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La paradoja de Reino Unido: los laboristas defienden la austeridad mientras los 'tories' piden política social

El primer ministro británico Keir Starmer atiende a los medios tras reunirse con Joe Biden en la Casa Blanca.

Antoine Perraud (Mediapart)

Dos meses y una semana después de su aplastante victoria electoral en el Reino Unido en julio –412 escaños sobre 650–, los laboristas introducen la austeridad privando a unos 10 millones de pensionistas de una subvención para ayudarles a pagar las facturas de gas y electricidad este invierno.

Esta medida ha sido defendida en los Comunes esta semana por 348 diputados laboristas. Votaron en contra 228 diputados. Eso es una mayoría de 120, que sigue siendo muy cómoda, pero muestra que los elementos más progresistas y menos conformistas se oponen internamente, y se abstuvieron para mostrar su desacuerdo.

Invirtiendo los papeles, Mel Stride, el conservador encargado de trabajo y pensiones en el gabinete en la sombra, se permitió el lujo de apelar a la “conciencia” de los laboristas y se puso del lado de la tercera edad, amenazada con no poder calentarse este invierno.

Por su parte, el primer ministro, Keir Starmer, y su canciller de Hacienda, Rachel Reeves, abogan por una austeridad comedida: los tories dejaron las finanzas públicas en un estado deplorable, con un déficit de 22.000 millones de libras (unos 26.000 millones de euros) descubierto tras las elecciones. El discurso del nuevo Gobierno dice ser responsable: hay que poner las cosas en su sitio, será doloroso al principio pero beneficioso a la larga; la redistribución llegará cuando el presupuesto del Estado se haya estabilizado.

Pero esta línea argumental no convence: la medida consistente en privar de subsidio a todos los pensionistas que no vivan por debajo del umbral de la pobreza no se mencionaba en el programa laborista. Y los laboristas, que aún no han aplicado nada, empiezan por recortar los gastos destinados a proteger a los más vulnerables de la población –y a su electorado–, que no es precisamente la política más justa ni la más inteligente.

Rígido como una tabla, Sir Keir Starmer, respaldado por las fuerzas de su partido herederas del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair, pretende mantener un lenguaje de sinceridad al anunciar un mañana sombrío, marcado por un presupuesto de casi penitencia económica a partir del mes que viene.

Y lo pagará un electorado de izquierdas que esperaba recuperarse de los catorce años de dureza conservadora que comenzaron con David Cameron, cuando no con la década de crueldad social thatcheriana. El gobierno Starmer insiste, por ejemplo, en que no va a rescatar lo que queda de la vieja industria: el dinero público se destinará exclusivamente a las empresas “verdes” y a la transición energética, con un apoyo austero a los servicios públicos al borde del colapso.

Los sindicatos, que ayudaron a fundar un Partido Laborista que logró sin embargo escapar a su influencia con Tony Blair, ya están alzando la voz. Las advertencias más enérgicas proceden del TUC (Trades Union Congress), reunido en Brighton del 8 al 11 de septiembre. El secretario general del sindicato ferroviario (RMT), el vociferante Mick Lynch, expresó su “hartazgo general” con la austeridad.

Un partido bloqueado

También en Brighton, el ex canciller de Hacienda del gabinete en la sombra de Jeremy Corbyn, John McDonnell, que representa la corriente de izquierdas de la línea Starmer (que éste ha reducido a escombros), ha dado la voz de alarma: “Optar por la austeridad es una opción política, no una realidad económica, y sólo arruinaría una reactivación del crecimiento.”

Pero el Partido Laborista está bloqueado, el autoritarismo del ex fiscal Starmer se aplica con puño de hierro y John McDonnell ya ha sido suspendido de las filas de su partido en el Parlamento, por votar en contra del “discurso del Trono” que, el 17 de julio, fijaba las líneas maestras de la próxima legislatura.

El martes 10 de septiembre, durante los debates previos a la votación de la supresión del subsidio energético para la mayoría de los pensionistas del Reino Unido, John McDonnell volvió a arremeter contra la retórica laborista, que pretende “hacer que los que tienen las espaldas más anchas carguen con el peso de la deuda”, cuando realmente está “golpeando más duramente a los más pobres”.

Hay voces discrepantes pero aisladas, como la de la diputada Diane Abbott, de 70 años, musa de la izquierda y diputada desde 1987, a la que el equipo de Starmer intentó en vano mantener fuera de los Comunes y que, en vísperas de la votación, contó a la Radio 4 de la BBC todo lo que veía mal del giro hacia la austeridad, tan precipitado y, en su opinión, con mal comienzo.

ásLa presión de la dirección laborista sobre los diputados dejó abierta la posibilidad de sanciones no sólo a los que votaran en contra, sino también a los que se abstuvieran. Porque 53 diputados no han participado en la votación que defendía la postura laborista sobre la supresión de la subvención energética, y un diputado por Yorkshire, Jon Trickett, votó en contra, sumando su voto al de los opositores al Gobierno y que explica los motivos de su rebelión en la red social X.

Keir Starmer, que se encuentra así su mayoría reducida en más de un tercio, está aún lejos de apreciar el espectro de la tortura política que sufrió la primera ministra conservadora Theresa May, que vió cómo su apoyo se deshacía inexorablemente entre 2016 y su dimisión en 2019. Pero esta victoria pírrica del 10 de septiembre de 2024 augura posiblemente una legislatura que parece haber empezado mal demasiado pronto.

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Traducción de Miguel López

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