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Estados Unidos sufre su periodo más violento desde Kennedy, pero Trump no es el único culpable

Una gran bandera de "Trump o Muerte" ondea frente a la Torre Trump en la Quinta Avenida en un mitin en honor al expresidente Donald Trump el día después de recibir un disparo en un intento de asesinato mientras hablaba en un mitin en Pensilvania.

En la película Civil War, la última y exitosa cinta del estudio que produjo la oscarizada Todo a la vez en todas partes, el director Alex Garland nos relata el viaje de cuatro periodistas por un Estados Unidos asolado por una guerra civil. Durante el film no se entra a valorar qué ha producido el conflicto, los motivos políticos detrás del mismo ni tampoco se profundiza en quiénes forman parte de los dos bandos, de hecho, ni siquiera sabemos la ideología del presidente, que habría desatado parte de las hostilidades al optar a un tercer mandato, algo prohibido en Estados Unidos. Pese a esa falta de trasfondo político, la película retrata un acontecimiento que muchos expertos cada vez ven más posible dentro del contexto estadounidense: el estallido de una guerra civil fruto de la extrema polarización en la que vive el país.

En los últimos tiempos algunos acontecimientos han hecho saltar las alarmas, incluso en un país tan acostumbrado a la violencia como lo es Estados Unidos. Hace poco más de dos meses, una bala pasaba a 2 milímetros de la cabeza del expresidente Donald Trump durante su mitin en Butler (Pennsylvania), sobreviviendo de milagro a un intento de asesinato retrasmitido prácticamente en directo por televisión. El atentado conmocionó la campaña electoral y generó una ola de rechazo a la violencia por parte de políticos de todas las sensibilidades que, sin embargo, ha servido de poco. Hace apenas dos semanas, otra vez Trump era objeto de un intento de asesinato en su propio club de golf en Florida. En este caso el tirador fue detenido antes de que pusiera en peligro la vida del exmandatario, pero su mera intención ha vuelto a poner el problema de la violencia política en el centro de la campaña.

Los dos intentos de asesinato a Trump no son, pese a su repercusión, hechos aislados en el contexto del país americano. Un reciente estudio del Chicago Project on Security & Threats reveló que un 10% de los estadounidenses (lo que equivaldría a 26 millones de personas) verían justificado usar la fuerza para evitar que el expresidente vuelva a la Casa Blanca, y que un 7% (unos 18 millones) vería con buenos ojos recurrir a la violencia para restituir a Trump como presidente. Otras encuestas y estudios van en la misma línea: un 50% de los republicanos y al 30% de los demócratas se sentirían decepcionados si su hijo o hija se casara con alguien de otro partido, unos números que hace unas décadas eran prácticamente nulos.

Unas cifras que se suman a otras de igual manera preocupantes: la Policía ha detectado este 2024 más de 8.000 amenazas violentas a congresistas estadounidenses y más de 450 “amenazas serias” a diferentes jueces. Todas ellas fueron detectadas a tiempo, pero durante los últimos 15 años otros políticos, además de Trump, han sufrido atentados. Es el caso del intento de secuestro frustrado por el FBI de la todavía gobernadora demócrata de Míchigan, Gretchen Whitmer, o de los tiroteos sufridos por los congresistas Steve Scalise o Gabrielle Giffords, donde ambos fueron heridos y, en el caso del atentado a esta última, un juez federal fue asesinado.

Estamos en uno de los momentos más altos en cuanto a la violencia política en Estados Unidos del último siglo. Sí es verdad que poco después del nacimiento del país hubo una guerra civil, pero sin llegar a esos extremos es cierto que tenemos un nivel de violencia política altísimo”, señala Luis Miller, sociólogo, investigador del CSIC y autor del libro Polarizados. La política que nos divide. El experto explica que la situación es especialmente alarmante si la comparamos con el último medio siglo, cuando tras los enormes disturbios de los 60, la violencia política pareció dar un respiro a EEUU.

Precisamente, muchos de los estudios que se han realizado se refieren a esa década como el último pico de gran tensión y polarización en el país previo al que estamos viviendo ahora. En esos años, un clima social de protesta marcado por el descontento por la guerra de Vietnam y por las manifestaciones a favor de los derechos civiles de los afroamericanos, llevaron al país a uno de sus momentos más críticos. En esa década, fueron asesinados, entre otros, John F. Kennedy y su hermano Robert F. Kennedy, este último mientras hacía campaña en las primarias demócratas para lograr la nominación a la presidencia, Martin Luther King o Malcolm X.

“Creo que son situaciones incomparables. El periodo de finales de los años 60 fue mucho más violento. Hubo disturbios con decenas de muertos en ciudades como Detroit o Newark y actuaban grupos terroristas de extrema izquierda y derecha”, afirma Eduardo Suárez, periodista especializado en Estados Unidos, desde donde cubrió la victoria de Trump en 2016. Su diagnóstico coincide con el de Francisco Rodríguez Jiménez, profesor de la Universidad de Extremadura y visitante en la estadounidense Georgetown, que recalca el carácter generalizado de las protestas y el malestar en aquella época

Una situación que, pese a ser muy preocupante, también matiza Antonio Garrido, doctor en Ciencias Políticas y profesor en la Universidad de Murcia. El experto divide la violencia política en tres niveles: los ataques a políticos o presidentes, la violencia social generalizada y la existencia de grupos paramilitares. En el caso estadounidense afirma que en el primer y último caso la situación es realmente peligrosa, sobre todo por la proliferación de organizaciones armadas de extrema derecha como los Proud Boys, los Oath Keepers o el movimiento Boogaloo, todos ellos con una penetración muy grande en el país. Pero a la vez, Garrido ve esperanzador que esa tensión no se haya trasladado, por ahora, a la calle. "Esa violencia de masas no la veo, y los estudios que hacen allí tampoco la detectan. Si observamos los instantes finales de las democracias casi siempre encontramos en los meses o años anteriores este tipo de violencia social de todos contra todos y en EEUU esos hechos son muy reducidos", explica Garrido.

Aun así, para Suárez, hay algo que diferencia la época actual de aquellos años 60 y es precisamente la existencia de Donald Trump. “Lo peligroso ahora es la presencia de un expresidente que ha legitimado la violencia política en sus discursos. Ha sugerido que indultará a los condenados por el asalto al Capitolio por ejemplo y ha animado a sus seguidores a golpear a quienes lo interrumpían en los mítines y ha difundido mentiras sobre inmigrantes y palabras antisemitas y ha deslegitimado el proceso democrático”, enfatiza el periodista. 

Sumado a esto, Miller también destaca como la figura de Trump ha cambiado completamente la forma en la que EEUU se ha polarizado. “Antes de su llegada, existía una gran polarización ideológica. El Partido Republicano acabó en el Tea Party, pero este no deja de ser un movimiento conservador radical, paralelamente, en los demócratas también hubo cierta radicalización, por ejemplo con Bernie Sanders. Pero Trump supone un cambio hacia una polarización más identitaria que ideológica”, resume Miller. Así, el expresidente no sería la culminación de ese Tea Party, sino algo diferente, que no encaja en una definición ideológica conservadora clásica. “En sus posicionamientos puedes ver intervencionismo del Estado, algo que no encaja con muchos partidos conservadores clásicos y con el propio Partido Republicano”, zanja el experto.

Sin embargo, la respuesta de este auge de violencia política no sólo está en Trump, sino en algo que retrotrae al mismo corazón de los EEUU y a su fundación como país. “El nivel de violencia política que ha habido en la sociedad estadounidense no es comparable a la de otros lugares. Siembre ha habido un nivel latente que ha estado ahí independientemente del ciclo político. Es una constante que está relacionado con el uso de las armas pero también con la misma idea de violencia que tiene la sociedad”, explica Miller, que recuerda el intento de asesinato a Ronald Reagan en 1981, en un momento donde apenas existía polarización política.

La amenaza de la violencia política vuelve a ser un factor en los meses previos a las elecciones de EEUU

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Con respecto a las armas, Suárez piensa que la falta de control existente y su proliferación hace que la minoría que apoya este tipo de actos sea más preocupante que en otros países. De hecho, en EEUU, parece que nadie, ni demócratas ni republicanos, se atreven a cuestionar abiertamente el uso de armas ya que es un tema ampliamente aceptado por la sociedad. Tanto es así que, cuando Trump cuestionó a Kamala Harris por su postura con respecto a estas, la vicepresidenta se defendió diciendo que no sólo poseía armas sino que no dudaría en usarla en una situación extrema.  Un asunto que ha corrido en paralelo, asegura Miller, con una creciente polarización en las élites políticas estadounidenses, la cual ha aumentado mucho en las últimas tres décadas, bastante más que entre la ciudadanía.

Una espiral que tuvo hace casi 4 años su máxima expresión en el asalto al Capitolio del 6 de enero. Con Trump pugnando por la Casa Blanca y con los precedentes violentos que ha habido durante la campaña ¿podremos vivir algo similar este año? “Lo veo difícil por dos motivos: ya ha pasado y los sistemas de seguridad estarían más preparados y porque ahora, a diferencia de entonces, los mandos los llevan los demócratas”, sostiene Rodríguez Jiménez, que recuerda como, un par de días tras el asalto, un grupo de militares de alta graduación firmaron una contundente carta donde defendían que no se podía subvertir el resultado electoral. “Esa carta fue clave para que la democracia continuase y no hubiera más conatos de asalto”, zanja el profesor.

Con todo, la situación continúa siendo de máxima tensión y aunque parece lejana la luz al final del túnel, sí que existen formas de reducir esta violencia. "La solución pasa por un Partido Republicano en manos de otra persona. Otro liderazgo, menos estridente, que ayudará a rebajar la tensión", propone Suárez como forma de rebajar la polarización. Garrido también cree que el los líderes son fundamentales para detener esta espiral de violencia: "Hay un componente de violencia que es estructural y que no desaparecerá cuando Trump se vaya, pero sí se reducirá. Desde luego, lo que se necesita para combatirla es un liderazgo fuerte y responsable, porque en la actualidad la figura del líder ha tomado una importancia clave para parar esto". Además, el profesor afirma que una de las soluciones podría pasar por reconstruir los lazos entre los dos grandes partidos del país mediante comisiones y llamamientos que vayan a favor de reducir la violencia política.

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