Las guerras nacen en los despachos
Aparecen sentados en una mesa rodeados de asesores (estos con ropa de campaña), vestidos de negro, impolutos, serios, con un rostro adusto, ceñudo. Son quienes ordenan la guerra desde sus despachos, lejos de la barbarie de la destrucción, las muertes, la sangre, la desgracia. Otros visten trajes oscuros, caros, se visitan y deciden en función de intereses comunes. Aviones confortables, salones ampliamente acogedores, edecanes uniformados, ambientes ¿irreales?... El Poder.
Las convenciones que intentan paliar los efectos de las guerras son papel mojado. Los conflictos armados han cambiado tanto desde la “antigüedad” que no se parecen en nada a los de hoy. Por eso es imposible “poner puertas al campo” de batalla. El mundo real está obsoleto. ¿Quién hace caso de los tratados firmados solemnemente en grandes palacios “neutrales”?
Los organismos internacionales son tan inoperativos como las convenciones formales
Ante situación semejante, la solución está lejos, la paz es casi inalcanzable. No existe sensibilidad para lograrla. La miseria solamente está en televisión, hasta parece un bulo. Únicamente los periodistas suman los muertos. Las otras víctimas no se cuentan, sobreviven en campamentos de refugiados, entre ruinas, hambre, harapos, médicos ensangrentados de oenegés impotentes, desgracia, mezquindad, llanto. Sin esperanza. Son millones. Niños esqueléticos, chillones, son muertos vivientes…
Los organismos internacionales son tan inoperativos como las convenciones formales. Nadie acata las convenciones, las resoluciones en busca de paz, esos tratados que primero eran para paliar el sufrimiento de los soldados, de los prisioneros, de los heridos; luego de las víctimas colaterales, de los desgraciados habitantes de la ambición de los poderosos. Las estrellas en la bocamanga, en las hombreras, se ríen de las firmas palaciegas porque ya no hay campos de batalla, todo el mundo sirve para bombardear. Viviendas, chabolas, escuelas, hospitales. Mucho terreno para disputar. Entretenimiento para recogepelotas. Por eso tenemos unas cuarenta guerras hoy en el mundo. Son el deporte de los altos despachos.
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Fernando Granda es socio de infoLibre.