partidos de la derecha radical". "Es una estrategia esencial de estos partidos, ya que afirman que las culturas no occidentales no respetan la igualdad de género y que son ellos los que 'salvarán' a las mujeres". Y añade: "Nuestros resultados muestran que los hombres y las mujeres no tienen una opinión tan diferente sobre las cuestiones relacionadas con la inmigración cuando están relacionadas con cuestiones de género".

De modo que eso es lo que funciona: crear miedo a la inmigración, sobre todo por su amenaza para las mujeres –su seguridad, su estilo de vida, su cultura–, y presentarse luego como su salvador. Testó este método Le Pen, que se dirigió durante la campaña a la "mujer francesa" con un mensaje que describe así Carmen Lumbierres, profesora de Ciencias Políticas de la UNED: "Su estrategia ha sido el llamamiento a la mujer francesa a ocupar el lugar que le corresponde en la sociedad, enfrentándola a los extranjeros musulmanes. Se utiliza así un supuesto feminismo para que las mujeres católicas blancas con miedo al extremismo islámico se echen en brazos de la extrema derecha".

Meloni, una católica tradicionalista con una trayectoria de defensa de los roles diferenciados hombre-mujer, ha seguido a su manera el manual de Le Pen. Sin abandonar la defensa de la "familia tradicional", opuesta al "lobby Lgtbi", ha explotado la amenaza que para la seguridad y los derechos de las italianas puede suponer la inmigración ajena a la "cultura occidental", con manifestaciones extremas de esta estrategia como la publicación en agosto de un vídeo de una mujer violada por un extranjero en Piacenza.

Guisado, autor de Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia y atento observador de la política italiana, señala que Meloni ha tenido la habilidad de presentar como aceptable su "mensaje reaccionario" y sortear la imagen que la izquierda quería proyectar de ella, la de una mujer que quiere que la mujer "no salga de la cocina". ¿Cómo lo hizo? Mediante "subterfugios", dice. "Meloni es contraria al aborto, pero jamás critica a la mujer, sino a la sociedad y al Estado por fallar a la mujer embarazada". A ello se suma, explica, un uso del "feminacionalismo" que "no se limita a hablar de seguridad", sino también de una amenaza por parte de los inmigrantes al "ADN judeocristiano" de Italia y a los avances de la mujer en Occidente. Un dato: en el programa electoral de la coalición de Meloni, Salvini y Silvio Berlusconi, el problema de la "violencia contra las mujeres" se trata en el apartado de "seguridad y lucha contra la inmigración ilegal".

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Aunque Guisado coincide con Damerow y Chueri en que la clave no está en poner a una candidata mujer, sí cree que Meloni ha hecho un uso inteligente de su propia biografía. Por ejemplo, recordando que su madre estuvo a punto de abortar cuando estaba embarazada de ella y al final no lo hizo, lo que presenta como un ejemplo de valentía. En 2016 fue candidata a la alcaldía de Roma estando embarazada. Berlusconi hizo un comentario sobre la imposibilidad de que una embarazada fuera alcaldesa, a lo que ella se aferró para presentarse como una luchadora que no se rinde ante nada, ni siquiera estando encinta. "Roma tiene como símbolo una loba que amamanta a dos gemelos", decía. "Meloni mezcla hábilmente ese discurso de apoyo a la maternidad con otro a favor de que las mujeres persigan sus sueños", explica Guisado. Se trata de discursos emotivos, de poca profundidad política, pero que le han permitido sortear contradicciones.

Vox en el negacionismo

En España, el último barómetro del CIS atribuye a Vox una intención de voto directa entre los hombres del 8,1% y entre las mujeres del 3,8%. Tienen intención de votar a Vox en porcentaje más del doble de hombres que de mujeres. No son números caídos del cielo. Por supuesto, no es que Vox no intente vincular inmigración con inseguridad de la mujer, lo hace constantemente, pero no ha logrado que los problemas del "multiculturalismo" escalen al centro del debate político. Además, sus posiciones sobre temas de género adolecen de una mayor tosquedad, señala Guisado: "Hacen afirmaciones que parecen sacadas del siglo XX, no del XXI".

Carmen Lumbierres afirma que el partido se condena a sí mismo por sus propias posiciones, en especial sobre violencia contra la mujer: "¡Cómo no va a haber brecha de género en el voto a Vox, cuando vemos cómo el vicepresidente de Castilla La Mancha cuestiona la violencia de género después tras unos asesinatos!". Lumbierres no cree que en este terreno sea relevante que Vox haya perdido a uno de sus principales referentes femeninos, Macarena Olona. En línea con la investigación de Damerow y Chueri, opina que los liderazgos no son relevantes si el discurso no cambia.

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