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Paul Schrader da con ‘El maestro jardinero’ un cierre tibio a su trilogía de hombres (letra)heridos

Fotograma de 'El maestro jardinero'.

Paul Schrader ha hecho tres veces la misma película. En todas da la sensación de que el cineasta, de 76 años, se está contando a sí mismo. A través de un cura, un timador y un criminal reinsertado, todos ellos veteranos de guerra de una u otra forma, el director, guionista e histórico colaborador de Martin Scorsese ha canalizado en los últimos años su miedo al vacío, al fin del mundo y al folio en blanco. Con El maestro jardinero, que se estrena esta semana en cines, Schrader pone la guinda a ese notable catálogo de hombres (letra)heridos.

Como El reverendo y El contador de cartas, las dos primeras entregas de la trilogía, esta última película de Paul Schrader orbita alrededor de un hombre que escribe. Su nombre en esta ocasión es Narvel Roth, un antiguo neonazi interpretado por Joel Edgerton que, mediante un programa de protección de testigos, ha acabado al frente del equipo de jardineros que cuida de una lustrosa finca propiedad de una rica viuda (Sigourney Weaver).

A la hora de realizar, Schrader —que escribió el libreto de películas canónicas como Toro Salvaje o Taxi Driverno es tan fiel a la electricidad de Scorsese como a su propia doctrina, ese estilo trascendental que tituló su famoso libro. Aunque hace medio siglo de su publicación, el manual, que el de Míchigan extrajo en especial de la cinematografía de los maestros europeos y asiáticos, es fácilmente reconocible en las formas y actitudes que Schrader adopta frente a la peripecia de Narvel.

El decálogo al que se consagra el cineasta en el clímax de su trilogía es, como se ha vuelto costumbre, circunspecto, apasionado y genuinamente fascista —en la misma medida en que lo fue también el escritor y golpista japonés Yukio Mishima, a cuya figura Schrader dedicó una de sus mejores películas—. La recién estrenada El maestro jardinero arrastra el mismo cilicio; sin embargo, más que una película mortificada es mortecina.

A primera vista, los personajes que Ethan Hawke, Oscar Isaac y Joel Edgerton han encarnado en la trilogía de Schrader son idénticos. Hombres trastornados, impasibles y falsamente ajenos al mundo. Individuos producto del estado social psicopático de los Estados Unidos post-Irak que se recluyen en sus diarios, deseosos en secreto de que alguien lance una bengala que los traiga de vuelta a la luz y los reencuentre en el exterior con su naturaleza violenta.

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No obstante, por primera vez desde que su estudio de los hombres traumados que se relatan a sí mismos a través del lenguaje empezara en 2017, el trasunto de Schrader es tibio. Aunque en Narvel se divisan de refilón los motivos de la penitencia masturbatoria y la pulsión de muerte, que no es deseo de morir sino de perseguir el placer con intensidad autodestructiva, al protagonista de El maestro jardinero le falta algo.

Paul Schrader presentó la película el pasado septiembre en el Festival de Cine de Venecia, donde también recibió un León de Oro de honor en reconocimiento a su carrera. El homenaje le llega al director —que, con una salud delicada, podría haber firmado su última película— de la mano de una cinta ejecutada en piloto automático, que no termina de agarrar la fuerza temática de El reverendo ni la implacabilidad de El contador de cartas. Pese a su inquietante conexión con el supremacismo blanco, en El maestro jardinero no hace ni frío ni calor.

Durante el rodaje de este último filme, Schrader acabó amarrado a un tanque de oxígeno y con un parche en el ojo por un desprendimiento de retina. A estas alturas, tal vez tenga más sentido entender el cine del estadounidense no como un examen de estilo o un esfuerzo narrativo, sino como un ejercicio de expiación. Visto así, lo que parece liviandad en El maestro jardinero empieza a sentirse como la consecución de una ansiada paz. De esta manera cierra el cineasta la saga, al igual que los hombres sucintos y rotos de su trilogía cierran las tapas de los cuadernos donde vuelcan sus pecados para zafarse de su peso. Paul: te absolvemos.

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