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Vuelve el rancio debate

J.L. Torremocha Martín

Soy madrileño. Orgulloso residente, desde 1979, en los distritos de Carabanchel y La Latina de Madrid y me resulta indiferente el himno de España. Tanto o más que la bandera rojigualda. No son mis símbolos. En las victorias de la selección española salí a celebrar todas las gestas de la Roja, pero no me pinté la cara con los colores de ninguna bandera.

Ello no me ha hecho silbar la clásica melodía en ninguna final de Copa. En 2013, me bastó con no levantarme cuando el himno retumbó en el Santiago Bernabéu. Observé un aficionado rojiblanco que mostró la bandera republicana. “Qué valiente”, pensé. Pero fue una décima de segundo. Mi mente andaba demasiada ocupada con los 14 años que llevaba el Atlético sin ganar un derbi y las más de dos décadas que no se imponía en una final al eterno enemigo. Demasiado para profundizar en el modelo de Estado.

Sí se levantaron cuando el himno sonaba los más fotografiados en el palco: Ignacio González, Soraya Sáenz de Santamaría, José Ignacio Wert, Ángel María Villar y,  por supuesto, el rey Juan Carlos I.

Es decir, firmes, se pusieron, el presidente de la Comunidad de Madrid –relacionado por la Policía española por un supuesto pago de comisiones de Martinsa al calor de un pelotazo urbanístico en Arganda del Rey–; la vicepresidenta del Gobierno español y aspirante a continuar con la obra de don Mariano –la amnistía fiscal, el exilio de más de medio millón de jóvenes, las medallas de plata europea en pobreza infantil y bronce en pobreza laboral–; el ministro de Educación, quien unificó a toda la comunidad educativa en su contra y fabricó un buen número de independentistas de los que pitaron el himno el pasado domingo porque Wert entre otras cosas expresó su voluntad de “españolizar Cataluña”. Erguido se mostró también el vicepresidente de la FIFA, y eterno máximo mandatario de la RFEF desde 1988, –hoy investigado por la adjudicación irregular de los mundiales de Rusia y Qatar–. Y, por supuesto, firme, pese a ya caminar con cachava, el monarca. Su declive ya se aceleraba, el año anterior se supo de su caída de un elefante el mismo día que los republicanos conmemoraban el 81 aniversario de la II República.

Duele esta falta de respeto a quienes defienden el régimen surgido en 1978. Representada también en la inmensa mayoría del público presente en esa noche de 17 de mayo de 2013.

Las polémicas del ultraje de los símbolos patrios no son recientes. Ya en 2003, el secretario de Estado para el Deporte, Juan Antonio Gómez Angulo, montó el espectáculo porque en la final de la Copa Davis contra Australia, el trompetista tocó el himno de Riego. La protesta fue menos airada, que la de las autoridades franquistas en 1967, cuando la misma sintonía sonó en Praga antes del partido entre el combinado nacional y Checoslovaquia.

Y como en un bucle, seguimos atrapados. Tratar de criminalizar a quienes silban el himno es grave. No sólo por la sentencia de la Audiencia Nacional que deja claro que quienes lo pitan no cometen ningún delito. Los defensores del bipartidismo resucitan este viejo fantasma para aturdirnos la cabeza en tertulias y tribunas pocos días después que el PSOE y el PP sufrieran el mayor descalabro de su historia.

El bipartidismo no se ha enterrado, los viejos y rancios debates sobre España y sus símbolos actuales… Tampoco. Tanto que hasta Artur Mas sonríe en el palco. Queda régimen… Pero no para rato.

J.L. Torremocha Martín (@jltorremocha) es periodista y analista político y socio de infoLibre

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