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El error de Von der Leyen: candidata de un partido que no la apoya y ahora con menos amigos en Bruselas

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante un debate en el Parlamento Europeo en Estrasburgo.

Úrsula Von der Leyen busca tras las elecciones europeas del 9 de junio un segundo mandato al frente de la Comisión Europea. Para lograrlo necesita el visto bueno del Consejo Europeo (de los líderes nacionales) y la mayoría absoluta del Parlamento Europeo. En 2019 consiguió un respaldo raspado en la Eurocámara al ser ratificado su nombramiento por apenas ocho votos.

En el Consejo Europeo lo tuvo más fácil desde que Emmanuel Macron, ante la negativa de la mayoría de elegir al candidato electoral del Partido Popular Europeo, el también alemán Manfred Weber (todavía le escuece la humillación, pero esa es otra historia), convenció a Angela Merkel para poner en la Comisión a su ministra de Defensa, una tal Von der Leyen. Eso acabó además con el sueño de los Spitzenkandidaten, la idea de que el cabeza de lista de la familia política ganadora sería automáticamente presidente de la Comisión Europea.

Con ese sistema enterrado –los dirigentes nacionales nunca iban a permitir que les quitaran esa potestad– Von der Leyen no necesitaba ser ahora candidata de nadie. Podía haber seguido tranquilamente en la presidencia de la Comisión Europea jugando el papel de árbitro y no meterse en campaña, porque su entrada conlleva automáticamente que sus comisarios, que los hay liberales, socialistas, ecologistas y hasta de extrema derecha, como el húngaro, también entren en campaña contra ella.

Von der Leyen entendió que ante una eventual crecida de la extrema derecha necesitaba ganarse el respaldo de todo el Partido Popular Europeo para así poder jugar a dos bandas tras el 9 de junio: a repetir la coalición europeísta entre populares, socialistas, liberales y ecologistas. O a echarse, con los populares, en los brazos de la extrema derecha si con ellos sumara.

Pero entrar en campaña la llevó al congreso del Partido Popular Europeo y a una votación para ser elegida formalmente candidata que no tenía sentido porque no había candidatos alternativos y en la que no alcanzó ni el 60% de los votos de los más de 800 delegados. Más de 300 se abstuvieron y 89 votaron en contra. Casi medio partido no le dio su respaldo.

El problema de jugar a la estrategia de pactos con la extrema derecha de Manfred Weber es que es poco creíble cuando la hace ella porque lleva cinco años dando muestras de que rechaza esa opción y porque sus políticas del quinquenio son contrarias a lo que preconiza esa extrema derecha.

Ahora la candidata Von der Leyen debe hacer campaña contra las medidas de lucha contra la crisis climática más criticadas por la extrema derecha, o a favor de deportar a solicitantes de asilo a terceros países con los que no tienen nada que ver, algo que no aparece por ninguna parte en el Pacto Migratorio que propuso ella y que consiguió cerrar la Presidencia española del Consejo de la UE a finales de 2023. Como se dice ya en los pasillos comunitarios, Úrsula, candidata de un partido que la respalda sin ganas, haciendo campaña contra Von der Leyen

Su comisario de Mercado Interior, el influyente Thierry Breton, le echó en cara ese escaso respaldo en el congreso del PPE, pero la crítica de fondo fue de Josep Borrell. El Alto Representante, en una entrevista a El País publicada el 25 de febrero, le exige que tenga cuidado con la mezcla de cargos (presidenta de la Comisión y candidata electoral) y sobre todo le lanzó una carga de profundidad: “Debería vigilar que su partido, el PPE, no caiga en la tentación de aliarse con los ultras, abandonando así sus alianzas tradicionales”. Si Úrsula es candidata, Von der Leyen es criticable, deben pensar muchos comisarios.

Von der Leyen necesita ganarse el respaldo del Consejo Europeo. A pesar de no ser de su familia política, su compatriota Olaf Scholz le había dado su apoyo y no nombraría otro comisario. También tiene, en principio, el de la italiana Giorgia Meloni, del polaco Donald Tusk y de Pedro Sánchez. Pero todavía no el del francés Emmanuel Macron, que quiere colocarse en posición de fuerza para pesar en los nombramientos como en 2019.

Von der Leyen sigue siendo a mediados de marzo la favorita indiscutible para ser presidenta de la Comisión Europea el próximo lustro, pero ya no es tan favorita como lo era hace unos meses. Influye también el reparto de los demás altos cargos. Cada pieza afecta a los equilibrios (de género, ideológico, geográfico) y si Von der Leyen continúa hay que buscar un socialista para presidir el Consejo Europeo después del mandato del liberal Charles Michel.

La caída del portugués Antonio Costa por un caso de corrupción altera el plan previsto hasta el pasado verano. Von der Leyen habla ahora muy bien de la socialista danesa Mette Frederiksen, porque sabe que es prácticamente la única alternativa a Costa si Pedro Sánchez no quiere el cargo. Que no parece que quiera.

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El nombre de Frederiksen también suena, por lo bajines, como segunda opción para la OTAN si los países del este, como amagan, se revuelven contra la idea de que sea nombrado el holandés Mark Rutte. Incluso el británico David Cameron estaría postulándose.

En ese equilibrio, si Frederiksen va a la OTAN (ella no se ha propuesto para ningún cargo) no habría socialistas a mano para el Consejo Europeo salvo que se vaya a buscar a antiguos jefes de Gobierno, algunos de la pasada década, como la finlandesa Sanna Marin, el italiano Enrico Letta, el belga Elio Di Rupo o el sueco Stefan Lofven.

Todas opciones que serían tercer o cuarto pato. Von der Leyen y el PPE saben que sin socialistas y liberales sólo les queda una extrema derecha muy poco de fiar y en la que se mueven movimientos proPutin, como los ultras austríacos, los búlgaros, los italianos de Matteo Salvini, los húngaros de Viktor Orban o los eslovacos de Robert Fico. Partidos que serían felices si la Unión Europea quedara bloqueada.

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