Sin el lenguaje no habría habido entre los hombres ni república, ni sociedad, ni contrato, ni paz, en mayor grado del que estas cosas pueden darse entre los leones, los osos y los lobos. 'Leviatán' (Thomas Hobbes)
El lenguaje, como afirmaba Hölderlin “es el bien más precioso y a la vez peligroso que se ha dado al hombre”. Un puzle infinito de palabras articuladas en sonidos y un sistema de signos o símbolos codificados culturalmente, que nos permiten interpretar la realidad, expresarnos, y compartir nuestro pensamiento de forma individual o colectiva.
Hablamos y actuamos, o eso debiéramos, como pensamos con el propósito final, de construir un discurso que, tamizado según nuestro nivel de exigencia autocrítico, consideramos veraz y objetivo. Lo que nos permite acomodarnos individual y colectivamente, en una de las infinitas realidades posibles. Algunas, más objetivas quizás, que la versión de nuestra propia realidad o discurso.
Pero la humana capacidad de expresión y comunicación que nos proporciona el lenguaje se torna un lastre, cuando ignoramos la otredad: la condición singular del diferente, su realidad y su discurso. El disenso respetable y legítimo entre aspirantes a la hegemonía político-cultural no solo respecto a grupos foráneos, sino incluso con elementos disidentes del propio grupo, deviene una amenaza, cuando algunos de sus miembros, se auto erigen en guardianes de las esencias para ellos inmanentes del grupo.
Los objetivos, forma y fondo del lenguaje, y las consecuencias derivadas del discurso; a priori, se presumen por sus autores siempre beneficiosas, raramente lesivas, y nunca, catastróficas (la experiencia demuestra lo contrario) para el conjunto de miembros del grupo. Una interpretación de la realidad, que los gurús de cada tribu, de forma más o menos transparente y veracidad no siempre contrastada, intentan vendernos como remedio universal del complejo y poliédrico malestar social derivado de sus decisiones.
La manipulación perversa del lenguaje retorciendo la realidad sustituyéndola por otra adulterada que, tergiversa y falsifica la consensuada previamente, supone un riesgo de devaluación de la convivencia y de la democracia. Jugar de forma irresponsable y partidista con el significado (siempre subjetivo) de significantes ideológicos básicos no siempre consensuados, como hacen algunas formaciones políticas en su intento de dotarlos de validez universal; dificultan, o hacen inviable cualquier intento de consenso social, reflexivo, autocrítico, conciliador e inclusivo.
La polarización social resultante, determina el alarmante desarraigo ciudadano con sus representantes elegidos (lo más grave) democráticamente y sus políticas. Con el alto coste social que este hecho, supone para la convivencia y la democracia. Una coyuntura, donde la información deviene propaganda política, con el recurso a un lenguaje contaminado de populistas y tramposos eufemismos.
Una amenazante ola de desinformación, surfeada por oportunistas ideológicos que intentan deslegitimar y devastar, el discurso y el modelo de estado social de bienestar pactado por la democracia cristiana y la socialdemocracia, en ambas orillas del Atlántico tras la catástrofe de las dos guerras mundiales del siglo pasado. Un modelo, que a pesar de ¿inevitables? incoherencias y subyacente cinismo, se ha confirmado como el menos malo de los modelos socio económico conocidos.
La manipulación del lenguaje y del relato político, recurriendo a una letanía de mantras sectarios y argumentos falaces repetitivos; reducen la compleja realidad de los hechos. Devaluados como son de forma simplista y carente de matices, bajo el prisma de la dualidad maniquea y excluyente del “bueno” o “malo” absolutos. Interpretación, que condena al ostracismo el discurso ideológico del adversario reubicándolo de forma tramposa, en o fuera de los márgenes del espectro político consensuado del sistema.
El deterioro o abandono de ámbitos de debate pausado, reflexivo, respetuoso, abierto y autocritico, está promoviendo la colonización masiva del espacio mediático-social por discursos que, en tiempo real, y amplificados en las redes sociales; inundan a diario el universo mediático con un tsunami de sucedáneos informativos. En realidad, bulos y mentiras difundidos en las redes sociales, a golpe de clic, por una multitud emboscada tras alias anónimos, bots autónomos o avatares inexistentes.
En este submundo ideológico de extrema polarización, y al margen del control democrático, campan a sus anchas, deslegitimadores de la información veraz y contrastada que, en sincronía con sembradores de sus falacias, saquean la calidad y rigor informativos. Cualidades vitales ambas, para el análisis e interpretación de la realidad ofertada, tras ser enjuiciados críticamente por los ciudadanos.
La manipulación del lenguaje y la peligrosa polarización ideológica, pueden arrastrar (de hecho, están arrastrando) a sociedades desarrolladas como la europea, al modelo de alto riesgo del “iliberalismo democrático”
La polarización extrema de discursos devaluados éticamente; dificulta o bloquea la interlocución fruto de la predisposición empática y recíproca al entendimiento entre las partes en conflicto. La salida civilizada de cualquiera discrepancia. Un bloqueo de asimetría variable, que pone en entredicho entre amplios sectores de la ciudadanía, la solvencia resolutiva de nuestros representantes políticos en la búsqueda de un mínimo consenso.
La degradación de las instituciones democráticas; devalúa la razón de ser y el rol de los partidos políticos. Reduciendo su papel legitimador del sistema, (consustancial a su condición de clase dirigente), al de castas sectarias encerradas en su discurso exclusivo, y excluyente de cualquier realidad ajena a sus intereses partidistas.
Es en este proceso, donde valga la redundancia: va arraigando el desarraigo ciudadano con su clase política, que cuaja alrededor de formas aberrantes de ideología. Los “fenómenos mórbidos” como Gramsci los denominaba, y que colonizan el espacio democrático desbordando los límites consensuados mayoritariamente.
La manipulación del lenguaje y la peligrosa polarización ideológica, pueden arrastrar (de hecho, están arrastrando) a sociedades desarrolladas como la europea, al modelo de alto riesgo del “iliberalismo democrático”. Y en el peor de los casos, de descender un peldaño más en la escala de la degradación democrática, al fascismo.
PD. La tarde del pasado día 25, lustrando (adecentando sería un término más adecuado) el texto de este comentario; conocí la tan esperada buena nueva del acuerdo de renovación del CGPJ entre PP y PSOE. Después de más de cinco años de un bloqueo rabiosamente anticonstitucional; la responsabilidad de ambos partidos en este vergonzante y patético “sainete”, ha sido obscenamente asimétrica, cuando no exclusiva del PP a pesar de los intentos de Feijóo (¡hay que tener poca autocrítica y mucha jeta!) por vendernos lo contrario. El acontecimiento en cuestión, tengo que reconocerlo honestamente no me sorprendió. Sí lo hizo, al contrario, la cínica y pueril (por exagerada) euforia de los protagonistas del bochornoso espectáculo. Que debiera, como en mi caso, avergonzarnos como país, como demócratas y como ciudadanos.
“No hay nada más incómodo para alguien que se dispone a mentir que ignorar el nivel de información de su interlocutor. Sabe que de un momento a otro tendrá que jugársela”. La frase, para enmarcar, pone el dedo en la llaga del problema: el lamentable nivel de información de muchos ciudadanos. ¡Ojalá fuese mía! pero su autor es Laurent Binet, premio Goncourt en el año 2010.
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Amador Ramos Martos es socio de infoLibre.
Sin el lenguaje no habría habido entre los hombres ni república, ni sociedad, ni contrato, ni paz, en mayor grado del que estas cosas pueden darse entre los leones, los osos y los lobos. 'Leviatán' (Thomas Hobbes)