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Afectados por la hepatitis C

Mayte Mejía

La vida, querámoslo o no, siempre está en manos del destino. La de millones de seres humanos desesperados, en estos momentos difíciles para ellos, la condiciona también el suministro del medicamento para la hepatitis C Sovaldi –fármaco de última generación que presenta elevadísimas tasas de curación– y que de no tomarlo el enfermo se acerca mucho más al otro lado de la frontera donde la desembocadura de la cirrosis y el cáncer de médula son un callejón sin salida. La Plataforma de Afectados, sus familiares, así como la marea blanca y buen número de ciudadanos preocupados por este y otros problemas sanitarios, reivindican una pronta solución a quien corresponda, ya que la salud, como material delicado que es, aparte del deber de, garantizarla a los ciudadanos poniendo a su alcance los recursos que haya para cada caso específico, ha de ser prioritaria en todos los rincones del planeta y no un aval de intereses creados.

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Es muy duro, te toque de cerca o no, ver cómo se muere la gente y quedarte atado de pies y manos; primero porque careces de preparación para resolver el asunto y segundo porque la llave de la caja de Pandora siempre está en posesión de los otros. Cuando un ser querido tuyo depende de un tratamiento que no dispensan con facilidad en la farmacia, sino que el intermediario es un laboratorio o una empresa que gestiona su distribución, y estos fallan, la primera reacción que uno tiene, bañado en impotencia, es tirarse al cuello de quien no ha realizado bien su trabajo; la segunda, buscar responsabilidades y posibles soluciones para que la dignidad y la calidad de vida llegue a todos por igual. Al menos esta es la intención de las buenas gentes; después se choca contra el papeleo, la burocracia, el a mí no me corresponde, etcétera...

Las palabras que he convocado hoy para escribir este artículo, siempre desde la humildad y sin adoctrinar a nadie, me gustaría que tuvieran la fuerza suficiente como para poner en marcha la responsabilidad de quienes tienen la maquinaria a punto y engrasada para comercializar un genérico que mejore la existencia de los afectados por la larga y complicada enfermedad de la hepatitis C. Las cifras no solo son alarmantes, sino vergonzosas. Cada año mueren 4.000 personas porque una simple pastilla no llega a su dispensario y hay 900.000 que lo padecen –y las que callan por miedo a la discriminación y el rechazo– y que podrían salvarse. ¿Es o no es de urgencia poner remedio?...

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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