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"No nos han tratado como a humanos": los palestinos denuncian torturas de Israel en prisión

Edificios derruidos tras un bombardeo en Khan Yunis, en Gaza.

Alice Froussard (Mediapart)

Un autobús del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) lucha por abrirse paso entre la muchedumbre. Lanzan fuegos artificiales, suenan las bocinas de los coches, se ve una marea de banderas y los residentes locales hacen la señal de victoria con los dedos al acercarse los 33 prisioneros palestinos, ya liberados. 

El lunes por la tarde, en el cuarto día de la tregua entre Israel y Hamás, que se rompió el viernes por la mañana, se vivieron escenas de júbilo y emoción similares a las de días anteriores frente al ayuntamiento de Ramala. Al bajar del autobús, los ex detenidos sonreían y abrazaban a sus familias. Todos eran recibidos como héroes y llevados a hombros por sus amigos. 

De repente, uno de los jóvenes se derrumba ante los gritos atónitos de su familia y es reanimado in extremis por los socorristas de la Media Luna Roja Palestina. Ya no podía sostenerse físicamente y acababa de desmayarse. "Agua, traedle agua", grita su madre desde un lado. Otros prisioneros tienen caras cansadas y aspecto de desfallecimiento. Mohammad Nazzal, del pueblo de Qabatiyeh, cerca de Yenín, lleva el brazo en cabestrillo. 

"Fueron los guardias quienes me hicieron esto. Me dieron una paliza hace una semana y desde entonces no puedo mover el brazo. En la cárcel gritaba de dolor y justo antes de salir me volvieron a pegar. No he tenido acceso a nada, a ningún tratamiento", dice el joven de 17 años, añadiendo que la Cruz Roja le vendó cuando salió de la cárcel. Tiene dos dedos de la mano derecha rotos, al igual que el brazo izquierdo, y la espalda llena de hematomas. 

Mohammad insiste en que no es el único. "En la cárcel se tortura. Oíamos gritos todo el tiempo", continúa. “Algunos presos perdían el conocimiento. Vi a presos mayores llorando de dolor, a otros con la cara llena de sangre. Estas escenas se quedarán conmigo para siempre, no puedo olvidarlas.”  

"No nos trataban como seres humanos"

Como él, todos los presos liberados describieron unas condiciones de detención que se habían deteriorado aún más de lo habitual. “Después del 7 de octubre, nuestro modo de vida cambió por completo", cuenta Shrouq Dwayyat desde el salón de su casa familiar en Jerusalén, al día siguiente de su excarcelación. 

Asegura que las mujeres no se han librado. Esta ex presa, de 26 años, relata cómo redujeron la comida, las celdas estaban abarrotadas, a las mujeres sólo se les permitía salir para ducharse, se cancelaron las visitas familiares y también las llamadas con los abogados. "Tampoco teníamos radio, estábamos totalmente aisladas del mundo exterior.” 

Les confiscaron la mayor parte de la ropa, todos los electrodomésticos cocinas, hervidores y ya no se podía comprar productos de higiene. "Además, los guardias hacían redadas en nuestras celdas todos los días, lanzándonos gases lacrimógenos a los pies, nos pegaban y no respetaban nuestra necesidad de intimidad como mujeres. Era una represión sin precedentes y ya no nos tratan como seres humanos. Quieren humillarnos.”  

Según un informe de Amnistía Internacional publicado el 8 de noviembre, hay testimonios y vídeos que dan fe de "numerosos casos de tortura, palizas y humillaciones por parte de las autoridades israelíes", y desde el 7 de octubre, al menos seis palestinos han muerto mientras estaban detenidos. 

Es el caso de Omar Daraghmeh. Este miembro de Hamás, de 58 años, fue detenido el 9 de octubre en su domicilio de Tubas, en el norte de Cisjordania, y puesto bajo detención administrativa, es decir, recluido sin cargos ni procesamiento, considerando que podía ser "una futura amenaza para la seguridad de Israel". 

El 23 de octubre, las autoridades de la prisión de Meggido anunciaron que había muerto "tras sentirse indispuesto y acudir a la clínica de la prisión para someterse a pruebas". Según el informe médico publicado por las autoridades penitenciarias, Omar Daraghmeh sufría una hemorragia interna, sobre todo en el estómago y los intestinos. Las circunstancias no están claras, pero su familia cree que fue el resultado de una paliza. 

"Omar no tenía ningún problema de salud en particular", alega su hijo, Nimr, que señala que dos horas antes de morir, su padre había dicho a su abogado que todo iba bien. "Cuando lo detuvieron, a mi padre ya lo habían empujado con fuerza contra paredes y muebles, con el pretexto de que los soldados intentaban inmovilizarlo. Le habían dado una paliza tremenda.”  

Al día siguiente, Arafat Hamdan, otro detenido de Beit Sira, murió en la prisión de Ofer, dos días después de su detención. Tenía 25 años, una hija de seis meses y su esposa estaba embarazada. “Arafat era diabético y tenía mucho cuidado con lo que comía", dice Mahmoud, su primo. “Pero nos pusimos en contacto con otros detenidos que nos contaron que los presos recibían fuertes palizas antes del procesamiento o cuando tenían que ir a la clínica. Al parecer, tampoco tuvo acceso a su medicación.” 

"Esto ya no es ni siquiera una negligencia médica, sino una interrupción total del tratamiento médico", afirma Amani Sarhani, portavoz del Club de Presos Palestinos. Mediapart se puso en contacto con las autoridades penitenciarias para conocer las circunstancias de la muerte de los detenidos, pero no obtuvo respuesta.  

"Al principio no le reconocí"

Pero la violencia no empezó tras el atentado de Hamás del pasado octubre. Desde su piso en Al-Bireh, cerca de Ramala, Rinad Zaurob relata la última detención de su marido, en septiembre de 2019 la octava de su vida, y las torturas sufridas. 

I'tiraf al-Rimawi, director del Conservatorio de Música Edward Said de Ramala, ha pasado en total más de 10 años entre rejas, la mitad de ellos en detención administrativa, acusado por Israel de ser miembro activo del brazo armado del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), organización clasificada como terrorista por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, algo que él y su familia siempre han negado. "Como prueba, las autoridades se han llevado documentos de su época de estudiante. Pero no hay nada: son acusaciones sin fundamento", dice Rinad. 

En aquel momento, su marido pasó un mes en la prisión de Ofer, y luego Rinad fue informada un 23 de octubre– de que había sido trasladado a Jerusalén, a Mascobiyeh, un centro de interrogatorios y detención tristemente célebre por sus técnicas de tortura a palestinos, hasta el punto de que los palestinos lo llaman "El Matadero". 

No ha vuelto a tener noticias de él y se prohíben las visitas. Veintinueve días después de su traslado, sólo el CICR ha podido ver a I'tiraf. "Pero se negaron a darme información, sólo me dijeron que estaba bien, sin más detalles. En su segunda visita, me dijeron que mi marido "ya estaba mejor". ¿Cómo que "está mejor? ¿Qué le ha pasado? ¿Qué quieren decir con "está bien o mejor"? Estaba completamente aterrada.” Intentó obtener detalles y acudió a la sede del CICR, pero fue en vano. Su marido permaneció en el centro de interrogatorios durante 57 días. 

Cuando Rinad pudo por fin volver a verle dos minutos antes de una vista "confidencial" en el tribunal militar, a la que no pudo asistir– , los abogados le aconsejaron que se "preparara psicológicamente". "Fue un gran shock, a pesar de sus advertencias. Al principio no le reconocí", dice. Cuenta que sus rasgos habían cambiado radicalmente por su larga barba, que le hacía parecer unos años mayor, su pelo largo, su delgadez y sus repentinas convulsiones. 

"Estaba muy pálido y no podía ni tenerse en pie: tenía los pies y las manos hinchados y magullados, y no podía verle el resto del cuerpo por la ropa de la cárcel. Mucho más tarde descubrí que la silla en la que estaba sentado mi marido aquel día era una silla de ruedas, que se había desmayado varias veces y que tenía graves problemas de circulación. No había duda de que I'tiraf había sido torturado física y psicológicamente.”  

Hoy sólo sabe lo que pasó gracias a los abogados de Addameer, una organización que defiende los derechos de los presos palestinos. "Me contaron que I'tiraf estuvo la mayor parte del tiempo con los ojos vendados y que las autoridades le golpearon con fuerza en la cabeza. Le mantenían en posturas incómodas durante horas y le obligaban a permanecer de pie contra una superficie rugosa, con el interrogador presionándole los hombros para agravar el dolor."  

Violencia sistémica

Según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, la tortura o los tratos inhumanos son crímenes de guerra, especialmente en conflictos armados y cuando se cometen contra una población bajo ocupación que, según el derecho internacional humanitario, debe ser protegida por la potencia ocupante. 

Desde 1999, el Tribunal Supremo israelí afirma que "la tortura está absolutamente prohibida en Israel", siendo el Estado signatario de la Convención contra la Tortura. "Pero este mismo Tribunal Supremo también especifica que si un miembro de una agencia de seguridad utiliza técnicas de interrogatorio extremas cercanas a la tortura–  quedará exento si explica que había una "necesidad" y que tuvo que hacerlo para "salvar vidas". Esto es realmente único: ningún otro sistema jurídico de una democracia ha hecho esto legal. Como resultado, lo que se suponía que era una ley que permitía excepciones se ha convertido en la ley que define la norma", explica Tal Steiner, Director Ejecutivo del Comité Público contra la Tortura en Israel (Pcati). 

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Cada año, esta organización documenta docenas de casos graves de tortura física y psicológica contra palestinos detenidos en Israel: según cifras de principios de 2023, se han presentado 1.400 denuncias en los últimos veinte años, pero sólo tres han desembocado en investigaciones y ninguna en juicios o condenas, "a pesar de las evidentes pruebas", insiste Tal Steiner. "Además, no se trata de incidentes aislados, sino que forman parte del sistema israelí".

 

Traducción de Miguel López

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