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El odio vence a Sigrid Kaag: la viceprimera ministra holandesa deja la política tras una feroz campaña ultra

Sigrid Kaag espera el inicio de una reunión de ministros europeos de Finanzas en el Consejo de Asuntos Económicos y Financieros de la UE.

Sigrid Kaag (Rijswijk, 1961), viceprimera ministra holandesa y ministra de Finanzas, abandona la política asqueada de pasar años de amenazas y ataques de la ultraderecha, negacionistas y antivacunas. Kaag es una de las primeras dirigentes europeas que abandona por el odio de los grupos ultras. Su vida se había convertido en un infierno. La violencia política de los ultras holandeses se cobra una pieza de mucho calibre, una de las favoritas para encabezar el Gobierno después de las próximas elecciones legislativas de noviembre. Un caso que debería hacer que suenen todas las alarmas europeas.

Kaag tomó las riendas de D66, la formación liberal-progresista holandesa (justo a la izquierda de los liberal-conservadores del primer ministro ahora dimitido Mark Rutte) en septiembre de 2020, justo en la segunda oleada de la pandemia. Su inesperado éxito electoral, colocando a su partido en segunda posición con el 15% de los votos, superando a la extrema derecha y sólo por detrás de Rutte. Ese resultado la llevó a convertirse en la segunda de Rutte y a hacerse con el Ministerio de Finanzas.

Era el ala izquierda del Gobierno, compartido con Rutte, con los democristianos y con los luteranos, cuando empezaron los ataques de la ultraderecha, de los antivacunas, de los negacionistas del clima porque Kaag tenía un perfil que odian los complotistas: alta funcionaria de Naciones Unidas, europeísta hasta el federalismo, casada con un palestino.

Los insultos empezaron a llover. Era la “migracionista”, la “cosmopolita”, la “globalista”. ¿Les suena? La clase política holandesa vivió hasta hace muy poco sin apenas medidas de seguridad. 2021 y 2022 vieron cómo arreciaban los insultos y los ataques. En 2023 todo empezó a degenerar. Una manifestación de agricultores, armados con antorchas, le impidió acudir a un mitin. Se enfrentó a ellos a pecho descubierto, sin escoltas. Rozó la desgracia aquel día.

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Los insultos no pasaron al ataque físico de milagro aunque un ultra se presentó a la puerta de su domicilio con una antorcha para pegarle fuego. Kaag intentó hablar con manifestantes amenazantes en varias ocasiones pero era imposible, sólo recibía insultos. Si en Bruselas y en otras capitales europeas -como durante su última visita a Madrid- sonreía, en su país su imagen era siempre crispada, de tensión.

Kaag no lo contaba en público pero le llovían las amenazas de muerte. Entrevistadas por la televisión pública, sus dos hijas, en la veintena y físicamente una mezcla entre su padre árabe palestino y su madre rubia holandesa confesaron que temían que su madre fuera asesinada. No era una exageración porque no sería la primera víctima mortal de la política holandesa de los últimos años. Hace dos décadas fue asesinado el ultraderecha Pim Fortuyn. La ministra Els Borst, del mismo partido que Kaag, fue asesinada en 2002.

Los medios holandeses detectan desde hace años, con el ascenso de la ultraderecha y sus discursos de incitación al odio se normaliza una violencia de baja intensidad que puede terminar por pasar al asesinato. Antoine Guéry, portavoz del líder de los liberales en el Parlamento Europeo, contaba la vida de Kaag esta semana en Twitter y reflexionaba: “Si seguimos tolerando una legitimación de la violencia política ocurrirán dramas y sobre todo personas de calidad seguirán abandonando el campo político. Nos quedaremos con los ambiciosos y los tarados. No nos merecemos eso”.

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