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20N

La pulsión autoritaria que revelan los sondeos rompe máximos aupada por los que no vivieron la dictadura

Personas portan banderas franquistas en la calle Ferraz.

Es una frase que se repite con frecuencia en los círculos ultras. Una suerte de firma con la que culminar sus mensajes en unas redes sociales que fomentan, precisamente, todos sus discursos incendiarios. "Estamos tan de vuelta que asusta", escriben, una y otra vez, los que llevan por bandera el fascista "Dios, patria y familia". Son conscientes de la ola reaccionaria que recorre el mundo. Y de la preocupante brecha –todavía pequeña– que se está abriendo. La pulsión autoritaria ha roto máximos. Nunca antes en este siglo se habían registrado en nuestro país niveles tan elevados de justificación de las políticas de mano dura. Una visión impulsada por quienes ni siquiera vivieron la dictadura.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) lleva décadas preguntando por el régimen político preferido de los españoles. A mediados y finales de los ochenta, con una dictadura que acababa de desmoronarse, los sondeos llegaron a recoger hasta un 13,7% de personas afirmando que "en algunas circunstancias" un "régimen autoritario" puede ser preferible a "uno democrático". Era la época de la reconstitución de la Fuerza Nueva de Blas Piñar, referente de la extrema derecha patria tras el derrumbe del franquismo, bajo el nombre de Frente Nacional. Un proyecto respaldado por los fascismos francés e italiano con el que se buscó, sin demasiado éxito, el salto a las instituciones comunitarias.

A medida que la democracia se fue asentando, el respaldo a la misma fue en aumento. Las pulsiones autoritarias empezaron a difuminarse. Igual que perdieron músculo los viejos franquistas, que veían cómo cada 20N su homenaje al caudillo en la Plaza de Oriente era menos multitudinario que el anterior –se pasó de 100.000 personas en 1976 a apenas un par de centenares–. A comienzos de siglo, apenas un 3,6% de los encuestados justificaba una dictadura en los sondeos. Una cifra que fue bailando hasta situarse, justo antes de la pandemia, en el entorno del 5%. Por aquel entonces, la ultraderecha acababa de regresar a las instituciones de la mano de Vox.

Pero ahora, cinco años después, la tendencia autoritaria ha alcanzado niveles nunca antes vistos durante este siglo. El pasado mes de septiembre, en uno de los barómetros del CIS, un 8,3% de los encuestados consideraba que un "gobierno autoritario" podía ser "preferible a uno democrático" en determinados momentos. Unos niveles que no se habían visto, siquiera, durante la Gran Recesión –a finales de 2009 alcanzó el 7,7%, que hasta ahora había sido el techo–. Y que algunos sondeos privados recientes, como el de 40dB para El País y la Cadena Ser, elevan hasta el 12,6%, cifras propias de la década de los ochenta, cuando la democracia acababa de echar a andar.

Pero hay una diferencia fundamental entre ambas épocas. Antes, esa pulsión descansaba, fundamentalmente, en los grupos de mayor edad. Solo hay que ver, por ejemplo, el sondeo de noviembre de 1987, donde los que más justificaban la mano dura eran quienes tenían de 45 años en adelante. Pero ahora, se ha trasladado a los más jóvenes. Es la generación Z y los millenials, aquellos que no vivieron las cuatro décadas de dictadura, quienes responden en mayor proporción que el autoritarismo puede ser preferible a la democracia en determinadas circunstancias. Más del doble que entre los baby boomers y la geneneración silenciosa –es decir, de 59 años en adelante–.

Un futuro incierto

"No son la mayoría, pero suponen un grueso de opinión que no se había visto antes", advertía recientemente en El País Oriol Bartomeus, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona. La brecha se encuentra, en mayor medida, en los hombres jóvenes. Precisamente, el principal caladero de voto en el que pescan unas formaciones ultras que ni han renegado, ni han condenado, ni han hecho siquiera un juicio crítico sobre la dictadura. En Vox, por ejemplo, han llegado a calificar el golpe de Estado de 1936 como "movimiento cívico militar". Y han llegado a llevar en su listas a militares que han exaltado públicamente la figura del dictador.

"Una coyuntura de miedo, económico y global por la superposición de crisis, tiende a reforzar las respuestas autoritarias, conduce a pensar en hombres fuertes tomando decisiones rápidas", apunta en conversación con infoLibre Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III y autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. En los setenta, los jóvenes veían la democracia como un sistema de progreso económico y social. Pero hoy, han interiorizado que vivirán peor que sus padres. "Para ellos, la democracia no lleva aparejado el bienestar ni la seguridad de un futuro mejor", apuntaba Bartomeus en su artículo.

María de los Ángeles Egido León, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), se detiene también en los agujeros del sistema. "Lo que está pasando es que el ciudadano medio se siente impotente ante la ineficacia de los servicios públicos, que se han transferido a una iniciativa privada que lo que busca es obtener beneficios. Ve listas de espera en sanidad, recortes y pocas alternativas. No es extraño que eso, unido al espectáculo cotidiano del enfrentamiento político en beneficio de los partidos, y no del bien común, degenere en un desencanto de la democracia", apunta la historiadora.

Sobre el cansancio con la clase política da buena cuenta el último barómetro del CIS. En un hecho casi sin precedentes, los encuestados sitúan como el principal problema de España, por orden, "los problemas políticos en general", "el mal comportamiento de los políticos" y "el Gobierno y partidos o políticos concretos", por delante incluso de temas como la vivienda, el paro o la crisis económica. Una antipolítica espoleada tras la dana por los sectores ultras a la que también hacía mención Bartomeus: "La última generación que creyó en la política fueron los jóvenes de los sesenta. Después de ellos, la política se convierte en algo vulgar, se cae del pedestal, por así decirlo, o peor, es un lastre".

Una lucha identitaria

Las lógicas identitarias en las cuales se mueven últimamente los debates políticos, recalca Fernández, también favorecen las respuestas "de tipo primariamente autoritario". Un marco que lleva a pensarlo todo como una "lucha" entre grupos que "compiten existencialmente" y que termina "labrando" una "actitud beligerante" donde "la democracia" queda relegada a un "segundo o tercer plano". "Lo importante es estar preparado para ese conflicto", trata de explicar el sociólogo. Un marco en el que la salida "suele ser de fuerza", muy en clave "emocional": "Porque en el fondo se cuestiona es quién soy, mi forma de vivir, mis gustos...".

Las redes sociales tienen mucho que ver en la implantación de este "marco de pensamiento". "Hay canales o influencers que marcan la mayor parte de la discusión política en estos parámetros", apunta Fernández. Son lugares donde el fascismo se mueve como pez en el agua. Donde se normalizan discursos que blanquean la dictadura. "¿Sabe a quién resucitaría yo pensando en España? Primero, al tío Paco", lanzaba hace no mucho en un canal de YouTube con más de un millón de seguidores un tipo que nunca ha ocultado su animadversión hacia unos "rojos" que aniquilaría. Unas burbujas de odio que, además, se encargan de propiciar los propios algoritmos de las redes sociales.

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Sobre esto último hay numerosos estudios. Uno de ellos, firmado por el investigador Luke Munn, fue publicado hace un par de años por la revista Nature. En él se concluía que el funcionamiento de Facebook privilegiaba "el contenido incendiario, estableciendo un bucle de estímulo-respuesta en el que la expresión de la indignación se hace más fácil e incluso se normaliza”. Y algo parecido se decía en relación a Youtube, cuyo "sistema de recomendaciones" conducía a contenidos "extremos". En cuanto a X, un estudio reciente de las universidades de Cornell y de California también resalta que el nuevo algoritmo implementado por Elon Musk también amplifica la ira, la hostilidad y la polarización.

Unas redes convertidas en vertedero de bulos a través de las cuales se informan buena parte de los jóvenes. Y que, unido al "declive de la educación", lanza Egido, han acabado por instaurar un "caldo de cultivo perfecto" para "volver a soñar con los cirujanos de hierro", con las "terribles consecuencias que eso supondría". Sobre esto último también existen estudios. "El conocimiento de la historia del siglo XX español, especialmente de su primera mitad, se ha mostrado relativamente pobre entre el grueso de los jóvenes", recoge una investigación elaborada recientemente por el instituto CIMOP para la Asociación de Descendientes del Exilio Español.

Bartomeus también hacía hincapié en El País en la falta de transmisión de los valores democráticos a lo largo de estas décadas: "Algo ha fallado. Tal vez algo tan simple como que no se ha querido articular tal transmisión más allá de los ámbitos domésticos y familiares. La nueva democracia no quiso ser una democracia militante, posiblemente porque no existía un consenso claro sobre el tema, y porque la correlación de fuerzas no permitía a las democráticas imponerlo. Es posible que existiera entre esas fuerzas un rechazo instintivo al establecimiento de una pedagogía democrática "de Estado", como había existido durante el franquismo una pedagogía de valores contrarios a la política".

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