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¿Qué temen de Virgina Woolf?

Julián Lobete Pastor

Orlando, obra de Virginia Woolf, ha sufrido dos veces la censura de su publicación o su adaptación teatral en España: durante toda la dictadura franquista (excepto una edición de 200 ejemplares en los años 40) y en julio pasado por el gobierno municipal de Valdemorillo, provincia de Madrid, de PP-Vox.

La obra fue publicada después de la dictadura, en 1978, año de aprobación de la Constitución española, que en su artículo 20 reconoce como derecho fundamental la expresión y difusión de ideas mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción, y a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.

No es exagerado afirmar la conexión ideológica entre los gobiernos PP-Vox y el franquismo, al menos en cuanto a derechos y libertades fundamentales, por lo visto en Valdemorillo y en otras localidades españolas. Los ediles de Valdemorillo seguro que se proclaman muy constitucionalistas.

El cambio de sexo sí tuvo consecuencias; una serie de hechos le van revelando a Orlando lo que le hubieran enseñado desde niña, es decir, las responsabilidades sagradas de la mujer, y recuerda lo que pudo hacer como hombre y ya no podrá hacer como mujer.

No sé si los censores de Valdemorillo han leído Orlando, o actúan de oídas, o han recibido órdenes de sus planas mayores partidarias. Da lo mismo, su práctica de la censura es incontestable; tampoco importa si ha tenido más peso en la decisión el alcalde del PP o la concejala de Cultura de Vox. Todos son censores e incumplen la Constitución española, que seguramente habrán jurado acatar.

Toda censura esconde también una serie de temores: a las ideas que propaga o defiende la obra prohibida, a no ser capaz defender las propias ideas frente a las de las obra prohibida, a ser obligado a repensar la propia ideología y conducta, a ser escandalizado por conductas o pensamientos perturbadores para ellos.

¿Qué temían los censores franquistas y los de Valdemorillo de Orlando?

Vamos a destacar algunos aspectos de la obra de Virginia Woolf, que en mi opinión, más pueden confundir y enfadar a los censores de ahora y de antes, transcribiendo pasajes de la obra.

El miedo a la verdad

Cuando la carrera de Orlando hombre termina y va a comenzar la de mujer, aparecen tres hermanas: Nuestra Señora de la Pureza, Nuestra Señora de la Castidad, y Nuestra Señora de la Modestia que vienen a impedir que aparezca Orlando mujer, exclamando: "Verdad no salgas de tu obscena caverna. Húndete más abajo, horrible Verdad; Tú exhibes a la luz brutal del sol cosas que más valiera ignorar, actos que más valiera no hacer. Descubres lo vergonzoso, aclarar lo oscuro. Ocúltate, ocúltate, ocúltate". (E intentan tapar el cuerpo de Orlando a punto de aparecer como una mujer). 

Sin embargo, la hermanas tienen que partir, “los hombres ya no nos necesitan, las mujeres nos aborrecen“, pero recuerdan: ”siguen morando en cortes de justicia y en oficinas los que nos aman; los que nos honran, vírgenes y hombres de negocios, abogados y médicos; los que prohíben, los que niegan; los que respetan sin saber por qué; los que alaban sin comprender; la todavía muy numerosa tribu de los decentes, que prefieren no ver, que anhelan no saber; aman la oscuridad; esos todavía nos adoran y con razón porque les hemos dado riqueza, prosperidad, comodidad, holgura. Te abandonamos, regresamos a ellos“.

Sin duda, entre la lista de partidarios de las hermanas están los censores, con su retribución correspondiente, pero atención, aunque se han ido, sin conseguir tapar a Orlando, intentarán volver. 

Cambio de sexo e identidad

Orlando se transformó en una mujer en la mitad de su andadura que duró 340 años, de 1588 a 1928, pero “en todo lo demás era el mismo; el cambio de sexo modificaba su porvenir pero no su identidad. El cambio se había operado sin dolor y minuciosamente y de manera tan perfecta que el propio Orlando no se extrañó”, comenta Virginia Woolf, que no quiere entrar en la novela en mayores disquisiciones sobre el hecho. “Biólogos y psicólogos resolverán, que otras plumas traten del sexo y de la sexualidad; bástenos formular el hecho directo: fue varón hasta los treinta años; entonces se volvió mujer y ha seguido siéndolo”.

Las responsabilidades sagradas de la mujer

El cambio de sexo sí tuvo consecuencias; una serie de hechos le van revelando a Orlando lo que, según Virginia Woolf, le hubieran enseñado desde niña, es decir, las responsabilidades sagradas de la mujer, y recuerda lo que pudo hacer como hombre y ya no podrá hacer como mujer.

“Ya no podré partirle la cabeza a un hombre, o decirle miente su boca, o desenvainar la espada y atravesarlo, o sentarme en el Parlamento, o usar corona, o figurar en una procesión, o firmar una sentencia de muerte, o mandar un ejército, o caracolear por Whitehall en un corcel de guerra o lucir en mi pecho setenta y dos medallas distintas (Orlando había sido un aristócrata poderoso mimado de la Reina Isabel).

Como mujer, también perteneciente a la aristocracia, sólo le será permitido servir el té y preguntar a “mis señores” cómo les gusta. ¿Azúcar o leche? Y al ensayar esas palabras, le horrorizó advertir la baja opinión que ya se había formado del sexo opuesto, al que había pertenecido con tanto orgullo. “Caerse de un mástil para que una mujer le enseñe los tobillos, disfrazarse de mamarracho y desfilar por la calle para que las mujeres lo admiren; negar instrucción a la mujer para que no se ría de uno; ser esclavo de la falda más insignificante, y sin embargo pavonearse como si fueran los Reyes de la creación”. Cielos, pensó Orlando, ¡qué tontas somos y qué tontas nos hacen!

Continua Orlando sus reflexiones: “Vale más estar vestida de ignorancia y pobreza, que son los hábitos oscuros de nuestro sexo; vale más dejar a otros el gobierno y la disciplina del mundo; Vale más estar libre de ambición marcial, de la codicia de poder y de los otros deseos varoniles con tal de disfrutar en su plenitud los arrebatos más sublimes de la mente humana, que son: la contemplación, la soledad y el amor”, pensamientos que le llevan a  gritar: “Gracias a Dios que soy mujer”, aunque para Virginia Woolf, nada es más afligente, en un hombre o en una mujer que envanecerse de su sexo.

Virginia Woolf rectifica a lo largo de su obra, la afirmación de la absoluta igualdad de Orlando hombre y Orlando mujer. “Se estaba poniendo algo más modesta, como la mayoría de las mujeres de su inteligencia; un poco más vanidosa, como la mayoría de las mujeres, de su persona. Ciertas sensibilidades aumentaban, otras disminuían. El hombre tiene libre la mano para empuñar la espada, la mujer debe usarla para retener la seda sobre sus hombros. El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones a la vez”.

Por diversos que sean los sexos no se confunden, opina Woolf. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo, sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es el contrario del que está a la vista. De las complicaciones y confusiones que se derivan todos tenemos experiencia.

Cuando Orlando se enamora y se entiende con Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, un aventurero que se dedica a navegar una y otra vez por el Cabo de Hornos en plena tormenta, reflexiona: “Pues cada uno de los dos se asombraba tanto de la rápida simpatía del otro, y sentía como una revelación que una mujer pudiera ser tan tolerante y tan libre en su manera de hablar como un hombre, y un hombre tan extraño y sutil como una mujer".

Por otra parte, Virginia Woolf no oculta en la novela la bisexualidad de Orlando para escándalo de las hermanas y sus censores: “Cambiaba de género con una frecuencia increíble para quienes están limitados a una sola clase de trajes. Este artificio le permitía recoger una doble cosecha, aumentaron los goces de la vida y se multiplicaron sus experiencias. Cambiaba la honestidad del calzón corto por el encanto de la falda y gozaba por igual del amor de ambos sexos”. 

Es incesante el cambio

El personaje creado por Virginia Woolf, es una persona reflexiva, cuando hombre y cuando mujer, que escribe a lo largo de los siglos una obra interminable, al fin publicada en el siglo XX, La Encina, y muchas otras obras inacabadas o destruidas. Orlando había formado o había tratado de formar un espíritu capaz de resistencia, cuenta Woolf, pero que después de tantos viajes, exploraciones y meditaciones estaba a medio hacer. “Era incesante el cambio y tal vez no cesaría nunca: altas murallas del pensamiento, costumbre que parecían tan perdurables como la piedra, se habían derrumbado como sombras al mero contacto de otro espíritu y habían revelado un cielo desnudo y estrellas nuevas”.

Tal vez ese cambio incesante, dada su incapacidad para la reflexión, es lo que temen y no pueden tolerar los censores.

Orlando y los poetas

La autora de Orlando en cuanto escritora, no podía dejar de manifestar sus opiniones sobre la poesía y la literatura y los poetas y escritores en su obra, cuando además el protagonista es un escritor muy preocupado por la opinión de otros escritores consagrados.

“ Una mujer sabe muy bien que por más que un escritor le envíe sus poemas, elogie su criterio, solicite su opinión y beba su té, eso no quiere absolutamente decir que respete sus juicios, admire su entendimiento, o dejará, aunque le falte el acero, de traspasarlo con su pluma.”

"El Genio", se venga Woolf, "divino como es y adorable, suele alojarse en las envolturas más sórdidas, y a veces ¡ay de mí! devora las otras facultades, de suerte que donde la Mente es mayor, el corazón, los sentidos, la grandeza de aAlma, la caridad, la tolerancia, la buena voluntad y el resto casi no pueden respirar; de ahí la alta opinión que de sí mismos tienen los poetas; de ahí la tan baja que tienen de otros; de ahí las enemistades, injurias, envidias y epigramas que los atarean continuamente… Todo esto lo decimos en voz baja para que los intelectuales no se enteren y hace que servir el té sea un ejercicio más problemático y en verdad más arduo que lo que suele suponerse.”

Muchos son los asuntos que aborda Orlando, imposibles de resumir aquí, pero la lectura de la obra nos muestra claramente qué temen los censores. Nada mejor para luchar contra la censura contra Virginia Woolf que leerla y difundir sus reflexiones.

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 Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre

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