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'Orlando, mi biografía política' o cómo rodar la vida del filósofo trans Paul B Preciado

Fotograma de 'Orlando, mi biografía política'.

Alguien le preguntó: “¿Por qué no escribes tu biografía?”. Y Paul B. Preciado contestó: “Porque la capulla de Virginia Woolf la escribió por mí en 1928”. Es la versión que el filósofo burgalés ofrece de un encargo de filmar la historia de su vida que ha desembocado en Orlando, mi biografía política. Le pidieron un biopic y ha entregado un manifiesto. Uno dedicado a Woolf y a diversas e incontables reencarnaciones contemporáneas de su Orlando; también uno con preguntas muy poderosas y, tal vez, las respuestas demasiado claras.

La novela de la escritora inglesa, una parodia de las biografías de tradición patriarcal, estaba protagonizada por un joven aristócrata que atravesaba siglos de la historia británica para, después de un sueño de siete días, despertarse como una mujer. En la película —que llega a los cines esta semana—, Preciado dialoga con Woolf para contarle desde el futuro que el mundo está lleno de Orlandos.

Y ese diálogo, que es al mismo tiempo confesional y público, es la espina dorsal del filme, a lo largo del cual el filósofo entremezcla momentos de la novela y fragmentos de su propia producción literaria desde una perpetua voz en off. Por debajo de su narración desfilan hasta quince Orlandos distintos, contándolo a él: personas trans o no binarias que adoptan para la cámara la máscara del personaje para escenificar, retorcer, actualizar y subvertir momentos de la novela pionera de Woolf, enfrentándolos a la realidad del orden cisheteropatriarcal y sus tecnologías de opresión.

Para Preciado, la vida orlandesca —entendida como la vida que se navega desde la transición y la metamorfosis— es un asunto que atañe a todos, todas y todes. Guiado por esa convicción, el cineasta debutante compone una ristra de viñetas de ficción donde las verdades múltiples se encuentran por vía del artificio, de manera que la negación sistemática de las historias personales trans y no binarias puedan ser reparadas radicalmente, a través de una historia colectiva.

La pregunta que vertebra la película es poderosa y más que evidente, pues la formula el propio Paul en su misiva a Virginia Woolf: “¿Cómo filmar, hoy en día, la biografía de una persona trans?”. La respuesta llega enseguida y sorprende, sí, pero por estar incluso demasiado a la vista.

Mientras la voz del director chapotea por muchos de los hallazgos de su exitosa obra escrita, reconocida por saber hallar nuevas vías para sacar del ostracismo unas historias de vida históricamente silenciadas, lo que discurre por debajo —con énfasis, de nuevo, en esa jerarquía oído-vista— es un desconcertante apego por formas encontradas, ya inventadas.

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De alguna manera, Orlando, mi biografía política es un mero fondo para la obra existente de Preciado. Visualmente, la película almacena ideas, las contiene, pero son ideas previas: las propias imágenes nunca alcanzan a funcionar como pensamientos en sí mismos. Esa forma de “filmar hoy en día la biografía de una persona trans” no se materializa en una ruptura auténtica, sino en préstamos nostálgicos hipotecados a los documentales de Agnès Varda y el cine-ensayo maoísta del 68 francés.

La película solo atina a punzar el lenguaje cinematográfico convencional —y, por tanto, cómplice de todas las codificaciones sociales estrechas de los sujetos y los cuerpos— desvelando los mecanismos de la enunciación que construyen el texto: técnicos, micros de pértiga, fondos falsos... Es una estrategia vieja y barata cimentada en la creencia de que a) solo existe un opuesto posible y unívoco, el cine académico del trampantojo de escuela norteamericana, y b) ese trampantojo ha tenido alguna vez verdaderos efectos hipnóticos e irresistibles sobre el público cinematográfico y los sigue teniendo aún en 2023. Cuesta creerlo.

En consecuencia, y quizá salvo para el propio escritor y cineasta, Orlando, mi biografía política funciona mejor como un resumen audiovisual de su filosofía no binaria, aligerado con luces y sonidos para facilitar la entrada a audiencias no iniciadas que puedan engrosar después su lectorado. Por lo demás, es más recomendable seguir encontrándose con el genio de Paul B. Preciado en las páginas de sus libros que en la sala de cine.

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