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Merci, Gisèle

Marcelo Noboa Fiallo

El Tribunal de Aviñón (Francia), tras quince semanas de juicio, ha dictado una sentencia histórica: la condena a la pena máxima contemplada en la legislación francesa, contra Dominique Pèlicot, por violación a Gisèle Pelicot (su esposa y madre de sus tres hijos). La acusación particular y la fiscalía pedían condenas más altas para los 51 violadores (conocidos) en la localidad de Mazan (5.500 habitantes), quienes acudían a violarla tras ser sedada por su esposo.

Los hechos ocurridos durante más de diez años han dejado a la población francesa, europea y del mundo con un escalofrío que ha recorrido el tejido social de todos. Al principio prevaleció el silencio porque la sociedad era incapaz de calificar tamaña barbaridad en la Francia que paralelamente celebraba sus Juegos Olímpicos más rompedores de la historia. Pero la pregunta es: ¿La sociedad era incapaz de asimilar lo ocurrido o prevalecían los mecanismos del poder machista? Al inicio del juicio había quien señalaba en el pueblo que “aquí no han matado a nadie”, que “habría sido mucho peor si Pèlicot hubiera matado a su esposa” o que “seguro que le costará recuperarse, aunque las violaciones que sufrió fueron menos preocupantes que las de otras víctimas". O incluso la respuesta del propio alcalde de la localidad francesa: “Pero no voy a decir que el pueblo tiene que cargar con el recuerdo de un crimen que va más allá de los límites de lo que se puede considerar aceptable”. Así se entiende que sólo 16 de los violadores procedieran a pedir disculpas a la víctima o que uno de los condenados acudiera seis veces a violarla a pesar de ser seropositivo.

La víctima optó al inicio del juicio por que este fuera abierto a periodistas y público en general (algo inusual en Francia) porquela honte doit changer de camp (la vergüenza debe cambiar de bando) para que, entre otras cosas, se pudieran tomar notas, comentarlo y contarlo. Siempre la vimos erguida, con paso firme y sin ningún gesto de vergüenza. Todo lo contrario de sus estupradores (encogidos, agazapados, con mascarillas o pasamontañas). Al menos durante el juicio la vergüenza había cambiado de bando, aunque sólo 16 le pidieron disculpas. Ese era (y es) el panorama de la sociedad francesa en general. Mucho me temo que tanto la legislación francesa que tardará, vergonzosamente, mucho tiempo en abordar el consentimiento, como las medidas sociales y pedagógicas para hacer frente a la insoportable vergüenza que se abre camino sin control por las redes sociales.

La pregunta es: ¿la sociedad era incapaz de asimilar lo ocurrido o prevalecían los mecanismos del poder machista?

Hubo un tiempo (años 60/70) en el que desde España mirábamos a los Pirineos como la frontera que nos impedía llegar a Europa y Francia era la envidia de todos. Allí estaba todo lo que no teníamos en la España franquista. La película de Bernardo Bertolucci El último tango en Paris (1972), prohibida por entonces por el régimen fascista, se convirtió en el objeto deseado por todos y quien podía hacía un viaje a Toulouse para verla. 30 años más tarde nos enteramos de que fuimos “testigos” de una violación en pleno rodaje por parte de Marlon Brando a María Schneider. A nosotros nos afectó la noticia, a los franceses no, porque pervivían (y perviven) en la sociedad francesa “los pactos sobre la masculinidad patriarcal sostenida sobre una serie de acuerdos explícitos e implícitos entre los varones y, aunque no participemos activamente, de alguna manera somos cómplices muchas veces con la mera pasividad, con el silencio. Y ahí está el ejemplo de todos esos hombres a los que se les invitó a participar en la violación de Gisèle y no participaron, pero tampoco hicieron nada para denunciarlo” (Octavio Salazar). O como muy acertadamente ha denunciado la feminista francesa Hélène Devynck, “Gisèle ha desenmascarado la cobardía y el egoísmo legitimado de estos hijos del patriarcado que se empalman con la sumisión absoluta de una mujer sin ver el problema… Este juicio es nuestro Vietnam, decían algunos de mis compañeros y compañeras. Es el fascismo en casa. La violación es la bomba de racimo en la guerra contra las mujeres. Una guerra de propaganda y terror. Una guerra que aplasta, deshumaniza, subyuga y silencia. Al pedirnos que nos enfrentemos a estos videos, ha vuelto el arma contra el enemigo”.

La revista Time ha elegido figura del año a un neofascista, Donald Trump, condenado por ser culpable de 34 delitos relacionados con los reembolsos para comprar el silencio de una actriz porno con quien mantuvo una sórdida noche en un hotel. Si el mundo mediático tuviese claro el papel que juegan en el fortalecimiento de la democracia y en los valores que de ella se desprenden habrían elegido a Gisèle como la mujer del año, como la Figura del Año. ¡Merci, Gisèle!

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Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre.

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