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Europa camina hacia la reducción de jornada mientras en España la patronal permanece parada

Mundos contrapuestos

Antonio García Gómez

Hace diez años tuvieron que recoger a más de 400 migrantes, cadáveres flotantes, en las costas de Lampedusa, víctimas de su fracaso vital tras no haber logrado su propósito a bordo de pateras desvencijadas.

Víctimas, en todo caso, de su desesperación precaria, camino de la autodestrucción, aniquilando su esperanza de supervivencia, desamparados sin haber, siquiera, podido llegar a pisar tierra en Europa, sin ni siquiera haber rozado la realidad de sus sueños.

Esta semana han llegado 5.000 migrantes a esa misma Lampedusa, en situación de idéntica, desesperada precariedad, una vez más a expensas de que la intervención policial acabe para devolverlos al mar del… olvido. Desafío imposible de alcanzar, con el problema humanitario que se les ha echado encima, sin querer atajar el origen del problema, la compleja solución que, por otra parte, debería competer a toda Europa, tan recelosa contra los migrantes que, por otra parte, tanto necesita, siquiera para hacerse cargo de las tareas más indeseables, peor remuneradas.

Paralelamente, y con muy poco conocimiento del desastre, ya ha comenzado a desvanecerse el efecto terrible que el espantoso terremoto en Marruecos también ha dejado al descubierto el desamparo de regiones enteras, de territorios y poblaciones abandonadas a un retraso secular, sin infraestructuras, con un balance letal de miles de muertos y de muchos más heridos. Sin que por otra parte las autoridades, con el rey al frente, o no, desde su retiro dorado en París, han remoloneado para acudir en socorro de su pueblo. Un pueblo sometido a su rey y a su dios, dos fantasías tan crueles como reales para apreciarles la mínima sensibilidad o empatía. Una tragedia agravada por la inacción culposa de las más altas autoridades, y que nadie guarde a nuestros vecinos víctimas de la desigualdad tan monumental y asesina.

Casi al mismo tiempo, en un territorio también casi vecino, Libia, a orillas del Mediterráneo, víctimas esta vez de unas lluvias torrenciales y unas inundaciones dantescas, con más de 20.000 libios que parecen haber sucumbido, víctimas igualmente de unas infraestructuras rudimentarias, de adobe y argamasas de arena, que se han desmoronado como los azucarillos. Ya no se reclaman perros para descubrir posibles supervivientes sino miles de bolsas asépticas para envolver los miles de cadáveres y evitar el desenlace de una epidemia. Intentando olvidar cuanto antes el hundimiento de un territorio con sus habitantes dentro.

Una tragedia agravada por la inacción culposa de las más altas autoridades, y que nadie guarde a nuestros vecinos víctimas de la desigualdad tan monumental y asesina

Entretanto, en nuestro país de primer orden, concretamente, esta vez, en San Sebastián, en la “Bella Easo”, la Donostia sinigual, se ha detectado que la joya de su corona, tan cerca de su tiara, “La Concha, el Boulevard, la microgastronomía y otras lindezas”, en el casco antiguo, el de los bares y los restaurantes, el del reclamo para turistas de alto estatus y cash en sus bolsillos o tarjetas, se encuentra literal y oficialmente ·”saturado” de visitantes, turistas y otros especímenes venidos por el reclamo publicitario y demás… a dejarse los cuartos, de pie, frente a unos “pinchos” laureadísimos y unos chatos de vino de a un ojo de la cara cada capricho, por poder contar luego, si acaso, que seguro. El mundo hundiéndose de éxito.

Como también sucede, por ejemplo, en Petra, en el desierto de Jordania, donde ya no se pueden admitir más turistas, seis mil al día, una barbaridad y un despropósito… y ya no se sabe nada de los beduinos de toda la vida, ahora camareros espantados, guías atentos,  … y siguen las ubres de la vaca destilando “felicidad plena, retransmitida en directo, pack completo, pulserita de color, santo y seña del nuevo fenómeno global”.

Y ayer escuché a la “bien casada” Tamara Falcó, que se encuentra muy atareada y feliz diseñando su casa de pareja, aclarando que, después de todo, no era gran cosa su nuevo hogar, porque apenas dispone de “160 metros cuadrados de superficie”: “una mini monada”.

Y en Formentera, destino idílico, muy promocionado por las Agencias del ramo, los maestros destinados a los niños que queden para ser enseñados y educados habrán de alojarse en un albergue público, medio destartalado, porque es imposible encontrar cualquier otro “agujero” que se lo permita su sueldo.

Al lado del infierno, el paraíso a reventar. Mundos cercanos, mundos sideralmente alejados. Camino del despeñadero. Unos tanto y otros ni un poco.

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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