El arte de hacer buenas preguntas lo crearon los filósofos clásicos, desde Sócrates a Platón y Aristóteles, quienes a través de preguntas abiertas, y no cerradas, hacían despertar la conciencia de sus discípulos, orientándoles hacia al autodescubrimiento y el aprendizaje. Con el devenir de los siglos, las sucesivas generaciones de filósofos coincidieron en la importancia de las preguntas, por encima de las respuestas.
Albert Einstein nos regaló una de esas preguntas que remueven interiormente: ¿vivimos en un mundo hostil o en un mundo amigable?, con ella puso el foco en el hecho de que el diseño de toda pregunta supone una determinada percepción de la realidad.
La formulación de preguntas, en política, se utiliza tanto en los denominados referendos como en las consultas internas a las propias bases de los partidos y en este largo periodo de intentos de pactos electorales, en la política española, desde el 20-D, ya hemos asistido a la consulta realizada por el PSOE a sus afiliados, militantes y simpatizantes con ocasión del acuerdo alcanzado, por su dirección, con Ciudadanos y ahora nos vemos abocado a la consulta que ha anunciado Podemos a los más de 393.000 militantes inscritos en su censo. Nada que objetar respecto al fomento de la participación a sus bases, pero sí en cuanto al diseño de sus preguntas que no parecen las que deberían ser, si se busca lo que se anuncia perseguir.
En el caso de la consulta realizada por el PSOE la pregunta utilizada fue:
"El PSOE ha alcanzado y propuesto acuerdos con distintas fuerzas políticas para apoyar la investidura de Pedro Sánchez a la Presidencia de Gobierno. ¿Respaldas estos acuerdos para conformar un gobierno progresista y reformista?".
La consulta socialista obtuvo una participación del 51,60%, con un 79% de apoyo respecto a la pregunta planteada, ¿pero realmente esa era la pregunta necesaria en ese momento? ¿A quienes se referían con la referencia a “distintas fuerzas políticas”, al margen de Ciudadanos? ¿No tenía interés, para la dirección del PSOE, conocer cuántos de sus afiliados, militantes y simpatizantes, eran más partidarios de establecer pactos hacia su izquierda, que hacia su derecha? Como en tantas cosas en la vida, se demuestra que el diablo habita en los detalles.
Ahora nos enfrentamos a la consulta anunciada por Podemos, planteando estas dos preguntas:
"¿Quieres un Gobierno basado en el pacto Rivera-Sánchez? ¿Estás de acuerdo con la propuesta de Gobierno de cambio que defiende Podemos, En Comú Podem y En Marea?".
¿No hay más opciones que los dos escenarios a los que pone foco con su pregunta? ¿No hay situaciones intermedias entre negar el apoyo al ticket PSOE-Ciudadanos o defender el pacto de izquierdas, sin Ciudadanos? La posibilidad de la abstención de Podemos en una segunda votación en el proceso de investidura, dejaría en sus manos el plazo de viabilidad del futuro Gobierno y le daría una alta influencia en muchos campos de acción, especialmente en políticas sociales, reforzando su posición hacia futuro. Al margen de forzar, desde ya, la renovación del actual presidente en funciones y de su propio partido, el PP. Todo ello con el escenario de unas nuevas elecciones a la vista y con las incertidumbres siempre vinculadas a ello.
¿Cuál es la finalidad última de estas preguntas a las bases?, ¿conocer su opinión ante situaciones concretas u obtener la coartada de un apoyo mayoritario para las propias premisas de quienes plantean la pregunta?. Y en todo caso, cuando se hace una pregunta no se debería vincular, el no obtener la respuesta esperada, al condicionante de suponer el abandono de la responsabilidad de quien la plantea, recordando que “no hay respuestas correctas a preguntas equivocadas”, tal cómo formuló Úrsula Le Guin.
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Mario Martín Lucas es socio de infoLibre
El arte de hacer buenas preguntas lo crearon los filósofos clásicos, desde Sócrates a Platón y Aristóteles, quienes a través de preguntas abiertas, y no cerradas, hacían despertar la conciencia de sus discípulos, orientándoles hacia al autodescubrimiento y el aprendizaje. Con el devenir de los siglos, las sucesivas generaciones de filósofos coincidieron en la importancia de las preguntas, por encima de las respuestas.