"He matado a mi novia": el feminicidio que ha generado una ola imparable contra la violencia machista en Italia
El cuerpo sin vida de Giulia Cecchettin fue encontrado el 18 de noviembre en la zona del lago de Barcis, en el norte de Italia. Hacía días que el país seguía atentamente la desaparición de la joven a través de los medios que, durante ese tiempo y en un alarde de sensacionalismo, no dejaron de especular con la posibilidad de que se hubiera fugado con su exnovio. La expareja de Giulia, Filippo Turetta, de su misma edad, había pasado a buscarla el sábado 11 y ninguno de ellos volvió a casa. Pocos días después un vídeo grabado por una cámara de seguridad mostraba al joven golpeando a la víctima y cargándola luego en su coche.
El documento gráfico confirmó lo que muchas expertas en la materia habían advertido desde el principio: aquello no era una fuga de dos jóvenes, era un caso de violencia machista. Pocas horas después de que Italia recibiese la noticia del hallazgo del cuerpo sin vida de Giulia Cecchettin, Turetta fue detenido en Alemania donde vagaba tras haberse quedado sin gasolina y dinero para seguir huyendo. Sus primeras palabras fueron: “He matado a mi novia”.
Giulia tenía 22 años, estaba a punto de graduarse en Ingeniería Biomédica y es la víctima número 87 de violencia de género en Italia. Había dejado a Turetta porque no soportaba su comportamiento controlador y sus celos, pero él insistía para seguir viéndola e intentó, según ha trascendido, evitar su graduación. No soportaba que terminase sus estudios antes que él.
En un audio publicado por su familia, en el intento de demostrar a la justicia que Giulia se sentía ya perseguida antes de ser asesinada, se escucha a la joven desahogarse con sus amigas. “Querría no volver a verlo, que desapareciera de mi vida, pero no sé cómo hacerlo porque me siento culpable, tengo miedo que se haga daño a sí mismo”, dice la víctima. Turetta la convencía de forma obsesiva que ella era lo único importante de su vida y que la esperaría siempre.
Aquella situación la agobiaba profundamente. “Él le hacía chantaje emocional”, explica Cinzia Sciuto, escritora y periodista feminista. “Creo que este caso ha generado una gran reflexión sobre lo que ocurre en una relación antes de que se pase al maltrato físico”, añade. “Pone de relevancia que aún a día de hoy las mujeres italianas se sienten en la obligación de responsabilizarse también de sus exparejas”, dice Flaminia Saccà, profesora de sociología especializada en estudios de género en la Universidad Sapienza de Roma.
Su historia puso en el centro un tema que para una gran parte de la sociedad de este país aún se encontraba en los márgenes: la violencia de género. Y lo hizo por varios motivos. La primera fue la reacción de la familia de Giulia Cecchettin. Su hermana y su padre se enfrentaron a las cámaras, en un país donde la televisión es todavía el medio de difusión más importante, para decir: nuestro objetivo a partir de ahora será que esto no vuelva a ocurrir a ninguna mujer.
Se hizo especialmente viral una intervención de su hermana Elena, de 24 años, en las que afirmaba ante todo el país: “Muchos hablan de él como un monstruo, como un enfermo. Pero él no es un monstruo, porque el monstruo es la excepción dentro de la sociedad, el que sale de los cánones. Él es un hijo sano de la sociedad patriarcal que se alimenta de la cultura de la violación”.
Aquellas palabras resonaron en un país que ha aumentado las penas por violencia de género en los últimos años, pero que no cuenta con jueces ni fuerzas del orden especializados y donde no existe un banco de datos institucional y público que registre de forma unitaria los feminicidios, los asesinatos en los que la mujer es asesinada por el mero hecho de serlo, más allá de haber tenido o no una relación afectiva con su asesino.
Pocos días después y por primera vez en la historia, y este es el segundo gran factor, 500 mil personas salieron a manifestarse en Roma en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Esto puso sobre la mesa que el asesinato machista de Giulia había generado una marea imparable contra la violencia machista en Italia. Generaciones de mujeres que ya antes habían sacado adelante el movimiento feminista en un país que hasta los años 80 incluía el “delito de honor”, por el que un hombre podía obtener una rebaja en la pena tras haber asesinado a su pareja si ella había faltado a su honor, por ejemplo, estando con otro.
Pero este 25N fue especial también en Italia porque significó un despertar para gran parte del sector masculino que hasta ahora se acomodaba en una postura solidaria, pero no activa. “Han salido a la calle muchos hombres que han entendido que sí, la responsabilidad individual de la muerte de Giulia es de Filippo Turetta, pero que la responsabilidad colectiva es de todos, también de ellos”, dice Cinzia Sciuto.
“No tengo claro si el cambio es real, pero estando en contacto con las noticias todos los días, veo que se han incrementado las detenciones, por ejemplo, de hombres que amenazan a sus mujeres. Puede que se esté activando una parte fundamental de esta problemática: la policía”, explica Roberta Giuli, que aquel 18 de noviembre dio la noticia en directo mientras presentaba los informativos de Sky News 24 en Italia.
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“Creo que otro factor que ha sido determinante es la edad tan joven del asesino. Es más fácil justificar la cultura patriarcal de una persona mayor, más difícil de entender en el caso de un veinteañero”, añade Giuli. “Además, en este país se insiste siempre en aumentar las penas, pero… ¿Cómo nadie ve que lo importante es antes, trabajar en la denuncia, en la primera atención a la víctima?”, añade la periodista. Desde que saltó el caso Cecchettin las llamadas al número antiviolencia en Italia, el 1522, han aumentado de 200 al día a 500.
El Gobierno de Giorgia Meloni puso en marcha un acuerdo consensuado con la oposición, dirigida también por una mujer, Elly Schlein del PD, para ampliar el llamado Codice Rosso, la ley de violencia de género en Italia, que recibe ese nombre copiando el término usado en las urgencias de los hospitales. El rojo es el más grave. Se quedan a medias otras medidas propuestas por la oposición para introducir la formación afectiva en las aulas. Italia, a nivel europeo, es uno de los 7 países donde la educación sexual no es obligatoria en las escuelas.
El caso Cecchettin ha generado un despertar en la sociedad italiana que, si no cuenta con una respuesta y una dirección política clara, corre el riesgo de difuminarse, coinciden las tres expertas. “La política de este país, la de izquierdas y la de derechas, no ha conseguido hacer de la lucha feminista una prioridad, una identidad”, explica la profesora Flaminia Saccà. Unas consecuencias que se pagan aún a día de hoy. Está claro que el sistema no pudo salvar a Giulia Cecchettin, pero su caso puede conseguir que algo cambie para salvar a muchas otras.