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18F | Elecciones gallegas

Galicia es de derechas, rural y apenas vota: tres tópicos que hay que revisar antes de la votación del 18F

Papeletas en un colegio electoral de Galicia en las elecciones generales de 2019.

Retratar a los gallegos como personas reservadas, que no se sabe si suben o bajan, es un recurso habitual de quienes prefieren recurrir al tópico antes que examinar los hechos. Eso es, exactamente, lo que sucede cuando se convocan elecciones en Galicia: abundan los análisis que se basan en afirmaciones falsas que el consenso de la supuesta sabiduría popular ha convertido en verdades asumidas por todos. Entre ellas destacan tres que conviene revisar antes de las elecciones convocadas para el próximo 18 de febrero: que Galicia es de derechas, que está dominada por una sociedad rural y que apenas vota.

¿Es Galicia de derechas o de izquierdas?

La última vez que los gallegos acudieron a votar, en las generales del 23J, lo hicieron mayoritariamente a candidaturas de izquierdas (50,9%). Los que eligieron papeletas de partidos de la derecha se quedaron en un 49,2%. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, la derecha barrió a la izquierda ese mismo día con un 55,5% de los votos, en Andalucía venció con un 52,9%, en la Comunitat Valenciana con un 51,4%, en la Región de Murcia con un 64%.

Si se observa el histórico electoral en Galicia, es fácil comprobar que la derecha lleva sin ganar a la izquierda en unas elecciones generales desde 2016. En la repetición de 2019, la suma de PP y Vox no llegó al 40,2%.

Y si se miran en detalle las municipales, la conclusión es parecida. El año pasado, la suma de los de Feijóo más candidaturas independientes de derechas rondó el 40%; cuatro años antes, la cifra fue todavía más baja (menos del 34%). El resultado: gobiernos de izquierdas en las principales ciudades. Hay que remontarse a 2011 para encontrar un buen resultado del PP en elecciones locales (44%), aunque también por debajo de la suma de las formaciones de izquierdas.

La creencia de que los electores de Galicia solo votan rutinariamente a formaciones de derechas y, en particular, al PP nace de los buenos resultados que este partido ha obtenido tradicionalmente en las elecciones autonómicas, en las que no tiene rival en su parte del arco ideológico.

En 2020, en plena pandemia, PP y Vox sumaron un 50,01% de los votos emitidos en una convocatoria en la que la abstención brilló con luz propia. La izquierda sumó un 47,61%, 2,4 puntos porcentuales menos. Cuatro años antes, la derecha reunió también un 50,9% de los votos. En 2012, esa suma se quedó en un 47,2%, todavía por encima del 45% de la izquierda.

Pero en 2009, la primera vez que Feijóo se hizo con la victoria, alcanzó la mayoría absoluta con un 46,68%, tres décimas menos que la suma de votos del PSdeG-PSOE y el BNG. ¿Cómo fue posible? El particular reparto de escaños entre provincias, que sobrerrepresenta a las del interior (Lugo y Ourense), las menos pobladas y tradicionalmente más afines a la derecha, en comparación con las atlánticas (A Coruña y Pontevedra), obra el milagro gracias a un sistema electoral diseñado a la medida del PP.

¿Es la gallega una sociedad rural?

Hace muchos años que esa afirmación es falsa. La inmensa mayoría de los ciudadanos de Galicia (el 66%) vivían ya a principios del siglo XXI en municipios considerados urbanos que ocupan solo el 12% de la superficie total de la comunidad. Un fenómeno que, desde entonces, y ya ha pasado un cuarto de siglo, no ha dejado de aumentar.

Según datos oficiales de la Xunta, a principios de 2012 se contabilizaban 1,8 millones de ciudadanos (casi el 66%) en 66 zonas urbanas y apenas 959.195 personas en 249 municipios considerados rurales.

El supuesto predominio de habitantes en áreas rurales se utiliza a menudo para explicar las victorias electorales de la derecha, cuando en realidad es la distribución provincial de la población y la desproporción de escaños entre provincias lo que marca la diferencia.

De los 75 escaños que forman el Parlamento de Galicia, 40 representan a las provincias (10 por cada circunscripción, independientemente de su peso demográfico) y solo 35 se reparten en proporción a la población. La consecuencia se entiende bien citando solo un ejemplo de las elecciones de 2020: mientras cada uno de los nueve escaños que el PP obtuvo por Lugo le costaron 9.918 votos, para conseguir cada uno de los cuatro que logró el PSOE por A Coruña tuvo que sumar 22.241 sufragios.

¿Votan poco los gallegos?

La supuesta predilección de los electores gallegos por la abstención hunde sus raíces en las cifras de abstención de las primeras convocatorias a las urnas de la restauración democrática. La realidad es muy diferente, pero las cifras lo ocultan.

¿Por qué sucede? Por culpa del abultado censo de electores residentes ausentes (CERA), los que viven en el extranjero. Se trata de un colectivo tan numeroso que alcanza el 20% de los electores, pero que vota tan poco que reduce sustancialmente la participación.

En las elecciones de 2020, por ejemplo, la participación de los electores que sí viven en Galicia se situó en el 58,88%, pero al contabilizar el voto CERA, el que en Galicia se conoce tradicionalmente como el voto de la emigración, la cifra cayó automáticamente al 48,9%.

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De las casi 2.700.000 personas llamadas a las urnas el 18F, prácticamente medio millón reside en el extranjero. Suman más votantes que las provincias de Lugo u Ourense. El peculiar sistema electoral español reconoce el derecho a decidir el Gobierno de Galicia a 140.000 personas que ni siquiera nacieron en la comunidad gallega mientras se lo niega a las decenas de miles que viven en otras comunidades españolas.

Son muchos, es verdad, pero votan poco. Aunque esta vez se espera un repunte, porque serán las primeras elecciones autonómicas en muchos años en las que no estará en vigor el voto rogado, el desinterés de la mayoría bajará drásticamente la cifra final de participación, generando la falsa ilusión de que los gallegos que sí viven en Galicia se desentienden de la política.

Con voto rogado, los sufragios procedentes del extranjero se movieron en cifras de entre 12.000 y 5.000 papeletas en las elecciones de 2012, 2016 y 2020. Sin él, la cifra final llegó a superar los 100.000 (ocurrió en las elecciones de 2005).

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