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Hugh Jackman vuelve como mutante en 'Deadpool y Lobezno' en un penoso simulacro de película

'Deadpool y Lobezno', en una imagen promocional.

Lobezno tuvo la mejor de las muertes posibles el mismo año, 2017, en que The Walt Disney Company confirmaba su intención de comprar 20th Century Fox. Con lo que, de pronto, las crepusculares imágenes que James Mangold había diseñado para Logan ganaban un peso extra. Al film que teóricamente iba a ser la despedida de Hugh Jackman de un personaje que llevaba interpretando sin pausa desde el año 2000 no le quedó otra que simbolizar, por pura coyuntura industrial, el final de una era, extrapolable a la caótica continuidad de los X-Men que rodeaban a Lobezno. Continuidad que, después de Logan, perdió toda convicción. Luego X-Men: Fénix oscura terminó de hundir en el fango las aventuras de la Patrulla X mientras Los nuevos mutantes se quedaba como una pálida promesa irrealizable. Parecía que solo sobreviviría Deadpool.

Y es que eso era lo primero que Kevin Feige, líder de Marvel Studios, le había asegurado a los accionistas: que Deadpool pasara de repente a pertenecer a Disney no implicaría rebajar el gore o las palabrotas. Esa parecía ser la gran preocupación popular, lo único que matizaba la euforia del fandom. Gracias a esa operación culminada en 2019, todos los superhéroes bajo propiedad de Fox podrían entrar en el Universo de Marvel. Los 4 Fantásticos y los X-Men, además del imprescindible Mercenario Bocazas. Dicho trasvase no tenía por qué afectar al Lobezno de Jackman. Tan buen sabor de boca había dejado su Logan, que resucitar esta encarnación del personaje podría devaluar su impacto emocional. Solo que resucitar a Logan es justo lo que intenta hacer Ryan Reynolds al inicio de Deadpool y Lobezno. Película donde Jackman vuelve, una vez más, a su personaje fetiche.

Visto lo ocurrido en los cinco años posteriores a la transacción que convirtió a Disney en el estudio más poderoso de Hollywood, no cabe duda de que el paso de los personajes de Fox a la continuidad del Universo de Marvel ha sido más gradual de lo que le habría gustado a los fans. La maquinaria de Feige se ha visto obligada a ralentizar el proceso por percances de todo tipo: la pandemia, la huelga de actores y guionistas de 2023, la saturación de contenidos entre Disney+ y salas… durante este lustro, en una palabra, la fatiga superheroica se ha hecho palpable. Con lo que es inevitable ver la resurrección del Lobezno de Jackman paralela al debut oficial marvelita de Deadpool como un gesto desesperado. Y esa desesperación no es menos palpable por mucho que Reynolds pueda romper la cuarta pared para bromear abiertamente sobre el tema. 

En esos cinco años Reynolds también descubrió que se encontraba cómodo trabajando con un director llamado Shawn Levy: uno de los responsables de Stranger Things, con quien primero hizo Free Guy y luego El proyecto Adam. A Levy le ha tocado supervisar dócilmente esta transición, mucho menos complicada de lo que parece gracias a dos factores: por un lado, esa patente de corso que permite no tomarse las cosas demasiado en serio (ni tener necesidad de escribir algo mínimamente parecido a un guion). Por otro, el embrollo de multiversos y líneas temporales al que se han arrojado las últimas Fases de Marvel, garante de un éxito tan descomunal a fuerza de lucir escaparate IP como Spider-Man: No Way Home. Es la película con la que resulta más pertinente comparar Deadpool y Lobezno, aunque contra todo pronóstico esta resulte ser aún peor.

La razón principal es la descrita acumulación de pesadillas corporativas. Sazonada con el típico humor de Deadpool y Reynolds —charlatán, cuñado, en perpetuo guiño de ojos al espectador enteradillo—, dicha acumulación se antoja aún más indigesta que otro espanto reciente como Flash. La película de Ezra Miller compartía la vocación fúnebre de Deadpool y Lobezno, puesto que ahí se trataba de celebrar lo poco celebrable de la maltrecha DC (en actual proceso de reinicio), y aquí pronto vislumbramos la intención de hacer lo propio con el legado del cine superheroico que 20th Century Fox llegó a producir durante dos décadas. Es, justo alrededor de esta decisión, cuando se puede empezar a reparar en la esencial monstruosidad de la película que tenemos entre manos.

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El ingenio de la cuadrilla de Reynolds dispone que el homenaje a Fox sea inseparable del argumento: resulta que la Agencia de Variación Temporal —introducida en Loki, una serie que el público no tiene por qué haber visto pero es lo que hay— ha decidido suprimir el universo donde Deadpool convive con sus seres queridos (y los X-Men). Deadpool debe recurrir a la ayuda de un Lobezno de otra dimensión —que por fin, loado sea el fanservice, aparece con el traje amarillo de los cómics— para impedir que su realidad sea demolida, en un escenario sorprendente que lleva a identificar a los antagonistas del Mercenario Bocazas con la misma Disney. Deadpool y Lobezno ansían defender, por tanto, el derecho a existir de una continuidad que lleva desactivada desde 2019, por mucho que la trampa del multiverso haya querido disimularlo. 

Los motivos de esa desactivación no son directamente abordados por el film de Levy, claro está. Tampoco sus consecuencias, pues lo más perverso de Deadpool y Lobezno es que en efecto emplea esa argucia narrativa como homenaje a 20th Century Fox. El logo de la major aparece en ruinas dentro del Vacío, una especie de limbo donde se desarrolla la mayor parte del film y que cobija los desperdicios de continuidades desactivadas. O, lo que es lo mismo, permite una insensata afloración de cameos que, con un poco de suerte, nos avergonzará recordar como cultura dentro unos cuantos años. Lo que Deadpool y Lobezno no enseña, sin embargo, es aquello que quedó de las ruinas, en el mundo real: 20th Century Fox no existe porque existe 20th Century Studios como subsidiaria de la Casa del Ratón. La palabra “Fox” fue desterrada por Disney al Vacío, en efecto.

Y no fue lo único. Es muy improbable divisar, entre los cerca de 300 cameos que reúne Deadpool y Lobezno, a alguno de los 4.000 trabajadores que fueron despedidos debido a la compra de Fox en 2019. Seguramente tampoco figure ningún artista de BlueSky, el estudio de animación que clausuró Disney según se hizo con el control de la major. Por lo que sea, al gran evento de Marvel Studios solo le han ofrecido acudir a los personajes o, mejor dicho, a las marcas. Solo a las marcas, a fin de cuentas, no les parecería contradictorio recordar nostálgicamente la obra de Fox mientras celebran el ansia monopolista de Disney. Que es a fin de cuentas de lo que trata esta película desalmada, probablemente el punto más bajo en la historia del cine de superhéroes.

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