Los mercados financieros (y su agenda política) ponen contra las cuerdas a Lula en Brasil
En la mañana del 20 de diciembre de 2024, un dólar americano valía 6,16 reales, lo nunca visto desde que esta moneda se situara en paridad con el dólar en 1994. En un año, el real ha perdido casi una cuarta parte de su valor, un 23,9% para ser exactos.
Ninguna gran divisa emergente ha sufrido una caída semejante este año. Además, la bajada se ha acelerado en las últimas semanas: en el espacio de un mes, el real ha perdido un 5,7% de su valor y por primera vez ha superado la marca de 6 reales por dólar.
El 18 de diciembre, el ministro federal de Hacienda, Fernando Haddad, declaró que la moneda brasileña podría sufrir “un ataque especulativo”. El rechazo del real se extendió gradualmente a todos los mercados financieros brasileños. El índice de la Bolsa de São Paulo, el Ibovespa, perdió un 3,15% durante la sesión del 18 de diciembre, mientras que el tipo del bono a diez años del gobierno brasileño pasó del 12% al 14,7% en el espacio de un mes.
El Banco Central de Brasil (BCB) no ha conseguido frenar la caída. En un intento de apuntalar el real, a mediados de diciembre subió los tipos un punto porcentual, hasta el 14,25%, y luego compró reales en los mercados por lo equivalente a 5.800 millones de dólares. Una intervención bastante masiva que no consiguió invertir la tendencia. Como suele ocurrir en estas situaciones, muchos incluso lo han visto como una prueba de la pérdida de control por parte de las autoridades, y el pánico se ha apoderado de los mercados. “Brasil se ha convertido en un caso de ‘primero vendes y luego te haces preguntas’”, dijo un operador de divisas a Bloomberg.
Lula no convence a los mercados
La situación es especialmente preocupante para el Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que acaba de ser sometido a una intervención quirúrgica de envergadura tras una caída en el cuarto de baño y un traumatismo craneal. El debilitamiento del real y la subida de los tipos de interés amenazan con acelerar la inflación y dificultar la financiación del Estado. Esto pondría en entredicho toda la política seguida por el ejecutivo brasileño en los dos últimos años.
Oficialmente, todos los operadores del mercado aducen la misma razón para este pánico: la incapacidad del gobierno para reducir el déficit público. Según cifras del BCB, el déficit alcanzó en octubre un porcentaje interanual del 9,52% del PIB. En 2022, el déficit era del 5,4% del PIB, y en 2023 llegó al 8,8%. Al mismo tiempo, la deuda pública ha aumentado hasta el 79% del PIB.
Desde el punto de vista de los mercados, estas cifras reflejan el riesgo de que la deuda de Brasil sea insostenible: el país se está endeudando demasiado y el coste de este endeudamiento se está sumando a la deuda y a su propio coste. Es lo que se conoce como “efecto bola de nieve”, en el que el coste de los intereses se suma al stock de deuda y, por tanto, al coste de los intereses, hasta el punto de que el país ya no puede hacer frente a sus compromisos.
La administración Lula ha intentado por tanto tranquilizar a los mercados. Presionado por la caída del real, el gobierno anunció a principios de noviembre un recorte del gasto público de 70.000 millones de reales (unos 10.500 millones de euros). Para satisfacer plenamente a los mercados, los recortes se centraron en las transferencias sociales a los más pobres, a lo que se añadió una propuesta para limitar el aumento del salario mínimo. Pero este anuncio apenas les dejó satisfechos.
En el Congreso, los diputados se opusieron a esos recortes masivos. El gobierno tuvo que compensar parte de los recortes reduciendo los impuestos a los más pobres. Pero las negociaciones con el Congreso, cuyo periodo de sesiones acaba de finalizar el 20 de diciembre, apenas avanzaron, sobre todo porque los problemas de salud de Lula ralentizaron aún más el proceso. Como consecuencia, ha aumentado la presión de los mercados.
Para Lula, estos acontecimientos representan un amargo fracaso y demuestran los límites de su estrategia. Cuando llegó al poder en 2022, la economía brasileña llevaba estancada desde 2014 con la caída del mercado de materias primas. La estrategia a aplicar es entonces la misma que la de sus anteriores mandatos entre 2003 y 2011: apoyar la redistribución hacia los más pobres y programas de inversión masiva.
Sin el apoyo del Estado, el crecimiento se desploma, pero este apoyo estatal solo puede producirse a costa de un elevado déficit
En un libro de 2018, Brasil: Neoliberalismo vs Democracia (edit. Verso), Alfredo Saad-Filho y Lecio Morais señalan que Lula puso en marcha un “neoliberalismo desarrollista”, en el que el Estado buscaba desarrollar un mercado interior próspero y funcional para el capital brasileño. Pero eso se hizo dentro del marco neoliberal de la globalización y la financiarización de la economía. El apoyo estatal se basaba pues en la entrada de capitales y en las ganancias de las exportaciones agrícolas y de materias primas. Los autores concluyen que “el Partido de los Trabajadores nunca rompió realmente con el sistema neoliberal de acumulación [...] ni intentó construir una alternativa”.
Cuando el mercado de materias primas cambió radicalmente y los flujos financieros cesaron, Brasil se estancó y el Partido de los Trabajadores de Lula fue expulsado del poder en condiciones más que cuestionables en 2016, para dar paso a la extrema derecha de Jair Bolsonaro. Cuando volvió al poder en 2023, Lula se encontró con una situación algo similar a la de veinte años atrás: los precios agrícolas estaban subiendo tras el inicio de la guerra en Ucrania y Lula aprovechó para retomar la misma estrategia de recuperación.
Crecimiento dopado por el Estado
La economía brasileña se ha visto fuertemente apoyada por el gasto público. El programa social Bolsa Família se amplió hasta cubrir el 19% de los hogares brasileños en 2023, frente al 16,9% en 2022. Los salarios reales volvieron a subir, superando su nivel de 2019 en un 6%. El crecimiento se aceleró en 2023 hasta el 3,3%, frente al 3% en 2022, impulsado principalmente por el consumo de los hogares (+3,5%) y el gasto público (+3,8%). Y esa dinámica parece haber continuado en 2024, con un crecimiento anual del PIB de Brasil del 3,1% interanual en el tercer trimestre. Para el conjunto del año, el Gobierno prevé un crecimiento del 3,2%.
En un contexto mundial sombrío y en uno regional aún más difícil, los resultados de Brasil son, pues, notables. En julio, el Fondo Monetario Internacional (FMI) aplaudió a Brasil por su “notable resiliencia”. Entonces, ¿de dónde viene ese pánico del mercado? Cabría esperar que, con semejante crecimiento y superávit primario, Brasil atrajera capital extranjero, no que lo ahuyentara. Pero el renovado crecimiento de Brasil oculta muchas debilidades.
Es en efecto un crecimiento muy dependiente de las transferencias del Estado, cuando a principios de siglo, las transferencias sociales se financiaban en gran parte con el crecimiento, en particular las exportaciones. Ahora la lógica es la inversa. Pero esta estrategia sólo puede funcionar si los gastos realizados revierten en las arcas públicas.
Pero los ingresos fiscales son insuficientes y tienen un dinamismo limitado, a pesar del aumento del PIB. El Gobierno ha lanzado una reforma del IVA, hasta ahora muy compleja, pero sus efectos no se notarán hasta dentro de unos años. Lógicamente, el déficit primario, que excluye el servicio de la deuda, ha aumentado fuertemente en 2023 y seguirá haciéndolo en 2024.
En otras palabras, sin el apoyo del Estado el crecimiento se desploma, pero ese apoyo sólo puede proporcionarse a costa de un elevado déficit. Lógicamente, ese déficit hace que el país dependa de los mercados financieros, ya que el gobierno de Lula se ha aferrado a su lógica neoliberal. Una dependencia que no deja de crecer, dado el efecto bola de nieve.
El Brasil de Lula es anti-Milei. Por tanto, es lógico que el sector financiero, que ahora defiende posiciones libertarias, aproveche los defectos del modelo brasileño para debilitar a Lula
Al mismo tiempo, el aumento del consumo de los hogares y de la inversión pública alimenta una demanda interna que a la oferta productiva brasileña apenas le satisface. Cuando las exportaciones aumentan fuertemente, pueden cubrir esas necesidades, como ocurrió a principios de siglo. Pero en 2024, el aumento de las exportaciones se ha ralentizado. En términos interanuales, cayeron del +6,1% en el primer trimestre al 2,1% en el tercero. Al mismo tiempo, el crecimiento de las importaciones pasó del 10% al 17,7% en el mismo periodo.
Se trata de una característica clásica de este tipo de recuperación. El repunte de la inversión (+3,7% interanual en el tercer trimestre) no ha bastado para desarrollar la oferta productiva. La economía empezó entonces a recalentarse, con dos consecuencias: el aumento de la inflación y la profundización del déficit por cuenta corriente. En agosto y noviembre, la inflación anual pasó del 4,2% al 4,9%. Esto no es todavía un desastre, pero indica tensiones, mientras que en julio el FMI pronosticaba una continuación de la “desinflación”. La reanudación de la inflación pesa lógicamente sobre el valor del real. A ello se añade el aumento del déficit por cuenta corriente, es decir, la diferencia entre las entradas y salidas de divisas del país. Para financiar su crecimiento, Brasil necesita importar divisas, y esta necesidad aumentó en 2024 por las razones expuestas anteriormente.
La situación es, por tanto, muy diferente a la de la década de 2000: la recuperación de Lula depende en gran medida de la financiación exterior y está llevando rápidamente el crecimiento brasileño a atrincherarse, lo que refleja el debilitamiento del potencial del país. En estas condiciones, el Gobierno brasileño tiene poco margen de maniobra.
Ofensiva política del sector financiero
A partir de ahí, la disciplina del mercado actúa contra Brasil sobre todo porque el gobierno de Lula no goza de la simpatía de los inversores. En la estructura actual del capitalismo mundial, el sector financiero intenta obtener garantías de los gobiernos. Esto tiene mucho que ver con el cambio de paradigma en la política monetaria. El endurecimiento de la política monetaria por parte de los principales bancos centrales, especialmente la Reserva Federal americana, está llevando a los mercados financieros a ser más exigentes con las políticas fiscales y a entrar en conflicto con los regímenes que consideran derrochadores.
Esta ofensiva contra el real se parece mucho a una ofensiva a favor de la oposición de extrema derecha de Brasil
Al mismo tiempo, el vecino del sur, la Argentina de Javier Milei, lleva a cabo una violenta política de austeridad que está a punto de convertirse en la referencia para los operadores del mercado. El Brasil de Lula es el anti-Milei, por lo que es lógico que el sector financiero, que ahora defiende posiciones libertarias, aproveche los defectos del modelo brasileño para debilitar a Lula.
La situación presupuestaria de Brasil ciertamente no es buena y el recalentamiento de la economía es motivo de preocupación, pero no tiene nada de dramático. El país ha recuperado el dinamismo que perdió hace diez años y su nivel de deuda es “alto, pero no peligroso”, según declaró a Bloomberg Paul McNamara, director de inversiones de la gestora de fondos GAM IM.
Además, en julio, el FMI estimó que la sostenibilidad de su deuda no estaba amenazada. La ofensiva de los mercados contra el real y la deuda brasileña parece, pues, desproporcionada y vinculada a una forma de lucha por el poder político. Porque, contrariamente a lo que piensan los economistas mainstream, los mercados, por supuesto, hacen política. Cuando exigen una reducción “creíble” del déficit, la palabra importante es “creíble”, que significa una estrategia políticamente validada por los mercados y, por lo tanto, en su interés.
En este caso, lo que los mercados quieren evitar es el intento de Lula de reducir el déficit actuando sobre la cuestión central de los ingresos fiscales: gravar los ingresos procedentes de paraísos fiscales y estudiar la posibilidad de aumentar el tipo impositivo sobre los beneficios de bancos y aseguradoras. Estas dos medidas, bastante modestas, apuntan directamente al sector financiero. Además, el Congreso ha presentado una propuesta para restringir los créditos del impuesto de sociedades en caso de deterioro de las finanzas públicas.
La obsesión de los mercados por recortar el gasto público y el chantaje al que ha dado lugar son obviamente una respuesta a estos intentos de promover el crecimiento de los ingresos. Así pues, el sector financiero está llevando a cabo una ofensiva política contra el gobierno de Lula, en la que la “credibilidad” se mide por su grado de coincidencia con las políticas de Javier Milei.
Olga Yangol, responsable de investigación de mercados emergentes en Crédit Agricole, lo dice claramente, también en Bloomberg: "La percepción es que, mientras el actual presidente esté en el cargo, será impermeable a los movimientos del mercado.” El objetivo es someter a este Gobierno a la lógica del sector financiero. Indirectamente, esta ofensiva contra el real se parece bastante a una ofensiva a favor de la oposición de extrema derecha de Brasil.
Lula se encuentra por tanto en una situación difícil. En 2002, la caída del real provocó la caída de su predecesor Fernando Cardoso. El riesgo es que, si la crisis financiera continúa, se enfrente a una aceleración de la inflación y a una explosión del coste de la deuda. En el G20 celebrado en Río en noviembre, criticó duramente la diferencia de tipos de interés entre los países emergentes y los occidentales. Pero este ataque no debe ocultar su responsabilidad.
Al aplicar una política centrada sobre todo en la redistribución y el encaje en los marcos capitalistas existentes, Lula ha creado las condiciones de su posición de debilidad frente a los mercados. Su política moderada parece adaptarse mal a los tiempos turbulentos en los que se encuentra el capitalismo contemporáneo.
Por eso el ministro Haddad intenta apaciguar a los mercados con algunas medidas simbólicas, pero no comprende que el sector financiero quiere mucho más: quiere imponer un cambio total de política. Esta es, una vez más, la prueba de que es cada vez menos posible un compromiso con el capital .
Las contradicciones medioambientales de Lula
En el frente medioambiental, las políticas de Lula han roto abiertamente con el negacionismo de Jair Bolsonaro. En 2023, la deforestación en la Amazonia se redujo a la mitad, y el gobierno ha declarado su intención de detenerla por completo en 2030. Brasilia también ha desarrollado una agenda de “crecimiento verde”, con un nuevo mercado de carbono, la emisión de un bono “sostenible” y una nueva taxonomía.
Pero en este caso como en otros, las acciones de Lula no están exentas de contradicciones y esas medidas a veces son meras fachadas. El gobierno del Partido de los Trabajadores, dependiente del crecimiento, lleva a cabo políticas que en realidad destruyen el medio ambiente. Por ejemplo, sigue acelerándose la destrucción de los bosques del Cerrado para convertirlo en plantaciones de soja. Del mismo modo, la carretera BR-319, aprobada el año pasado, que pretende sacar del aislamiento a la metrópolis amazónica de Manaos, destruirá considerables ecosistemas amazónicos. Además, Lula ha relanzado la explotación petrolífera.
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Traducción de Miguel López