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Los 98 mejores días de la vida de Federico: "En Cuba se dio permiso para ser feliz"

Federico en la portada de 'Si yo me pierdo'.

Federico García Lorca desembarcó en Cuba procedente de Nueva York en marzo de 1930 invitado por una semana. Sin embargo, la estancia se alargó mucho más de lo previsto y discurrieron más de tres meses hasta que el poeta andaluz decidió volver a España, embriagado de música y belleza caribeñas, soneros y santeros, terrazas y palmeras, ron blanco, sensualidad negra y noches de Malecón.

Cualquiera querría alargar sus días en la isla caribeña pero, ¿por qué lo hizo Lorca? ¿Qué pasó allí para que el calendario fuera así de descaradamente ignorado? ¿Qué hizo el poeta en los días más felices de su vida, como definió él mismo aquellas semanas cubanas? ¿Cómo Cuba tiñó la obra, la persona y el destino de Federico? "Cuba es un paraíso. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba", llegó a escribir en una carta a sus padres.

Espoleado por su galopante pasión por Federico, con multitud de preguntas como estas se plantó noventa años después en La Habana el periodista y novelista Víctor Amela (Barcelona, 1960). En una Cuba bien diferente, muy a finales de 2020, con el planeta temerosamente asolado por una pandemia para la cual todavía no había vacuna. No es tarea sencilla buscar a un fantasma en una isla entonces fantasmagórica (todos tuvimos que atravesar tiempos irreales), pero a ella se encomendó el barcelonés, para entregarnos ahora, dos años después, Si yo me pierdo (editorial Destino), la novela sobre los 98 días más felices y desconocidos de la vida de Federico en la Cuba dorada de 1930.

"La novela es el mejor modo que hemos inventado los humanos para contar una historia, porque permite la documentación, los datos, la información, y también la imaginación y la fantasía", plantea a infoLibre como premisa el autor, quien movido por su espíritu investigador, quiso saber qué había hecho, qué personas había tratado, que ambientes había frecuentado y que experiencias había vivido el poeta durante su estancia. "Eso me empujó a leer todos los testimonios que he podido recoger acerca de aquellos días de Lorca en Cuba", apostilla.

Y prosigue: "Necesité imperativamente pisar yo mismo esos mismos lugares que Lorca había pisado, y ver lo que había visto, estar en las ciudades de Cuba y en las calles de La Habana donde él estuvo. Viajé a finales de 2020 hasta allí, a pesar de las dificultades del momento, empujadísimo por la pasión y la necesidad de ver esa Cuba lorquiana, y durante veinte días recorrí los mismos lugares que Federico, intenté entender qué había sentido y hablé con la gente que ha estudiado aquella estancia".

Después de haber contado en su anterior novela, Yo pude salvar a Lorca, el trágico final del poeta y las circunstancias que rodearon su asesinato vinculándolas a su abuelo materno de Granada, ahora Amela necesitaba contar otra parte "más luminosa y gozosa de la vida de Lorca", que encontró en las vivencias del poeta entre el 7 de marzo y el 12 de junio de 1930 en La Habana y otras ciudades cubanas.

Uniendo por tanto el rigor histórico con la propia experiencia sobre el terreno casi un siglo después, obtuvo Amela una serie de "estampas" que se han convertido en esta novela que alterna esas "impresiones de 1930", que él recrea en su imaginación "en base a la documentación" existente, con escenas vividas por él personalmente en 2020: "Noventa años separan ambas acciones, pero se entrelazan para transmitir al lector cómo de feliz fue Federico García Lorca en esos 98 días que él calificó como los mejores de su vida. Yo quería oler, tocar un poquito con la punta de los dedos esa felicidad, pero en una Cuba que estaba en 2020 apagada, congelada, estática, que no tiene nada que ver".

La imagen del fantasma reaparece al imaginar vacías las perpetuamente bulliciosas calles de La Habana, con el autor convertido en un investigador irreductible que llega incluso a fugarse de su hotel en los primeros días de estancia que tuvo que pasar forzosamente confinado a la espera de una PCR negativa. "La Cuba que yo vi es un fantasma de la Cuba que Lorca conoció", concede, para luego explicar que, de alguna manera, estaba persiguiendo un fantasma en un sentido triple: "Alguien asesinado cuyos restos aún no hemos encontrado, como tampoco hemos encontrado ninguna grabación de su voz. Y a ese fantasma yo le sigo en una Cuba que es a su vez un fantasma de la que conoció Federico en 1930".

Federico es el desaparecido total. No tenemos sus restos, ni su voz, pero él crece y es como si estuviera empujándonos e inspirándonos a todos. Está queriendo estar. Lorca está por todos lados

Víctor Amela

Precisamente otro de los motores del viaje de Amela fue la búsqueda de la voz de Lorca, pues no hay grabación alguna (certificada como auténtica) que podamos escuchar para saber cómo sonaba. "Había una posibilidad de que yo pudiera encontrar una grabación de su voz porque supe que en Caibarién, ciudad en la que impartió una de las nueve conferencias que dio en Cuba, había un asturiano, Manolín Álvarez, que había fundado la primera emisora cubana de radio en 1920, que entrevistó a Federico para el diario local y radió la conferencia para quienes pudieran escucharle", explica el periodista.

"Pensé, 'cómo encuentres en Cuba la grabación de la voz de Federico te haces famoso mundialmente', porque esa voz no la conocemos", confiesa. Así que, en su afán lorquiano, fue hasta Radio Caibarién, donde no encontró nada pero le dieron la siguiente pista: la hija de Manolín, que contaba con 92 años. Así fue como terminó encomendándole a la bisnieta de aquel pionero de la radio cubana que siguiera buscando. "Imagínate que entre los trastos del bisabuelo encuentra algo", apunta con una mezcla de expectativa y desesperanza, asegurando que, después de todo, no es lo más importante si encuentra la grabación o no, sino el "seguimiento de ese misterio de la voz de Federico".

"Esto engrandece aún más el misterio en torno a Federico, que es el desaparecido total: desaparecidos sus restos y desaparecida su voz. Eso hace que sea aún más imponente la presencia de su poesía y de su legado. No tenemos sus restos, ni su voz, pero él crece y es como si estuviera empujándonos e inspirándonos a todos. Está queriendo estar. Lorca está por todos lados. Yo escucho a Rosalía y no puedo evitar ver a Lorca de alguna manera, y ella igual ni lo sabe. Pero Lorca, que está tan vinculado a la raíz de la cultura de España, está impregnando todo el arte bueno que se hace en España", reflexiona Amela.

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De Cuba regresó sin la voz de Federico, pero con el convencimiento de que durante sus días allí el poeta "se dio permiso a sí mismo para perderse, para ser feliz", más aún teniendo en cuenta que llegó procedente de Nueva York "al borde del suicidio". "En Nueva York escribió decenas de cartas a su familia porque se sentía solo, pero en Cuba solo escribe dos porque es feliz", señala el escritor, destacando que el título de la novela, Si yo me pierdo, expresa cómo lo que iba a ser una visita de una semana se convierte en tres meses: "Por eso dirá cuando zarpe aquello de 'son los 98 mejores días y más felices de mi vida'".

Y es que llegó incluso Federico a poner a Cuba a la altura de su amada Andalucía, relatando a sus padres por carta "son los colores del Mediterráneo pero más intensos, que la gente es igual de amable pero más relajada". "Esa relajación es la que lleva a aquel Federico acongojado a un Federico que se reconcilia consigo mismo, que acepta íntimamente su homosexualidad", argumenta Amela. Y remacha: "No es que vaya por la calle con banderas arco iris, pero cambia la relación consigo mismo, que es dejar de culparse por ser homosexual, dejar de maltratarse y entender que esa es su naturaleza. Él decide ser feliz. Para mí, Cuba es importante porque es el lugar y el momento en el que Federico se da permiso para ser feliz y consigue ser feliz".

Una felicidad que termina planteándole un dilema decisivo en su vida y, en última instancia, en su muerte. Porque podría haberse quedado en Cuba y ser un hombre "feliz y tranquilo", pero decidió regresar a España. ¿Por qué? "Porque siente que hace falta y decide volver. Entiende que como persona privilegiada, con cultura y recursos por su familia, se debe entregar en sacrificio a los más desfavorecidos. Y lo hace, porque al volver a España, en cuanto la República se instaura, lo primero que hace es montar La Barraca y salir para los pueblos más pobres", señala Amela, quien subraya que "esa decisión le llevará a que le maten". Precisamente por su trágico final, en esta ocasión su intención era burlar a la muerte recordándole más vivo que nunca: "Por eso quería retratar la luz, el color, la felicidad, la alegría y el gozo de Federico en esos 98 días en Cuba".

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