No habrá perdón para Elon Musk
Lo digo en esta primera frase: prefiero la aparente inactividad, el aparente agotamiento, la inestabilidad permanente de este gobierno de coalición, con todas las dudas sobre su continuidad y los traspiés que se cometan, que la rabiosa actividad y lúgubre estabilidad, la estabilidad de los muertos, que nos promete la derecha española representada por el PP en alianza con la extrema derecha retrofranquista de Ayuso-Abascal. En estos momentos no hay equidistancia posible, no hay medias tintas ni muchos matices. Están sentados en el Congreso y en el Senado aquella Falange y de las JONS, aquella Comunión Tradicionalista y aquel Carlismo trasnochado. Y no es un asunto menor por su evidente capacidad de marcar la agenda mediática.
Pagarán caro aquellos que por un “quítame allá esas pajas” dejen caer este gobierno, empezando por el señor García Page, sea por querencias ideológicas, por querer ir más rápido o más lento, por reivindicaciones territoriales por muy legítimas que sean o, simplemente, por tener un espacio en los telediarios de Tele 5 o en El Hormiguero. Prefiero ir sacando derechos a duras penas, pactando en cada vuelta, que tener que sufrir un retroceso en derechos ya logrados. Prefiero las dificultades administrativas de nuestra más que mejorable administración y la actual débil gobernanza, consecuencia de un reparto líquido de competencias territoriales, que la muy fuerte y clara privatización de los servicios públicos en las manos de los amigos del mercado, o la centralización de las decisiones en la almendra central de la Puerta del Sol y calles adyacentes.
Prefiero ir sacando derechos a duras penas, pactando en cada vuelta, que tener que sufrir un retroceso en derechos ya logrados
La derecha quiere controlar con sus ritmos los tempos de la política. Ahora lo hace con la cadencia de los tribunales, la desarmonía de las redes sociales y el concierto de ciertos espacios mediáticos con la única intención declarada de mantener en un "¡Ay!" continuo a la ciudadanía sabiendo, como saben, que decisiones judiciales ya dictadas antes de instruirse y que finalmente se emitirán, serán recurridas y ganadas en instancias europeas y de derechos humanos. Pero claro, a lo hecho, pecho, y se habrán ganado cinco o diez años sobre asuntos que, de actuar con un mínimo de sentido jurídico o sentido de la decencia, sólo habrían tenido espacio en Forocoches, Cuarto Milenio de Iker Jiménez o en ciertos podcast milenaristas de Ivoox.
Más peligrosos y más responsables que el autócrata norteamericano, son los que le aplauden y sonríen. Para ellos no ha de haber perdón como no debió haberlo para Bayer y su Zyclon B, ni para Hugo Boss y sus uniformes de las SS para vestir las redadas, ni para Volskwagen (el coche para el pueblo, ya se sabe: un pueblo, un Reich, un líder), ni para Thomas Watson de IBM y su ayuda a organizar el genocidio, para Ferdinand Porsch y la empresa BMW perfeccionando los tanques o Thyssen o Krupp por su inestimable aportación a la maquinaria de guerra. Ahora son Musk, Bezos, Zukerberg, Ramaswamy, Kushner, Bisignano, Loeffler y tantos otros milmillonarios, todos diferentes e iguales, esos hombres no tan grises, que saben lo que hacen y son colaboradores necesarios de las deportaciones, de las redadas, de la política económica hiperproteccionista, de las explotaciones petrolíferas en el Ártico, de la suspensión de ayudas sociales y de las desigualdades que todo eso provocará. No hay medias tintas.
Frente a ellos, la izquierda, en alianza con otros demócratas, debe encarnar el Sísifo rebelde de Camus, aquel que, ante el castigo absurdo de empujar la roca sabiendo que caerá, elige reírse de los dioses convirtiendo su esfuerzo en acto de libertad. Así, nosotros subiremos la piedra de las alianzas una y otra vez, incluso si los puristas nos acusan de pragmáticos, incluso si los cínicos nos tildan de ingenuos. El conflicto productivo —salarios, tiempo, vivienda, clima— es nuestra roca. Y en cada pacto, en cada reforma arrancada a los tibios, hay un gesto de rebeldía: demostrar que, pese a los tanques del siglo XXI y sus dueños, la roca puede —debe— usarse para construir, no solo para rodar cuesta abajo.
La alegría no es opcional, es el escarnio definitivo contra quienes quieren vernos derrotados. Subir la montaña, siempre. Y al llegar a la cima, bailar.
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Alfonso Puncel es socio de infoLibre.