VIOLENCIA MACHISTA
Menos espectáculo y más feminismo para hacer del 'caso Pelicot' un revulsivo contra la violencia sexual
Miércoles 11 de septiembre, Aviñón (Francia). Gisèle atraviesa las puertas de los tribunales con rostro sereno. Afuera se agolpan los periodistas y las cámaras de televisión. Sin la carga del apellido de su agresor sobre los hombros, la francesa se coloca ante los micrófonos para decirle al mundo que las víctimas como ella están librándose del miedo. Lo viene repitiendo desde la primera sesión del juicio que comenzó a principios de mes y que determinará la responsabilidad de los hombres que presuntamente la violaron, con su entonces marido a la cabeza. "Lo hago en nombre de todas esas mujeres que quizás nunca serán reconocidas como víctimas", afirmó en una de las primeras sesiones. El macrojuicio se celebra a puerta abierta no por casualidad, sino fruto de una decisión meditada y cargada de significado. "La vergüenza tiene que cambiar de bando", completó su abogado. Esta semana, Dominique Pelicot, el supuesto ejecutor de la trama violenta, se sentará en el banquillo de los acusados y millones de ojos observan el transcurrir de un caso que parece interpelar a todos.
Nerea Barjola, investigadora y autora de Microfísica sexista del poder (Virus Editorial), piensa automáticamente en las niñas de Alcàsser cuando reflexiona sobre el impacto del caso francés y la capacidad de hilvanar un relato genuinamente feminista a su alrededor. "Siempre hay un caso paradigmático que nos ayuda a explicar la realidad y este puede ser uno de ellos, pero sabiendo que forma parte de otros tantos", introduce la investigadora, quien sin embargo advierte de las connotaciones de este caso concreto: "Tiene un impacto emocional en la sociedad que puede imposibilitar la construcción de un análisis crítico y político sobre la violencia sexual".
En la voz de Bárbara Tardón no hay mucho espacio para el optimismo. Aunque celebra el eco mundial en torno a la idea de resituar la vergüenza en el bando de los agresores –una consigna clásica del movimiento feminista y de las propias supervivientes–, reconoce dudas respecto a que "un caso de estas características lo consiga". "Es un elemento más para posibilitar que esa vergüenza cambie de lado, pero lo importante es que toda la estructura y la cultura de la violación desaparezcan", señala la doctora en estudios Interdisciplinares de Género por la Universidad Autónoma de Madrid. Y ante un objetivo tan ambicioso como ese, "parece completamente imposible que un caso así" sea capaz de generar un cambio real.
En ese cambio, añade la experta, entran en juego además dos cuestiones clave: las instituciones y la respuesta de los hombres. "Para que la vergüenza cambie de lado las instituciones deben tener un papel fundamental" pero también hay que tener en cuenta que "los hombres no están dispuestos en ningún caso a que esa vergüenza cambie de lado", lamenta.
Sobre la responsabilidad de los hombres habla Octavio Salazar, jurista y catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. "Este caso debería ser un revulsivo si conseguimos que cada vez haya más hombres que se posicionen y entren en el debate asumiendo responsabilidades, no a la defensiva. Tenemos que dar un paso que la mayoría no ha dado, evitar la reacción y repensar desde argumentos reflexivos", asiente al otro lado del teléfono.
Sobre si estamos ya en ese punto, los expertos titubean. Si Tardón se inclina por el no rotundo, Salazar introduce una esperanza cauta, un estamos yendo por buen camino. Barjola, en cambio, sí conjuga una suerte de optimismo militante: "A pesar del auge de la extrema derecha y la negación de las violencias machistas, hay una propuesta feminista y hay un debate que ha conseguido sacar de la invisibilización ciertas violencias, así que tenemos las herramientas", subraya. "Ya no somos contrarrelato, ya hace tiempo que generamos una narrativa que está impregnada en buena parte de la sociedad y hay que poner en valor este avance". Y esa narrativa, añade, pasa por hacer entender que cada caso está custodiado por una estructura perfectamente diseñada.
La construcción del monstruo
Para ir al corazón de la violencia sexual como fenómeno estructural, las voces expertas creen importante entender una cuestión: los hechos que se juzgan en el país galo son especialmente llamativos por lo extremo de sus características, pero el grueso de la violencia sexual que sufren las mujeres no ocupa titulares. "Los medios utilizan este caso porque les permite construir titulares muy impactantes que apelan a la morbosidad y a instintos muy primarios, como el asco, la vergüenza o el punitivismo", expresa Barjola. Por lo que el riesgo es "generar un debate vacío de contenido" que se detenga en las formas, pero no en el fondo.
Y en ese contexto, entra en juego la construcción del monstruo. A lo largo de estas siete sesiones de juicio, ha sido habitual encontrar en los medios titulares que deshumanizan al agresor para insertarlo en la categoría de bestia. No es un hombre, es un monstruo. Para Barjola, "la manera de conseguir que no se haga un análisis crítico, es generar un relato de excepcionalidad: lo que estamos viendo no es común y forma parte de la conducta de un monstruo". Sin embargo, añade la experta, "ese hombre al que se define como monstruo es tan normal como el resto".
Para Salazar, apelar a la monstruosidad conlleva "entrar en el terreno de lo patológico", obviando por tanto que "detrás de su comportamiento hay machismo, dominio y roles aprendidos", y que "no es una cuestión individual ni patológica, sino que tiene que ver con la cultura machista, la violencia y el dominio sobre las mujeres". Se trata de una forma de "desviar la atención" del hecho de que "los agresores son individuos normales, perfectos trabajadores, amigos o vecinos". Y sobre todo, se configura como una eficaz estrategia para resituar la violencia sexual no como un problema colectivo, sino como un hecho puntual.Y así, los hombres se atrincheran en el clásico not all men: "El problema es de este hombre, pero no tiene que ver conmigo", ejemplifica el catedrático.
Coincide Tardón. "Al agresor se le sigue representando desde el enfoque de la monstruosidad porque socialmente no estamos preparados para presentarlo desde el enfoque de la normalidad", señala. A este hecho se suma la incapacidad de encajar a la familia como fuente de violencia. "La familia sigue siendo el centro de nuestras culturas", así que todo aquello que tambalee los pilares de la institución "implicará un revulsivo para el patriarcado. Por eso el marido se sigue representando como un monstruo".
Por qué decir que los hombres son violadores en potencia no debería indignar tanto (a algunos)
Ver más
Un problema colectivo
Si el agresor que drogaba a su mujer y lo publicitaba en foros de internet para que otros la violaran era un hombre perfectamente cuerdo y normal, ¿qué eran los demás violadores? Periodistas, profesores, policías, padres de familia, chicos que no habían cumplido los treinta y abuelos que superaban los setenta. Así hasta medio centenar. Algunos han decidido escudarse en una suerte de ingenuidad: o pensaban que los encuentros eran fruto de un acuerdo entre cónyuges, o creían que la víctima en realidad fingía estar dormida. A ninguno le saltaron las alarmas. Tampoco a aquellos que se toparon con la propuesta y la declinaron: aun sin haber participado, ninguno denunció. Uno de ellos llegó a imitar los métodos de Dominique Pelicot para violar a su propia mujer.
"Lo que demuestra que es un problema colectivo y de todos los hombres", afirma Salazar. Porque todos los hombres, prosigue, beben de una "cultura machista que presenta a las mujeres como seres inferiores sobre las que podemos normalizar prácticas que emanan de nuestra posición de dominio", generando así además una "desconexión moral respecto a la víctima".