Desconexión

Jesús Samperiz

Pese a las noticias de cada día, cuesta creer que estemos ante un cambio de ciclo en la convivencia de las dimensiones y calado de que hablan algunos antropólogos sociales.

El narcisismo más estentóreo se ha empadronado en la Casa Blanca al servicio de la cleptocracia universal y el horizonte apunta a una globalización de la pobreza. Pero, pese a ello, quien más quien menos, parece que todo el mundo en estas fechas busca la “desconexión” primaveral. Noticiarios de todo sesgo dan testimonio de la inundación que sufren estos días los paraísos del marketing turístico y las almas se apelotonan en carreteras, estaciones o aeropuertos al asalto de su programada felicidad domesticada.

No deja de ser paradójico que la “desconexión” sea objeto del mercado de las libertades al tiempo que el mismo mercado ofrece la conexión permanente, con todo lujo de gigas, como única garantía de triunfo. Tal parece que el narcisismo de los poderosos de la mano del hedonismo pequeño burgués de los trabajadores con ínfulas de clase media triunfa a nuestro derredor y el trumpismo, en todas sus versiones, genera más admiradores que opositores.

La operación de empobrecimiento generalizado pasa desapercibida ante la promesa/esperanza de que el empobrecido siempre será el “otro”

La operación de empobrecimiento generalizado pasa desapercibida ante la promesa/esperanza de que el empobrecido siempre será el “otro”. Lo que nos cuentan los telediarios no es solo un enfrentamiento de hegemonías mundiales o de modelos de economía y convivencia, se ha declarado la guerra entre los “YOS” y los “OTROS”. No es una estrategia nueva, todos los dictadores la han utilizado. A medida que se despersonaliza y se deshumaniza a los “otros”, se externaliza su sufrimiento y ya se puede disfrutar del chiringuito playero, de la santa cofradía o del esquí pirenaico, convencidos de vivir en el mejor de los mundos posibles. De esta forma se pone sordina a Gaza, a Ucrania o a Yemen y en clave doméstica a las prácticas del trumpismo nacional que convierte la ignorancia en alimento de urnas.

En esta cruenta guerra de sangre y aranceles, los derrotados, además de la verdad, son quienes se aventuran a hablar de la necesidad de un cambio profundo en la personalidad colectiva de la única raza que habita la tierra. Sobre ellos, cae el silencio de las mayorías. 

Quienes hablan de mesurar el crecimiento para que la tierra pueda repartir sus dones se convierten, por voz de la oligarquía creciente, en enemigos del progreso. Un progreso que, ya expoliada buena parte de las riquezas de la tierra, no va a dudar en exprimirlas hasta sus últimas gotas en un camino sin retorno al que no le faltan caminantes. Paradójicamente, esta idea –no por suicida– pierde creyentes. Todo lo contrario, da la sensación de que el corazón de los hombres jornaleros, que alumbraba Miguel Hernández en 1937, se ralentiza entre equipajes y esperas de estaciones y aeropuertos y que el fuego de la fragua donde se forja el martillo verdugo de esa cadena languidece en una ardiente oscuridad.

____________________

Jesús Samperiz es socio de infoLibre.

Más sobre este tema
stats