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Reino Unido, una economía muy cerca del colapso por una crisis de fondo más que por el efecto del 'Brexit'

Rishi Sunak, primer ministro británico, saluda al rey Carlos.

Romaric Godin (Mediapart)

El Reino Unido comienza 2023 en un ambiente de profunda crisis. Con el aumento de las huelgas, desde el transporte al Servicio Nacional de Salud (NHS), a las ambulancias o correos, la mayoría de los analistas creen que el país ha entrado ya en una grave recesión bajo la presión de la inflación.

El martes 3 de enero de 2023, la encuesta anual de The Financial Times entre economistas británicos reveló que el 80% esperaba una recesión más profunda y prolongada que en el resto de países del G7. Esa era ya la advertencia lanzada por el Banco de Inglaterra (BoE) en su boletín de agosto de 2022: preveía una caída del PIB británico superior al 2% interanual en el tercer trimestre de 2023, y una salida difícil y lenta de la recesión a principios de 2024.

Pero Reino Unido no es un caso aislado. El 2 de enero, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió de que la desaceleración económica era generalizada y afectaba a las tres principales bloques del mundo: Estados Unidos, Europa y China. La institución, con sede en Washington, calcula que la mitad de la Unión Europea y un tercio de los países del mundo entrarán probablemente en recesión en 2023. Pero el caso británico es particular por su magnitud y sus consecuencias sociales. En todo el Reino Unido reina una sensación de tensión generalizada. El país parece al borde del colapso. 

A este lado del Canal, las causas de esta situación parecen claras. El Brexit, decidido en el referéndum de 2016 y ejecutado el 1º de enero de 2021, habría debilitado a un Reino Unido hasta ahora próspero, sumiéndolo en una crisis. Pero esa lectura parece un poco simplista.

Aunque es indudable que el Brexit tiene efectos negativos, la actual crisis británica es, ante todo, la crisis de un modelo económico construido a partir de los años ochenta y que empezó a desmoronarse a finales de la década de 2000. De hecho, el Reino Unido parece aferrarse a su posición de avanzada del capitalismo: su crisis actual es la de un sistema que se ha quedado sin fuelle y parece haber agotado todos sus cortafuegos.

El choque inflacionista

La inflación es especialmente elevada y persistente en el Reino Unido. En noviembre, la tasa de inflación interanual fue del 9,3% y el banco central estima que podría alcanzar un pico del 10,9% en el primer trimestre de 2023. Las causas de esta presión inflacionista son las mismas que en el resto del mundo desarrollado: aumento de los precios de las materias primas, alteración de las cadenas de suministro y mercados energéticos oligopolísticos.

 

Sin embargo, la economía británica depende más del gas que otras, tanto para la generación de electricidad y la producción industrial como para la calefacción. Casi el 60% de los hogares británicos utilizan gas para la calefacción, frente a una media del 40% en la zona euro. Además, la parte de impuestos en el precio del gas es relativamente menor que en el continente: 5% del total, frente al 15% en la zona euro, lo que hace que los precios dependan más de la evolución de los precios del mercado mayorista.

Por tanto, aunque el país sólo depende marginalmente del suministro de gas ruso y obtiene la mayor parte de su gas de Noruega y Catar, su factura energética depende en gran medida de los precios europeos del gas. Brexit o no, el Reino Unido depende por tanto de los precios europeos. La disminución de los suministros rusos ha tenido, también un impacto significativo en el Reino Unido.

La crisis de un modelo

Pero ese choque inflacionista externo no ha afectado a una economía sana. La crisis de 2008 ha golpeado el corazón del modelo de crecimiento neoliberal británico: el sector financiero. En un intento de sortear el problema, los Gobiernos de David Cameron (2010-2016) pusieron en marcha una estrategia basada en el desarrollo inmobiliario, pero también de los servicios a las empresas y a las personas. Era lo que él llamaba la "Gran Sociedad": una nueva ola de privatizaciones y liberalización del mercado laboral que abría mercados y creaba empleo en esos sectores. Durante un tiempo, la estrategia pudo haber sido una ilusión, con una tasa de crecimiento ligeramente superior a la del continente.

Pero en realidad, el Reino Unido estaba quemando todos sus cartuchos. La productividad laboral se ralentizaba claramente, hasta un punto nunca visto en el mundo desarrollado. En consecuencia, las empresas dependían cada vez más de la moderación salarial y de las entradas de capital para ser rentables. 

Para garantizar esos flujos, era necesario mantener los tipos impositivos muy bajos y reducir al mismo tiempo el gasto público. Como, a pesar de todo, esta estrategia no produjo suficiente crecimiento para reponer las arcas del Estado, el país se hundió en una austeridad generalizada y en un doble déficit, presupuestario y por cuenta corriente.

Se sentaron entonces las bases del actual drama británico: un modelo económico inestable, una austeridad sin fin y una severa moderación salarial. En este contexto, es innegable que el Brexit supuso un primer golpe para la economía británica al reducir las entradas de capital, ya que el mercado del Reino Unido dejó de ser la puerta de entrada al mercado más amplio de la UE.

Pero, Brexit o no, el modelo era social y económicamente insostenible. La salida de la UE no hizo más que acelerar las dificultades. E incluso entonces, sólo moderadamente. A pesar del referéndum de 2016, la economía británica creció entre 2017 y 2019 a un ritmo cercano al de Francia, por ejemplo. La burbuja inmobiliaria siguió inflándose y la baja productividad siguió creando empleos, ciertamente mal pagados y precarios, pero que permiten sostener el consumo en parte gracias al endeudamiento.

Las contradicciones del capitalismo británico

El verdadero desencadenante de la crisis fue la inflación importada antes mencionada. Con la aparición de la inflación, todo el equilibrio, ya precario, de la economía británica queda en entredicho. El sistema productivo está atrapado entre varios requerimientos contradictorios. Las empresas no pueden contar con el aumento de la productividad para compensar la subida de los costes energéticos, por lo que no tienen más remedio que repercutir esos incrementos en los precios, lo que explica una dinámica inflacionista de los servicios más elevada que en el continente y, por tanto, un nivel de inflación elevado.

Pero esos aumentos de precios son insostenibles para una población activa que ya lleva una década de moderación salarial. Así pues, la inflación ha hecho resurgir los conflictos sociales en torno a los salarios. También en este caso, el capitalismo británico se enfrenta a contradicciones.

Por un lado, el país se encuentra estadísticamente en pleno empleo, con una tasa de paro del 3,5%, y por otro, las condiciones de este pleno empleo son salarios bajos y condiciones de trabajo degradadas. Esta es una de las razones por las que el Reino Unido ha visto aumentar su tasa de inactividad entre 2020 y 2022 (+0,7 puntos), debido sobre todo al aumento de enfermedades de larga duración (una situación que también podría explicarse por el deterioro del NHS, donde las listas de espera alcanzaron las 380.000 personas en julio de 2022).

Pero con la productividad baja y la presión de los costes energéticos alta, todo aumento salarial nominal afecta a la rentabilidad de las empresas. El resultado es que los aumentos salariales nominales son demasiado altos para las empresas pero no lo suficiente para los empleados. A lo largo del año 2022, según la ONS, el Instituto Nacional de Estadística del Reino Unido, los salarios cayeron una media del 2,7%, pero la caída fue aún mayor a mediados de año. 

En consecuencia, el consumo de los hogares disminuyó en los tres primeros trimestres de 2022, con una caída del 2,9% en el tercero. Este declive es el principal motor de la recesión actual. En el tercer trimestre, el PIB británico cayó un 0,1%, principalmente como consecuencia de este ajuste del consumo. Y esto podría continuar durante varios trimestres.

Pero eso no es todo. Con la inflación en alza, el Banco de Inglaterra ha empezado a subir los tipos, al igual que la Reserva Federal americana o el Banco Central Europeo (BCE). El tipo básico del Reino Unido ha subido durante 2022 del 0,1% al 3,5%. Esto tiene importantes implicaciones para un país en el que la deuda de los hogares representa el 86% del PIB (frente al 67% en Francia) y se centra en el mercado inmobiliario. El sistema de crédito británico prevé que los tipos sean negociables cada seis meses, lo que probablemente supondrá una presión aún mayor sobre los ingresos de los hogares.

El mercado inmobiliario también ha empezado a moverse. Los precios nacionales aún han alcanzado en diciembre un 2,8% interanual, pero llevan cuatro meses bajando. Según algunas web de corredores inmobiliarios, la demanda ha caído un 50%. La burbuja inmobiliaria ha sido el pilar del crecimiento británico durante la última década, creando servicios directos e indirectos y actividad en la construcción. Pero se basaba en tipos bajos.

Las políticas públicas, entre la austeridad y los recortes fiscales

En fin, last but not least, la inflación está presionando al Gobierno. Como ya se ha dicho, el modelo británico se basa en una agresiva estrategia fiscal para atraer capital extranjero. Pero como ese capital se invierte en sectores de baja productividad, esta política sale perdiendo e implica una huida hacia delante constante.

Semejantes políticas sólo pueden dejar perplejos a los mercados financieros, que ahora se ven privados de la garantía final del Banco de Inglaterra y, en consecuencia, se muestran más vigilantes. Fueron ellos quienes zanjaron el debate de este verano en el Partido Conservador entre Liz Truss y Rishi Sunak sobre la continuación de estas políticas. Truss ganó la batalla interna con una doctrina de recortes fiscales continuados, pero fue castigada por los mercados en septiembre. 

Rishi Sunak, tras haber llegado a Downing Street sobre las ruinas de la doctrina Truss, confirmó la subida prevista del tipo del impuesto de sociedades, pero también una nueva vuelta de tuerca de austeridad. Todo ello para contentar a los mercados. Sin embargo, el estado de los servicios públicos ya se ha deteriorado como consecuencia de cuarenta años de falta de inversión y los empleados públicos también luchan por sus salarios. De ahí la profunda crisis del servicio nacional de salud en particular.

Una vez más, las contradicciones del modelo británico se ciernen sobre el nuevo primer ministro: cualquier inversión en servicios públicos y cualquier aumento de los salarios públicos le expone a un ataque de los mercados financieros, pero mantener una política de austeridad significa destruir los servicios públicos, que desempeñan un papel importante en el atractivo y la cohesión social del país.

La situación británica, como vemos, no es una simple crisis cíclica, es una crisis de modelo. "El Reino Unido no está en una recesión coyuntural, sino en un agujero estructural", resumió la economista de la Universidad de Cambridge Diane Coyle en una entrevista con el Financial Times. Como modelo de la economía neoliberal post-industrial, el país se está convirtiendo lógicamente en la avanzadilla de la crisis de este régimen de acumulación.

Una crisis estructural

En este contexto, está claro que el problema principal del país no es el Brexit. Es cierto que la salida de la UE haya podido, puntualmente, agravar la crisis, sobre todo al reducir los flujos de capital entrantes. Pero ninguno de los grandes problemas actuales del Reino Unido puede explicarse por el Brexit.

La inflación se debe más a la dependencia del Reino Unido de los precios europeos del gas que a problemas de suministro. Aunque esto último puede existir, y de hecho el comercio con la UE se redujo a principios de año, en octubre de 2022 las importaciones procedentes de la UE aumentaron un 37% interanual. En general, es el comercio mundial en su conjunto el que está desestabilizado.

Además, la pertenencia a la UE tiene poco que ver con la cuestión de los salarios o la política presupuestaria. Londres gozaba en la UE de un régimen que le eximía de incorporarse a la eurozona y evitaba así cualquier forma de supervisión por parte de Bruselas (ahora suspendida) o dependencia del BCE.

Es cierto que el Brexit puede haber afectado a la caída de la libra a través de la confianza de los inversores y empeorar la situación, pero hay que recordar que antes de 2016, el déficit por cuenta corriente británico era superior al actual: más del 5% del PIB en 2014-2016, frente al 3,5% de 2022. La confianza en la economía británica también se deteriora por razones más estructurales.

Por último, la crisis británica es también la de un sistema político que parece incapaz de plantearse cómo superar un modelo que hace aguas por todas partes. La debilidad del debate en el seno del Partido Conservador de este verano y el regreso de las viejas recetas, primero bajadas de impuestos y luego austeridad, en otoño, también demostraron esta crisis de competencias.

La clave del problema británico, y en general del capitalismo contemporáneo, es la productividad. Porque los políticos británicos no saben cómo impulsar la productividad, lo que significaría pasar a un periodo de desempleo masivo. No es seguro que quieran eso. En todas partes hay callejones sin salida y contradicciones que la falta de visión de la clase política hace insolubles. Esta situación no es exclusiva de nuestros vecinos del otro lado del Canal, sólo parecen estar un poco más avanzados en el proceso.

Es en estos momentos así cuando suelen aparecer grandes crisis sociales y políticas. Porque, como señala Panicos Demetriades, ex director del Banco Central de Chipre, en una entrevista al Financial Times, el Reino Unido vuelve a ser, como hace cincuenta años, el "enfermo" de la economía mundial.

La desconfianza que marcan las elecciones británicas refleja la crisis de credibilidad y la desafección ciudadana desde el 'Brexit'

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Traducción de Miguel López

 

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