Por si el título de esta reflexión le sorprende, comenzaré diciendo que no podemos tirarnos décadas diciendo que “todos los políticos son iguales” o que solo buscan “su propio beneficio” para, de repente, comenzar a sentir que el mundo se hunde bajo nuestros pies por el solo hecho de verlos sudando para conseguir la investidura como si vinieran de correr una maratón, o negociar hasta el último minuto para aprobar un decreto convenciendo a unos adversarios a los que denostaban hasta hace dos telediarios.
Algunos de los episodios más divertidos de las crisis políticas son esos de los que nos enteramos cuando salen a la luz los fracasos de los que mandan al intentar silenciar con nuevos y buenos cargos a quienes saben demasiado porque compartieron las deliberaciones secretas en los consejos de ministros y otras verdades inconfesables porque, si se las contaran a cualquier cura, llamaría corriendo al periodista más católico para venderle la exclusiva.
Me ha venido esto hoy a cuenta de un despacho de Europa Press que se hace eco de las declaraciones de la ex ministra Irene Montero durante la presentación de su candidatura para las elecciones europeas y en las que ha dicho que el Gobierno le "ofreció una embajada para que dejara de dar problemas”. Recibido el mensaje, de repente recuerdo que tanto Pablo Iglesias como los líderes actuales de Podemos están pronunciando la palabra “república” cada día mil veces más, es un decir, que las veces en que la pronunciaron durante la anterior legislatura, cuando tocaban gobierno. Y eso que la Constitución no dice en ningún sitio que a los ministros les esté vetado mencionar el nombre de esa peligrosísima forma de Estado.
Pensando en lo de Irene Montero no he podido evitar el recuerdo de Carmen Calvo, la misma que dio la cara cuando al emérito delincuente lo enviaron a Abu Dabi
Y ya que Montero ha decidido renunciar a una embajada para así poder hablar con libertad, aunque sí se trasladará a Europa gracias al sistema electoral que más respeta lo de la igualdad de todos ante la ley ordenada por la Constitución, le pido desde aquí que nos cuente cómo fue posible que, habiendo pagado UP un 62% más caros que el PSOE cada uno de los escaños que consiguieron en el Congreso en las elecciones de noviembre de 2019, no se plantaran ante Sánchez y, al mismo tiempo que Iglesias le abrazaba a la desesperada delante de todos, no le dijera al oído que o se reformaba la LOREG o de seguir en La Moncloa nada. A fin de cuentas, estamos hablando de un partido político, Podemos, al que tras las elecciones del 20D de 2015 no se le habían caído los anillos tras votar para que siguiera gobernando el PP en lugar de propiciar la investidura de un Sánchez que, con solo 90 escaños, necesitaría a los de Iglesias hasta para respirar.
Es probable que la explicación de la crisis actual de Podemos se encuentre en el detalle de que no supieron que para seguir vivos en democracia necesitaban que se cumplieran estrictamente condiciones tan democráticas como la de la igualdad de todos ante la ley de las urnas. Ese lugar cambiante del que precisamente salen quienes tienen que hacer las leyes.
Y pensando en lo de Irene Montero no he podido evitar el recuerdo de Carmen Calvo, la misma que dio la cara cuando al emérito delincuente lo enviaron a Abu Dabi. El caso es que, tras ser cesada de la vicepresidencia y no aceptar ningún cargo para no verse obligada a callar, llegó el 9 de mayo de 2022 y nos regaló la revelación de que Felipe VI, meses antes y tras ser consultado, respondió que él, al igual que su padre, también quería seguir manteniendo el privilegio de poder cometer cualquier delito sin miedo a procedimiento judicial alguno. Es decir, disfrutar de una impunidad que le convierte en un sujeto que no merece la menor confianza ni aprecio.
Sí, me estoy refiriendo al rey, la misma persona que el mismo día de marzo de 2020 que conocimos la declaración del Estado de Alarma por el Covid, salió diciendo que renunciaba a una herencia que aún no existía y de quien algún testigo de su boda con Leticia, en mayo de 2004, está revelando que en su discurso nupcial le escuchó prometer que cuando le tocara reinar sometería la monarquía a la voluntad popular. A ver si tenemos suerte y el destituido Alfonsín encuentra alguna “garganta profunda” que le sirva para construir transparencia donde no hay más que oscuridad, secretos y quién sabe si también delitos, condenados nosotros a pagar las consecuencias para que quede impune su autor.
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* Domingo Sanz es socio de infoLibre.
Por si el título de esta reflexión le sorprende, comenzaré diciendo que no podemos tirarnos décadas diciendo que “todos los políticos son iguales” o que solo buscan “su propio beneficio” para, de repente, comenzar a sentir que el mundo se hunde bajo nuestros pies por el solo hecho de verlos sudando para conseguir la investidura como si vinieran de correr una maratón, o negociar hasta el último minuto para aprobar un decreto convenciendo a unos adversarios a los que denostaban hasta hace dos telediarios.