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La bestia acorralada

Rafael Muñoz

La reacción de Israel ante el anuncio del reconocimiento del Estado palestino por parte de Noruega, Irlanda y España sobrepasa lo imaginable. No se entiende qué necesidad de abrir frentes en todas partes tiene el Gobierno de un país que cada día se ve más aislado en su guerra de exterminio en Gaza.

El ministro de Exteriores israelí califica a la ministra de Trabajo del Gobierno español de ignorante y llena de odio por saludar el reconocimiento del Estado palestino con la frase “Palestina vencerá, desde el río hasta el mar”.

Que un miembro de un Gobierno genocida acuse a alguien de profesar odio tiene una buena dosis de ironía. Que, además, lo califique de ignorante; que pretenda aleccionarlo equiparando el radicalismo islámico a la fascinante experiencia de al-Andalus, deja bien a las claras su alto grado de cultura y de conocimiento de la Historia. 

Alguien debería decirle a este elemento que los sefardíes, los judíos de la península Ibérica, perseguidos por los visigodos, ayudaron decididamente a la invasión y conquista árabe de la misma. Alguien debería decirle que la comunidad sefardí brilló con luz propia bajo el luminoso paraguas de al-Andalus. Alguien debería decirle que un filósofo sefardí, de nombre Maimónides, escribía frecuentemente en árabe. Y lo hacía porque el árabe era la lengua de prestigio para las tres comunidades de la Península. 

Alguien debería decirle a este elemento que los sefardíes, los judíos de la península Ibérica, perseguidos por los visigodos, ayudaron decididamente a la invasión y conquista árabe de la misma. Alguien debería decirle que la comunidad sefardí brilló con luz propia bajo el luminoso paraguas de al-Andalus

Alguien debería decirle que la frase pronunciada por la ministra no es de Hamas, que Hamas es un recién llegado —una criatura, en buena medida, de Israel— a la Resistencia palestina. Alguien debería decirle, finalmente, que la frase solo simboliza el anhelo, casi romántico, de los palestinos por recuperar la tierra de la que fueran expulsados: el viejo sueño, ya caduco, de la OLP por una Palestina democrática, donde convivieran judíos y árabes. Un sueño que enlazaba con la teoría y la práctica política del Partido Comunista de Palestina, creado hacia 1922 por inmigrantes judíos europeos, que reunía entre sus filas a judíos y árabes.

La vigencia, hoy, del símbolo podría quedar satisfecha con la aceptación por parte de Israel del derecho al retorno de los palestinos expulsados en 1948. Y podría cobrar un mínimo de realidad, ante la propuesta de los dos Estados, en la necesidad de dotar de alguna suerte de corredor que conectara Cisjordania con Gaza. A tales efectos, hay que recordar que el plan de partición de Palestina de la ONU en 1947, pese a ser claramente parcial en favor de la población inmigrante judía, minoritaria aún, al menos garantizaba a la parte árabe su continuidad y su salida al mar. Ambas cosas son inadmisibles para este Israel gobernado por supremacistas y genocidas. Para ellos, el botín de guerra es un derecho, no solo adquirido, también divino. 

A todos los que denuestan la frase símbolo, por albergar la supuesta intención de destruir Israel, habría que decirles que, en sus últimos estatutos, Hamas ciñe sus objetivos de liberación a las fronteras anteriores a 1967: Cisjordania, Gaza y Jerusalén este, los territorios ocupados. Habría que decirles que, pese al brutal y execrable atentado del 7 de octubre, un país lo destruye quien puede, no quien quiere. Como los ciudadanos del mundo entero están viendo día a día, en directo, impotentes, el Gobierno de Israel reúne sobradamente voluntad y poder para destruir a los palestinos.

Para los palestinos, la violencia asesina de las bombas. Para quienes la denuncian, la violencia de las palabras. La bestia se siente nerviosa, acorralada. Por eso reacciona a las palabras con insultos. A la reivindicación de derechos universales con bombas. Es su lenguaje. No conoce otro. El lenguaje de la bestia. 

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Rafael Muñoz es socio de infoLibre.

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