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Las pertinaces sequías...

Antonio García Gómez

Lo milagroso es que quede algo de Doñana a estas alturas, tras décadas de desatención, incumplimientos y agresiones. Y no solo por parte del PP…

Isaac Rosa

Que periódicamente han ido azotando, desde tiempo inmemorial, esta vieja península, dicen que recortada e irregular como una añosa piel de toro, árida y exigente, de naturaleza extrema y pendiente del cielo que la domeñará o no, depende de la ira blasfema de quienes no cejaron, en su tiempo, de depositar sus esperanzas en la tormenta que se avecinara o no, bajo la canícula implacable, a merced de la lluvia salvífica que ahora tanto regatea su generosidad echada en falta, para olvidarnos en cuanto arrecie a, de nuevo, volver a las andadas de despilfarro y falta de previsión, antes incluso de que escampe.

Tal y como clamaban los versos de Antonio Machado: “¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa…”.

De aquellos tiempos duros y lares aplastados bajo la resignación de la oración que no consolaba, de cuando las sequías se producían de tiempo en tiempo, hasta el tiempo de hoy, anunciada la emergencia medioambiental, evidente e implacable, que se ha querido negar, en la que las “pertinaces sequías” se suceden cada vez con menos tiempo de espera, más predecibles y devastadoras, cuando se han desechado los cultivos ancestrales propios de la tierra peninsular, el conocimiento del pasado y la adecuación al hábitat singular, cuando se ha renunciado a la naturalidad en la explotación de la tierra,  y la ansiedad y la codicia han dado paso a la sobreexplotación contra natura, nunca mejor dicho, habiéndose volcado los distintos gobiernos, los hombres y mujeres del campo, los antiguos y esforzados labradores, a multiplicar sus ganancias cultivando especies impropias de nuestras regiones, tropicales, avaras de cantidades ingentes de agua, ese oro líquido que escasea entre nosotros, por mucho que el deseo haya pretendido sustituir y negar la realidad, amén de haber entrado en una, mal llamada, “cultura” del derroche y la inconsciencia, habiendo invitado desde arriba a disponer del “agua” a discreción disparatada, cuando ya no hay agua que repartir y se sigue… exigiendo ¡más agua!

Como alguien avisó hace ya un tiempo: corremos el riesgo de perecer de éxito, “reyes del mundo” venidos a nada, venidos a pasar sed, de momento.

En el verano pasado comprobé que en una línea de 300 metros, a orillas del mar Mediterráneo, cerca de donde yo vivo, en una floreciente urbanización fiestera, turística, veraneante, proliferaban hasta 18 piscinas particulares en un estado de plenipotenciaria felicidad, se supone. No se ha cerrado ni una, al contrario se ha construido alguna más. Algo parecido al baturro que montado sobre su burro avanzaba por entre las traviesas de la vía del tren y ante las llamadas de alerta del ferrocarril, a sus espaldas, solo sabía decir: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…”. Y hacía gracia tanta tozudez.

Hasta haber logrado llegar hasta donde se ha llegado. Sin que mucha gente quiera reconocerlo, siempre que haya alguien a quien culpar. Porque ya ni se acude al dios de la lluvia, y los científicos están  relegados bajo el imperio necio del negacionismo y el interés cortoplacista, y los nuevos dueños del mundo se han creído que sólo  merece la pena aspirar a poseer dinero, más dinero, mucho más dinero… aunque el astro se empecine y “no esté de llover”. Que chufle, que chufle.

Como alguien avisó hace ya un tiempo: corremos el riesgo de perecer de éxito, “reyes del mundo” venidos a nada, venidos a pasar sed, de momento.

En manos de políticos trabucaires que argumentan, claman y vocean, y confunden las hojas con el rábano, por puro interés partidista, por el todo la parte, como cuando ayer el “manso y moderado” Moreno Bonilla, dijo que quien intente intervenir las decisiones de su gobierno en Doñana, en realidad, estará atacando “a toda Andalucía”, por ver si se toca la fibra emocional.

Sabiendo que ahora mismo, en esta tierra de “Santa María”, el olivo que siempre fue un cultivo de secano está transformándose en un cultivo de regadío, y muchos se frotan las manos, o han comenzado a tentarse las cuentas echadas que puede que no salgan tan abundantes.

Mi padre me comentaba, hace ya bastantes años, que en su pueblo, al norte de Castilla, en la paramera que desembocaba en la comarca de La Bureba, cerealista por antonomasia, él, su familia y la cuadrilla de braceros, madrugaban de noche, camino de “las lomas”, secarrales y productoras de trigo y cebada, paisaje desolador, llano, fecundo a su vez, para poder empezar la tarea de la siega en cuanto quebraran las mieses, fieles a la conjunción del sudor y la fe, bajo los rayos inclementes del astro rey, bajo las sequías calcinantes, a la espera, temerosos, de que las tormentas impredecibles acabaran con los sueños de aquellos labradores, yunteros y esforzados, camino del azar y la esperanza en la cosecha soñada, sobre las eras calvas, rasuradas a la espera de los trillos, las prisas, los rezos y la tenacidad de aquellos labradores, como para terminar renegando de sus destinos. 

Por la mañana rocío, al mediodía el calor, por la tarde los mosquitos. No quiero ser labrador

Jota de Belchite, en Aragón

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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