Oppenheimer, el hombre que robó el rayo a los dioses

J. Robert Oppenheimer.

Pablo Francescutti (Agencia SINC)

En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, la fama de Robert Oppenheimer rivalizaba con la de Einstein. El director científico del Proyecto Manhattan aparecía en las portadas de la prensa como el ‘padre’ de la bomba atómica. Su posterior arrepentimiento por haber construido un arma ultradestructiva acrecentó su popularidad al personificar los dilemas morales de la Guerra Fría. Ahora que la sombra del conflicto nuclear se cierne sobre el planeta y la carrera armamentista se reaviva, la publicación de su biografía, Prometeo americano, no puede ser más oportuna.

Nacido en una acaudalada familia judía de Nueva Jersey (EEUU), fue un niño enfermizo y un joven atormentado. Más bien parecía destinado al diván del psicoanalista que a los estrados de los foros internacionales; y, sin embargo, su inteligencia privilegiada, sumado al apoyo familiar que le costeó la mejor educación, le permitió convertirse en la promesa de la física estadounidense.

Hacía falta un hombre capaz de solventar el diseño y construcción de un explosivo atómico. Ahí entró Oppie, como le apodaban

La oportunidad de su vida se presentó en octubre de 1942. El gobierno de Franklin D. Roosevelt, resuelto a construir un arma atómica antes que los alemanes, puso en marcha el Proyecto Manhattan. Hacía falta un hombre capaz de solventar el diseño y construcción de un explosivo atómico. Ahí entró Oppie, como le apodaban. Pese a ser un físico teórico, se las apañó para coordinar los talentos intelectuales y prácticos de las luminarias que reunió en el laboratorio de Los Alamos (Nuevo México). El 16 de julio de 1945, sus esfuerzos fructificaron en la detonación de la primera bomba A. Poco más tarde, otras similares estallaron sobre Hiroshima y Nagasaki.

Las dudas de Oppenheimer sobre el bombardeo de poblaciones civiles se dispararon al trascender que los japoneses estaban a punto de rendirse y que la Bomba (ahora con mayúscula) se arrojó para intimidar a la Unión Soviética. “Los físicos han conocido el pecado”, declaró en una admisión de culpa que impulsó el rechazo a las armas nucleares y a la subordinación de la ciencia a los militares.

Muchos veían con buenos ojos su propuesta de evitar una carrera armamentista a través de un acuerdo internacional

Sus aprensiones las compartían importantes personalidades del establishment, según revela el minucioso trabajo de sus biógrafos, el escritor Kai Bird, y el historiador Martin Sherwin. Muchos veían con buenos ojos su propuesta de evitar una carrera armamentista a través de un acuerdo internacional que prohibiese la fabricación de armas nucleares y fijase controles internacionales para asegurar su cumplimiento. Pero los halcones de Estados Unidos en absoluto iban a renunciar a la momentánea supremacía bélica que les daba la Bomba y boicotearon las negociaciones con los soviéticos.

Acoso y desprestigio

Oppenheimer reanudó sus cuestionamientos en 1952, cuando el gobierno dispuso la creación de la todavía más devastadora bomba H. De inmediato, fue objeto de una campaña de desprestigio que culminó en uno de los episodios más bochornosos de la ciencia moderna. Y en ella se lució el archivillano de esta biografía: Lewis Strauss, el presidente de la Comisión de Energía Atómica (CEA). Movido por celos personales y paranoias anticomunistas, fraguó un remedo de juicio en la CEA con el propósito de expulsarlo de la agencia y, sobre todo, de arruinar su reputación

Movido por celos personales y paranoias anticomunistas, Lewis Strauss fraguó un remedo de juicio en la CEA

Los biógrafos, que tardaron 25 años en escribir Prometeo Americano, han recopilado una masa de información sobre el acoso sufrido por Oppie. Nunca le perdonaron sus escarceos juveniles con el Partido Comunista. Desde el instante en que encabezó el Proyecto Manhattan el FBI interceptó sus llamadas, lo interrogó repetidas veces y presionó a su entorno para que lo denunciara. Pero no había ninguna verdad oculta; el sospechoso se había alejado del comunismo y girado hacia el liberalismo progresista. A sus inquisidores les daba igual. En 1953, Strass y el FBI le sometieron a una auditoria espuria, pinchando los teléfonos de sus abogados y poniéndoles trabas para entorpecer su defensa. El incriminado se desmoronó y, tras ser declarado un riesgo de seguridad, se le vetó en la CEA.

La investigación de esta institución recordaba a la caza de brujas del siglo XVII. Pero bajo la aparente histeria se desplegaba la planificada ofensiva del ala conservadora de la clase dirigente contra su ala liberal, de la cual Oppenheimer era su emblemático exponente. El otro objetivo consistía en dar una lección a los científicos que osaban cuestionar al poder, en vez de trabajar a su servicio sin chistar. Y consiguieron sus metas, aunque una parte importante de la opinión pública mundial vio en el veredicto condenatorio la reedición del proceso a Galileo en clave de Guerra Fría.

Consistía en dar una lección a los científicos que osaban cuestionar al poder, en vez de trabajar a su servicio sin chistar

Pese a que los presidentes Kennedy y Johnson lo rehabilitaron, Oppenhaimer no se recuperó del golpe. Se refugió en las tareas académicas y se empeñó en mantener un perfil político bajo. Murió en 1967, sin obtener el Premio Nobel, cosa que algunos atribuyeron a su ‘paternidad’ de la Bomba, y otros a su desigual producción científica. Con todo, realizó una notable contribución a la mecánica cuántica con la aproximación de Born-Oppenheimer, y a la astrofísica con el modelo Oppenheimer-Snyder, que anticipó los agujeros negros.

Memoria de un héroe trágico

Fue, sobre todo, un gran gestor y un inspirador de estudiantes que marcarían hitos en física. Durante 29 años dirigió el Institute for Advanced Study en Princeton, y lo transformó en un cónclave de lo más granado de la ciencia y las humanidades (dentro sus muros John Von Neumann armó el ordenador más rápido del mundo).

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La enjundiosa biografía, premiada con el Pulitzer y basada en documentos desclasificados y más de un centenar de entrevistas, pinta el retrato poliédrico de alguien que se arriesgó para proteger a sus amigos, y sin embargo informó a las autoridades del izquierdismo de otros. En ocasiones parecía un nerd de Big Bang Theory: despistado, desgarbado o pedante repelente; en otras, se mostraba carismático, afectivo, gracioso; y a toda hora, muy ambicioso. Como un héroe trágico, su ambición fue su perdición: se lo reprochaba Einstein, molesto por su afán por codearse con los poderosos.

A sus andanzas se le dedicaron varias obras de teatros, y ahora el biopic que Christopher Nolan estrenará en los próximos meses. La persistente atracción de su figura no resulta demasiado difícil de explicar: lo que nos sigue fascinando es el mito, el mito del sabio que, tras arrimarse al poder para alcanzar la gloria, afronta dolorosamente las consecuencias éticas de su pacto con el diablo.

Este artículo fue publicado originalmente en la Agencia Sinc, la agencia de noticias científicas de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.

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