TÓMATELO CON FILOSOFÍA
La importancia de no ser tolerante con los intolerantes o qué es la paradoja de Popper
La tolerancia constituye un valor fundamental en cualquier sociedad democrática. En el ámbito político, esta palabra se cuela de manera habitual en programas de los partidos o los mítines y discursos de los políticos. Sin embargo, resulta irónico que estos mismos a menudo apliquen la tolerancia de manera selectiva, exigiéndola para sus propias ideas y posturas, mientras rechazan las de sus oponentes. Esta demanda continua y generalizada de tolerancia nos puede llevar a preguntarnos, ¿hasta dónde debe llegar nuestra tolerancia? ¿Son todas las posturas tolerables?
A pesar de la profundidad y dificultad de este debate, Karl Popper lo tenía claro, no se debe tolerar al intolerante. Este filósofo austríaco es quien describe la paradoja de la tolerancia en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, publicado en 1945. Aquí explica cómo “la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia”, es decir, que si una sociedad tiene tolerancia ilimitada con aquellos que son intolerantes, “el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.
Popper tenía claro que un buen régimen democrático debe ser inclusivo y permisivo, pero siempre dentro de unos límites. El mejor ejemplo para argumentar esto, según Felipe Curcó Cobos, investigador y profesor del Departamento de Ciencia Política del ITAM, México, es imaginar “el carácter destructivo que podría tener una democracia que no fijara límites”. Curcó Cobos explica a infoLibre cómo dentro de una democracia en la que todo fuera permitido, la propia población podría elegir reducir sus derechos y cambiar la democracia por un régimen totalitario.
¿Quiénes son los verdaderos intolerantes?
El problema de esta paradoja es que no se define quién es el intolerante. “¿En el caso de España quién sería el intolerante, Vox o Sumar?”, se pregunta Mario Lagomarsino Montoya, profesor y filósofo en la Universidad de las Américas y la Universidad de Valparaíso. Este filósofo reflexiona sobre cómo en el siglo XXI las sociedades son muy heterogéneas y ya casi nunca se está de acuerdo en algo por unanimidad, por lo que para responder a la pregunta de ¿quién es el intolerante? “cada sociedad, con sus particularidades, tradiciones y desafíos debería definir unos mínimos que no se vayan a tolerar”.
Más allá de los límites que se puedan establecer a nivel nacional, podríamos hablar de unos estándares mínimos a nivel internacional que la mayoría de las sociedades contemporáneas reconocen como intolerables. Estos son cuestiones como “la xenofobia, la discriminación de las minorías sexuales o incluso la aporofobia”, según Lagomarsino Montoya. Añade también que hoy en día “muchos políticos ya han hecho su carrera utilizando estos temas” y van “contra el más pobre, contra el migrante que viene del Mediterráneo…”.
Leonardo González, filósofo en la Universidad El Bosque, explica cómo a pesar de que “podemos tener razones para aceptar un discurso político discriminatorio y excluyente (homofóbico, racista, misógino)” porque encontramos importante la libertad de expresión, se pueden tener razones para rechazar estos discursos porque son ofensivos y atentan contra la dignidad de otras personas. “Al evitar discursos intolerantes estamos violando las libertades de otros, pero aceptarlos es permitir la violación de la dignidad de otras personas”, apunta. Por su parte, Rafael Alcácer Guirao, profesor de Derecho penal en la Universidad Rey Juan Carlos, expone en un artículo sobre los discursos de odio en las sociedades democráticas cómo “el racismo o el antisemitismo son manifestaciones extremas de ese discurso de odio”, pero también podrían incluirse “el ideario de un partido de extrema derecha que propone la medida de expulsar a todos los inmigrantes ilegales” o “la propuesta de un grupo ultra religioso que postula el rechazo social e institucional de las personas transexuales”.
La (casi) intolerancia en el discurso político
Lagomarsino Montoya considera que, pese a la existencia de las bases internacionales sentadas en torno a la intolerancia, hay hoy en día políticos y partidos que se mueven entre lo tolerante y lo intolerante en sus propuestas y medidas. A nivel europeo pone como ejemplo el caso de Viktor Orbán —primer ministro de Hungría— y en el caso español pone el foco en los recientes discursos de Vox. En concreto señala intervenciones de políticos como Iván Espinosa de los Monteros, quien señala a los extranjeros como principales comedores de delitos. Sin cruzar ninguna línea legal (aunque sí moral), Lagomarsino Montoya cree que “este tipo de discursos son simplemente inaceptables, yo no puedo echar a toda la gente porque tiene un color de piel distinto o porque viene de otra parte”. A pesar de que resalta en entrevista con infoLibre que este autor “no vivió los problemas que tenemos hoy”, está seguro de que “la xenofobia, el predominio del mercado sobre la sociedad civil o el prendimiento de los mercados financieros sobre los que producen bienes” para él serían “fallos de la sociedad que deben ser corregidos”.
Para Popper “el realismo crítico y la sociedad abierta” son las mejores opciones, según explica María Angélica Salmerón Jiménez, profesora de filosofía en la Universidad Veracruzana. Salmerón Jiménez recalca la importancia de mantenernos en una “sociedad abierta” —o lo que es lo mismo, una democracia— que permita la crítica, el cambio y la movilidad. Esta apertura permitiría “preservar en su seno las ideas de imparcialidad, tolerancia y responsabilidad”, que son la base para “preservar la libertad del hombre”. Advierte también del peligro de “los constructores de una sociedad cerrada”, que buscan “estandarizar la vida social imponiendo comportamientos que controlan la diversidad del pensamiento”. En una sociedad de este tipo no habría “necesidad de diferencias, sino que incluso estas serían nefastas para la consecución” del proyecto.
¿Por qué se permite la intolerancia?
A pesar de que parece no haber motivos razonables para tolerar acciones intolerantes, en la sociedad actual nos encontramos con ejemplos a menudo. Leonardo González reflexiona sobre esto, y explica que “gracias al pluralismo, convivimos con personas que tienen distintas concepciones de bien”, y esta diversidad “también genera una fragmentación de la sociedad que muchas veces conlleva conflictos entre grupos que se manifiestan en acciones intolerantes”.
González cree que la aceptación de la intolerancia se debe a que “la sociedad opera con una noción privada de tolerancia: el grupo afectado exige tolerancia con sus intereses particulares; asimismo, el grupo o la persona intolerante, amparado en la tolerancia, también la exige para sus manifestaciones intolerantes”. Mientras, el resto de la sociedad parece ser indiferente al conflicto porque lo consideran un asunto privado, lo que hace “que las acciones intolerantes sean ‘permitidas’ en la sociedad”.
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Podría parecer que lo que Popper nos está pidiendo es que silenciamos los discursos que no son tolerantes, pero esto no es del todo cierto. Esta paradoja podría ser usada para censurar las ideas de cualquier partido político, pues siempre va a ser considerado por su contrario como “intolerante”. Pero Popper escribió: “Con este planteamiento no queremos, significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente”.
El filósofo no buscaba que se silenciaran opiniones controvertidas, sino que estas se argumentaran y disctutieran. Felipe Curcó Cobos recuerda que para el autor el verdadero riesgo con las posiciones extremistas es “que lleven al extremismo a quienes no lo son o que lleven a la intolerancia a quienes no lo son”. Por su parte, María Angélica Salmerón Jiménez añade a esto lo clave que es el “pensamiento crítico racional”, pues es lo que nos brinda “la oportunidad de edificar sociedades cada vez más libres y justas y, en este sentido, más humanas”.
La educación como barrera
En una sociedad tan globalizada e interconectada, Mario Lagomarsino Montoya tiene claro que la tolerancia es fundamental para una convivencia pacífica en la que reine el respeto mutuo. No es suficiente que los intelectuales tengan claros estos límites si “no se baja a las grandes poblaciones, que son finalmente las que deciden” y eligen a sus representantes políticos —quienes pueden hacer uso de discursos intolerantes o que se acercan a la intolerancia—. Por ello cree que la clave para conseguir se encuentra en la educación, y defiende que se incluya en los currículos de los colegios el pensamiento crítico para que los niños no sucumban “a los discursos oportunistas que buscan obtener una posición de poder”.