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"¡No le hables de la guerra a la chiqueta, Salvador!": las batallas que mi abuelo me contaba en la Malvarrosa

Recorte de prensa sobre Salvador Roig Sala

Carole Viñals

Cada verano mi abuelo Salvador esperaba impaciente mi llegada para poder ir al balneario de la Malvarrosa. Nos levantaríamos temprano, cogeríamos el autobús en la Gran Vía, frente al antiguo colegio de los Jesuitas. Luego, un largo recorrido con las sillas plegables, las toallas, el pan, la fruta y las bebidas frescas cuidadosamente colocadas en la heladera. Al bajar del autobús, cruzábamos la calle y él compraba dos entradas en la taquilla con el dinero que le había entregado mi abuela (siempre sobraba para un par de helados).

Sentados bajo los pinos saborearíamos juntos un arroz. "¿Qué queréis que os prepare para mañana?", preguntaba mi abuela: "¿Arroz caldosito? ¿Arroz melosito? ¿Arroz al horno? ¿O paella ?" Mi abuelo había sido campeón de boxeo, hacía gimnasia sueca todas las mañanas y las abuelas del balneario le rondaban siempre, atosigándole con preguntas sobre la hora o el tiempo, a las que él contestaba indiferente, fumando los cigarrillos que había traído escondidos.

Conforme iba creciendo me daba cuenta de que sus relatos iban cambiando, volviéndose más duros

En la Malvarrosa él me contaba su vida de antes de París y los casi cuarenta años en una sexta planta de la rue de Maubeuge sin agua corriente. Me hablaba de 'la Valencia de la época aquella' que nunca conocí, de los combates de boxeo, del viaje a América ya organizado. "Mi padre había pagado ya la cuota para acabar pronto el servicio militar", suspiraba con pesadumbre: "Pero estalló la guerra estando yo en el cuartel".

Mi abuelo me contaba en la Malvarrosa cosas que le tenían prohibido decir en la calle doctor Zamennhoff, donde le regañaban siempre: "¡Deja a la chiqueta en paz!" En la Malvarrosa mi abuelo se encontraba libre lejos de mi abuela y de sus "¡no le hables de la guerra a la chiqueta, Salvador!", "che Salvador, no quiero que hables de eso con la chiqueta". El obedecía sumiso. Nunca se rebeló.

Tranvía a la Malvarrosa

Solos los dos en la Malvarrosa me contaba sus batallas. Pausadamente, fumando, yo haciendo como que no escuchaba sus recuerdos sobre el ring, los combates, las trincheras, las traiciones, los franceses que no dejaban pasar las armas...

Conforme iba creciendo me daba cuenta de que sus relatos iban cambiando, volviéndose más duros. De pequeña solo me contaba infancia, la miseria, sus hermanos, su madre. Cuando fui creciendo, empezó a hablar de combates amañados y de boxeo. Y cuando fui haciéndome mayor empezó a contar batallas. Del encierro en las Torres de Cuarte me habló muy tarde. Y muy poco.

"Te lo cuento para que lo sepas, che", decía. "No le digas a tu abuela que hemos hablado de esto". Todos los veranos mi abuelo y yo íbamos a la Malvarrosa para escapar del bochorno de Valencia. Veranos felices de una memoriosa infancia. 

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