Cataluña no mueve votos, la inmigración sí
La lectura independiente que Logoslab hace de las tablas del CIS publicado este miércoles y de los microdatos disponibles de institutos privados, ofrece una estimación según la cual el PP ganaría las elecciones, pero seguiría dependiendo de Vox para formar gobierno, con un escaso margen de 5 escaños, sin que el acuerdo PSOE-ERC haya modificado el paisaje electoral. Podemos verlo en el cuadro siguiente.
El acuerdo con ERC, sin factura en las urnas
Dicho de otro modo, todo sigue igual en la arena política española pese a un verano que lejos de rebajar la tensión política, ha vuelvo a llevar la confrontación entre partidos al límite.
La primera conclusión que podemos extraer es que mientras la política española siga orbitando por la vía del enfrentamiento entre territorios en las coordenadas actuales, las cosas no parece que se vayan a mover mucho. Los datos son tozudos. El PP ha ganado 3 décimas entre julio y septiembre y el PSOE 9 en el mismo periodo. Es decir, nada y casi nada. La financiación singular catalana (o el pacto fiscal, cada uno que lo llame como considere) no ha modificado lo más mínimo la expectativa electoral que ya existía antes del acuerdo con ERC. Ha soliviantado a medio arco parlamentario, y en la calle habrá gustado más o menos pero no ha movido una coma la intención de voto en la frontera de los dos principales partidos: apenas 219.000 votantes socialistas -un 2,8%- optaría hoy por Feióo, cuando esta cifra se acercó al millón en su momento. Y en sentido contrario, solo 27.000 votantes del PP -un 0,3%- cogerían hoy la papeleta de Sánchez. Datos idénticos a los que veíamos en junio y julio.
Tras la aprobación de los indultos y la amnistía, la formación del nuevo gobierno en Cataluña apenas ha modificado el equilibrio de fuerzas entre bloques y nada hace indicar que vaya a cambiar en un futuro próximo. Por lo pronto Salvador Illa ha dado señales de querer recuperar la normalidad institucional en Cataluña, como demuestra el hecho de que haya acudido a La Zarzuela tras nueve años de ausencia. O como pudimos ver en la Diada, la más descafeinada de los últimos tiempos, que ha mandado al independentismo militante al rincón de pensar.
El siguiente hito y donde ya están puestas las miras, es en las reuniones bilaterales que el gobierno tendrá con algunos barones populares, que podría fragmentar la unidad de la que ha hecho gala el PP entre sus territorios. Otra cosa es que la expectativa plurinacional de un horizonte que resuelva definitivamente el conflicto catalán sobre la base de la financiación puede resultar un espejismo si finalmente el nuevo modelo camina hacia el café para todos.
En este escenario Feijóo parece fiar gran parte de su estrategia al desgaste progresivo de un gobierno débil en sus apoyos parlamentarios, como se está encargando de demostrar Junts en cada votación. Al PP le salen las cuentas por dos circunstancias capitales: la primera es la división de Sumar y Podemos, que supone un coste altísimo para la izquierda en número de escaños, y la segunda la posibilidad, cada vez más cierta, de que los de Puigdemont se bajen del barco del Pacto de Progreso y reduzcan la ecuación a bloqueo o derecha.
Inmigración y antipolítica, el coctel que da alas a Vox
La segunda gran conclusión del CIS de septiembre es que la inmigración sí puede llegar a mover voto. Sigue escalando posiciones en el ranking de principales preocupaciones de los españoles y supera ya a la economía y el paro. Hace un año sólo el 5% lo señalaba como uno de los mayores problemas del país, hoy lo hace el 30%.
No tenemos datos desglosados por comunidades autónomas, pero si es un 30% en el conjunto de España, es con toda seguridad un clamor en el archipiélago canario. Y no es para menos. Con cifras de junio, en el último año habían llegado cerca de 25.000 inmigrantes a Canarias, más que toda la población de La Gomera, y dos veces y media la del El Hierro. El 83% de los inmigrantes irregulares que llegan a España lo hacen por la frontera Canaria. Muchos de ellos menores de edad.
Canarias es por tanto el epicentro de un debate de alcance nacional ante la falta de acuerdo entre partidos. La visita de Sánchez a Mauritania, Gambia y Senegal y el pacto firmado por Feijoo con el Gobierno Canario son una muestra más de que este tema preocupa en los dos lados, sin que hasta ahora nadie quiera dar su brazo a torcer, condicionados por las alianzas de unos y otros.
De un lado, Feijoo está advertido ya tras la salida de Vox de los gobiernos autonómicos a cuenta de este asunto. Para el PP era una oportunidad de soltar amarras, pero son muchos los temores que existen a alimentar el voto de Vox, que es el gran beneficiado de este mes. Los de Abascal dan un salto de gigante entre julio y septiembre, del 11,5% al 13,3% y recuperan 9 escaños, sin que estemos aún en los peores meses en cuanto a la llegada de inmigrantes por mar.
De otro lado, el movimiento sorpresivo de Sánchez en política migratoria ha pillado con el pie cambiado a toda la izquierda. Y ha servido de acicate para que Sumar -que pidió la regularización de medio millón de inmigrantes situándose en el extremo opuesto de Sánchez- haya frenado la dinámica de caída continua que parecía no tener fin. En las últimas semanas ha ganado en contundencia y diferenciación.
Podemos y SALF caen tras el alza de los últimos meses. Se produce una ligera corrección en ambos casos, a la espera de cómo evolucionan sus posiciones en el último trimestre del año.
Los jóvenes, los más extremistas
La incapacidad que perciben los ciudadanos en los dos grandes partidos para llegar a un acuerdo que saque el drama humanitario de la ecuación de cálculos electorales no hace sino alimentar la desafección. Casi 1 de cada 2 españoles sitúa “los problemas políticos”, “el mal comportamiento de los políticos” y a “los partidos” como uno de los principales males que acechan a nuestro país.
La otra cara de un CIS obsoleto que da la victoria a la derecha y señala el traspaso de votos en la izquierda
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Los discursos se llenan de odio, las posiciones se enconan y los jóvenes –paradójicamente los nacidos en democracia– son los más proclives a adoptar visiones extremas. La encuesta sobre hábitos democráticos del CIS ya advertía el pasado mes de diciembre que 1 de cada 4 jóvenes cuestiona la democracia, con una muestra significativa de personas que respondían “en algunas circunstancias, un Gobierno autoritario es preferible a un sistema democrático”. Las recientes elecciones europeas confirmaron la efervescencia de la extrema derecha, auge que no se explicaría sin el apoyo creciente entre las nuevas generaciones. Los datos del barómetro publicado ayer por el Centro de Investigaciones Sociológicas vuelven a mirar en la misma dirección. Entre los menores de 25 años la suma de Vox y Alvise (21%) obtendría hoy más apoyos que el PSOE (17%) y que el PP (15%). Y ya no digamos que Sumar (6%) o Podemos (3%). Y algo parecido sucede entre aquellos que tienen entre 25 y 34 años, donde la suma de Vox y Alvise alcanza el 20%, por encima del resto de formaciones. Un resultado que apunta a la brecha de género al dispararse entre los hombres.
Para interpretar este fenómeno hemos de situarnos en un contexto digital interconectado en el que son referentes masculinos de actualidad Netanyahu, Putin, Trump, Milei, Bukele y un largo etcétera. Son generaciones que desayunan mientras se debate en las tertulias de radio si se debe permitir a Ucrania usar armamento de largo alcance, o con las palabras del flamante nuevo primer ministro laborista de Reino Unido, Keir Starmer, elogiando la política migratoria de Giorgia Meloni. Una nueva normalidad está por llegar y el futuro es hoy más incierto que nunca.
Rafael Ruiz es consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab.