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Restricciones de agua, facturas más altas y "mala gestión" en la peor sequía que sufre Cataluña

Iglesia de Sant Romà de Sau en el pantano de Sau en Vilanova de Sau, Barcelona que queda al descubierto por la sequía

Cataluña sufre la peor sequía de su historia. Con más de la mitad del territorio afectado, el nivel de los embalses bajo mínimos y seis millones de personas con restricciones de agua, esta comunidad atraviesa el episodio más severo del que se tiene constancia. Hace tres años que llueve por debajo de la media, el doble de tiempo que durante la sequía más dura vivida hasta la fecha, la de los años 2005 a 2008. Para revertir la situación, tendría que llover tanto como para inundar Cataluña medio metro. La crisis hídrica se ensaña, en duración e intensidad, y nada parece indicar que la situación vaya a mejorar a corto plazo. Al menos, si continuamos por el mismo camino. 

Esa es la advertencia que lanzan, cada día con más fuerza, las principales organizaciones ecologistas, muy críticas con la gestión del Govern, que desde la semana pasada mantiene en preemergencia por sequía a más de la mitad del territorio catalán. Esto significa que el consumo de agua queda limitado a 210 litros por persona y día, incluido el uso doméstico y también el de actividades comerciales y económicas. Es decir, el cálculo no solo abarca al gasto de agua en casa, sino también el del trabajo o, por ejemplo, el gimnasio. Esta medida afecta a los 202 municipios del área metropolitana de Barcelona y parte de Girona que se abastecen de la cuenca Ter-Llobregat.

Pero eso no es todo. Los recursos hídricos siguen menguando y el estado de las reservas de agua en los embalses de las cuencas internas apenas llegan al 18%, el nivel más bajo registrado nunca. En 2008 se llegó al 21,06% y el mínimo histórico, en 1989, era del 19,1%. En este contexto, las desalinizadoras hace tiempo que funcionan a marchas forzadas, lo que está a punto de repercutir sobre los consumidores: por primera vez en seis años, la factura del agua subirá unos 5 euros en Barcelona y su área metropolitana. Ello a pesar de que, según la OCU, es la región con el agua más cara del Estado. Además, si no caen lluvias abundantes en las próximas semanas y los pantanos siguen vaciándose, la Generalitat se plantea medidas más extremas para garantizar el suministro. La más sonada, llevar en barcos agua del Ebro hasta el puerto de Barcelona, pero ninguna de estas alternativas convence a las organizaciones medioambientales, que han dicho basta.

Tapar las heridas

“La clase política no está a la altura. Todas las actuaciones son para intentar curar de manera bastante precaria las heridas que ya tenemos abiertas”, lamenta en declaraciones a infoLibre el portavoz de Ecologistas en Acción Dídac Navarro. La suya es una de las más de treinta asociaciones que se han unido en un frente común para denunciar la “mala gestión del agua” y la “poca firmeza” del Govern “frente a los intereses económicos y los grandes consumidores”. Forman parte, entre otros, Greenpeace, Agua es Vida, la Federación de Asociaciones Vecinales de Barcelona (FAVB), la Asociación de Municipios y Entidades por el Agua Pública o Cáritas.

De acuerdo con Navarro, se podría haber evitado llegar a la situación actual si se hubiera llevado a cabo una correcta gestión de los recursos hídricos. “El problema no es exclusivamente que llueva menos. Es cierto que estamos en sequía, pero también lo es que durante años se ha ofertado agua y se ha utilizado de manera intensiva en la agroindustria, en el turismo y en el urbanismo desenfrenado. Hemos dado agua a cualquiera que quería y ahora no sabemos cómo contener esta demanda desmedida”, asegura.

A su juicio, es necesaria “una nueva cultura del agua” para hacer frente a este “problema estructural”: “Tenemos que replantearnos cuál es el modelo de gestión del agua que queremos. Repensar a quién damos agua y para qué”. Navarro apuesta de esta forma por priorizar los caudales ecológicos que permiten mantener la biodiversidad de los ecosistemas, así como el agua para el saneamiento, la higiene y el consumo humano. A partir de aquí, propone analizar a gran escala a qué tipo de actividades económicas se da preferencia. “Necesitamos producir alimentos, pero hay que ser conscientes de si son para alimentarnos, para alimentar al ganado o para exportar a otros países”, detalla. Lo mismo se aplica, dice, al turismo, cuyo consumo de agua supera con creces el de los vecinos. Por ejemplo, los turistas que se alojan en hoteles de lujo en Barcelona consumen una media de 500 litros de agua por persona y noche, cinco veces más que quienes viven en la ciudad.

Por su parte, el ambientólogo y doctor en Biodiversidad, Andreu Escrivà, se muestra prudente al valorar para este diario la gestión de la sequía por parte del ejecutivo catalán, pero se expresa en una línea similar a la de Navarro al entender que la coyuntura actual es fruto de “un modelo socioeconómico depredador con el territorio”. “Es un modelo intensivo que utiliza muchísima agua y cuya solución no solo depende de haber tomado una medida antes o después”, opina. Para este experto, urge un “cambio estructural” basado en “el decrecimiento del agua”. 

“Tenemos que ser conscientes de que cuanta menos agua utilicemos y necesitemos, mejor. Aún seguimos con la idea de que necesitamos más agua y no sabemos de dónde sacarla, pero hay que verlo de forma más global. Entender que es un recurso escaso y que la disponibilidad será cada vez menor”, argumenta Escrivà. Defiende así que la sociedad pase de una visión basada en “cómo ofertar agua” a otra en que “cada vez se demande menos este recurso”, ya que, al margen de la crisis climática, “el agua forma parte de un modelo depredador, insostenible y que genera desigualdad”.

De los lobbies a la ciudadanía

Por todo ello, el ambientólogo considera complicado valorar la gestión puntual de la sequía, ya que, a su entender, “para hacerlo bien deberíamos cambiar la manera en que consumimos, cultivamos e incluso viajamos”: “No podemos esperar solucionarlo con un chasquido de dedos”. Además, señala que las medidas que habría que tomar para paliar la situación  topan con determinados poderes territoriales. “Siempre ha habido mucho miedo por parte de algunos gobernantes de plantear el valor real del agua porque hay lobbies muy poderosos, como el agrícola o el de la carne”.

También Ecologistas en Acción detecta una “falta de valentía” en la clase política a la hora de tomar “decisiones que no son sencillas y pasan por un cambio de modelo de crecimiento”. “Es arriesgado porque hay muchos sectores económicos con intereses”, insiste su portavoz. Pero Navarro no solo se refiere a los lobbies. También denuncia la falta de severidad del Govern en lo que se refiere a las sanciones. Critica que el ejecutivo de Pere Aragonès esté siendo “demasiado laxo” con los municipios que consumen más agua de la permitida y que tampoco se haya puesto coto a los grandes consumidores que se saltan las restricciones. “Tenemos muchísimas fugas por la gestión mayoritaria del agua privada. Si no penalizamos este tipo de prácticas, tendrán total impunidad”, resalta.

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Otra de las cuestiones que los expertos ponen sobre la mesa son las campañas de sensibilización que colocan el foco sobre la ciudadanía. Consideran que es positivo sensibilizar a la población y hacer pedagogía sobre el consumo responsable del agua, pero también creen que a menudo se exagera al trasladar la responsabilidad a las personas de a pie.

“Tenemos un gran problema. Hemos puesto mucho énfasis en la vertiente individual del consumo urbano, pero es el que menos peso tiene”, afirma Escrivà. A grandes rasgos, unas tres cuartas partes del gasto de agua lo produce la agricultura, un 15% los usos industriales y sólo el 10% restante representa el consumo doméstico. Por eso, el ambientólogo cuestiona que se ponga el foco en las “acciones individuales”, una estrategia que a su juicio es contraproducente. “No lo estamos haciendo bien. Si incidimos tanto en estos comportamientos, la gente se acaba hartando y existe el riesgo de que se giren en contra”, apunta antes de añadir que, esta táctica, conlleva “la percepción errónea y absolutamente sesgada de que el consumo de agua principal es el nuestro”.

A pesar de todo, Escrivà se muestra optimista con la actual coyuntura y dice estar convencido de que “nunca es tarde” para tratar de revertir la situación de sequía. “Quizás soy idealista, pero nunca es tarde. No tenemos otro hogar, por lo que nunca estará justificado bajar los brazos, siempre tendremos motivos para esforzarnos”, subraya. Eso sí, advierte que “frenar la degradación” no significa “revertirla”: “El cambio climático no lo podemos revertir, pero hay que tratar de frenarlo lo más rápido posible para ralentizarlo y adaptarnos”. Y es que, tal como dice, “queda mucho más por salvar de lo que hemos perdido”. 

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