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Eurovisión 1968-2022 y volver a empezar

Domingo Sanz

Los periodos de crisis sistémica en las sociedades, esos que solo se cierran cuando consiguen abrir de par en par las puertas a cambios importantes, emiten señales que permiten identificarlos y que, en ocasiones, son tan parecidas a las de crisis anteriores que no puedes esquivar su recuerdo.

 Quizás es por eso que la sabiduría nos dice que la historia nunca se repite, pero en ocasiones se parece demasiado.

Los viejos del lugar recordamos aún el lío bajo control total que se montó cuando, en marzo de 1968, un joven Serrat fue elegido por TVE para acudir a Eurovisión, pero que, a la hora de dar el sí, tuvo la osadía de decirle al militar dictador y a los millones de españoles que veían la única pantalla posible que, o cantaba en catalán o que con él no contaran. El resto es historia: Massiel, el “La, la, la”, el mayo francés de aquel mismo año y todo lo demás.

Muchas cosas han cambiado desde entonces. 

Y también están apareciendo muchos que nos cuentan ahora cosas nuevas que arrojan luces muy distintas sobre aquel entonces.

Juan Luis Cebrián y Óscar Alzaga, por citar solo a dos testigos privilegiados de aquella Transición, declarando el primero que “La democracia era inevitable” y el segundo que “No es cierto que Juan Carlos I trajese la democracia”, con lo que, si le quitan el único mérito que, desde el PSOE hasta Vox, le siguen reconociendo al padre del Borbón vigente, lo dejan convertido, definitivamente, en un delincuente blindado por una Constitución que, a la hora de redactarla, él mismo le indicó a Suarez que incluyera el punto 3 en el artículo 56 para poder cometer cualquier exceso, que ayer mismo escuché a Joaquim Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, afirmando que ”La inviolabilidad del rey es una invitación a delinquir”. 

¿Lo ha escuchado también usted, señor Sánchez? Se lo pregunto porque no soy yo, sino una asociación judicial en la que, probablemente, hay más votantes del PSOE que en el resto de asociaciones judiciales juntas.

-“Ahora no, que la prioridad es la pandemia”, quizás responda el presidente.

¿Y qué tiene que ver una cosa con otra?

Ante aquel abuso de posición dominante cometido desde la jefatura del Estado contra instituciones débiles de un futuro en construcción, comenzando por la presidencia del Gobierno y las Cortes Generales, solo podemos sentir cierta especie de pena por los Carrillo, Solé-Tura y otros que sentían ruido de sables en los cuartos de banderas mientras el rey se reía de ellos, y, en cambio, recordar con desprecio a los Felipe González y otros del PSOE, por lo muy rápidamente que abandonaron su supuesto republicanismo para colocarse junto al rey y enriquecerse durante las décadas de la corrupción generalizada.

Pero hemos puesto “Eurovisión” al principio porque, 54 años después, puede que en este festival tan “institucional” haya aparecido otra señal de las que confirman una nueva crisis sistémica en el Estado español.

Una crisis que no nos permite imaginar el futuro en el que desembocaremos cuando se cierre la inestabilidad que comenzó con los ejercicios, siempre pacíficos, de democracia directa iniciados en Catalunya en 2010 tras la sentencia del TC anulando el nuevo Estatut y un tal Belloch pidiendo ya en 2013 un 155 para suspender esa Autonomía. 

Que siguió con la muerte del bipartidismo en las elecciones generales de 2015 y un M. Rajoy declarando la semana pasada en Mallorca que “por suerte, seguimos teniendo rey y bipartidismo”, y “mátame camión” que respondo yo. 

Y que se perpetua con eurodiputados españoles para los que España es el único territorio que no pueden pisar de toda Europa si no quieren terminar entre rejas. Y algún rapero también. Por solo citar una pequeña parte, aunque notoria por lo mucho de molesta en la UE, de un totum revolutum incontrolable

Al igual que Serrat les dijo que no a los franquistas en 1968, la sociedad española de 2022, representada por las casi 200.000 personas a las que Eurovisión les interesaba lo suficiente como para dedicar un instante de su tiempo a una pantalla, le ha dicho que no a un jurado formado por nueve personas.

Pero quien manda, manda, en los años 60 del siglo pasado y en los 20 de este. 

Y las urnas habituales, tan legales todas, incluidas las virtuales de los locos por los festivales, siempre se pueden corromper o “arreglar” sin ser expulsados del paraíso por volverlas a romper, como en 1936.

Ahora es cuando ese “legalista” que todos llevamos dentro nos dice: “Son las leyes del concurso y, a quien no le gusten, que no se presente”. 

Entonces, consciente de que para justificar esta reflexión el festival no era más que un ambiente, regresa del pasado el Carlos Lesmes que aún no se había convertido en okupa para, en un lapsus políticamente incorrecto, decir que sí, que, como otras leyes. Por ejemplo, esa LECrim que en España “está pensada para los robagallinas”.

Domingo Sanz es socio de infoLibre

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