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Aquellas páginas del corazón helado

Almudena Grandes.

Juan José Téllez

Lulú nunca tuvo edad. Lucía los ojos color verano, alma de mamma del neorrealismo, un cruce entre la Loren y la Magnani a punto de darle un colacao a los últimos invitados de su cocina; tan mediterránea siempre, a pesar de ser ella del Atlántico de Madrid; más de a portagayola que de paseíllo; entre el tango de Malena y la alegría de Inés, por un sinfín de fogones y cantables: que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentiras, entonaba la muchedumbre durante su último saludo en el escenario, libros en ristre y guerrilla contra la muerte, nuevamente vencida.

Un retrato me manda hacer Maraña y escarbo en mi carbono 14 para ver venir a Almudena con la boca panorámica, timidez de niña grande y los despavoridos brazos abiertos hacia mí, junto a Luis, hace un mundo. Ya no pude ni quise zafarme de sus torrijas, de sus largas cenas donde arreglábamos el mundo a carcajadas, de sus lecturas multitudinarias, de su casa emboscada al sur, de los tomates de su huerto, de aquellas páginas del corazón helado que no dejaron frío a nadie.

Entre birras y tortillas, palabras como cigarrillos negros, transcurrieron los años, con la utopía agarrada como una pancarta, bien contra la guerra o contra la paz que sólo fuera miedo. O a favor de las rebeldes que llegaban al alba en los trenes de la libertad española.

Aquellas páginas del corazón helado que no dejaron frío a nadie

Hubiera podido ser una mujer de bandera, una agustina tricolor, un dos de mayo al puro estilo Delacroix. Pero fue, en cambio, la dama de la sinrazón histórica y de la razón poética, aunque no publicara un verso en su vida. Tanto entonces como ahora, siempre todos quisimos ser un motín pero, casi siempre, nos quedamos en un simple grito de Munch.

Me regaló Gibraltar en un mes de septiembre, después de haberles llevado a conocer ese rincón tan extranjero y, sin embargo, tan próximo: “Ni inglés, ni español: el Peñón es de Téllez”, aunque como soliese ocurrir nadie le hiciera caso. En todas las esquinas de estos aires difíciles, veíamos cruzar los phantom como si estuviéramos dentro de La Huerta Atómica de Miguel Ríos.

Hacía sol frecuentemente en su cara y siempre hubo playas bajo los adoquines de su barrio de Maravillas. Olor a tabernas y a viento fresco, a corrales y a corralas, cuando el día se levantaba Galdós y se dormía Benítez Reyes. Hasta García Márquez celebraba sus cumpleaños y era una matriuska que llevaba dentro a Elisa y a Mauro, también a Irene. Alguien tendría que haberse apresurado a patentar la telepatía sin hilos que tendía su mirada con la de Ángeles Aguilera.

Toíto Cai, con Ruibal, lo traíamos andado cuando tocaba carnaval chiquito y las chirigotas acudían a verla la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo: no importaba nada, sino la letra jocosa, el golpe de la ironía como un martillo pilón contra el escaparate de la compostura. Qué putada no haber podido cantarle un cuplé cuando dijo: “Benja, estoy muerta de miedo”.

Fue un raro verano aquel último verano, quizá porque confiábamos en que no fuera el último. Allí estaba, sobre una luminosa azotea gaditana, su larga romería de lectores, a quienes trataba, uno por uno, casa por casa, como si fueran amigos, compañeros de su vida. Nunca hubiera querido decirles adiós. Tampoco pude decírselo, mejor así. Por ello, aún puedo recordarla como una levantera de bienvenida y no con los ojos tristes y verdes, respectivamente, del Lute o de su gato, sino con los suyos de siempre, una órbita solar donde puso a secar personajes y paisajes, para plancharlos impecablemente en cualquiera de sus novelas.

Los dos oficios de Almudena

Los dos oficios de Almudena

Lo demás, ya nos lo dijo Alberti; pero tal vez el poeta no tuviera razón:

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, / humaredas perdidas, neblinas estampadas. / ¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, / qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!

*Juan José Téllez (Algeciras, 1958) es periodista, escritor y activista cultural.

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