LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

40 años de Historia (de mentira)

4

La biblioteca del padre de Emilio Lara (Jaén, 1969), historiador como lo sería él, estaba bien nutrida. Junto a los todavía indescifrables y densos ensayos, el futuro escritor encontraba novelas ambientadas en tiempos pasados pero tan vivas como la conversación del desayuno. En ella tropezó con El nombre de la rosa, de Umberto Eco, publicada en castellano en 1984 por Lumen. O Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que llegó a España en 1982 a través de Edhasa. Los devoró. Y quizás por eso el primer libro que compró con su propio dinero, en 1985, fue Yo, el rey, de Juan Antonio Vallejo-Nágera (Planeta), en el que encontró al fin una historia cercana tratada con mimbres similares a las lecturas que llegaban de fuera. Quizás también por eso, ahora Lara no solo lee novela histórica con la misma pasión adolescente, sino que también la escribe. 

El pasado viernes se anunciaba el ganador del I Premio Edhasa Narrativas Históricas, concedido a Francisco Narla (Lugo, 1978) por Laín. El bastardo. Curiosamente, el autor nació al tiempo que la colección del mismo nombre del sello catalán: cumplen 40 este año y el galardón es, para ambos, una forma de celebración. Pero el aniversario es algo más: Narrativas Históricas fue la primera colección de España dedicada exclusivamente a un género que empezaba a despuntar. Y con razón: más allá de la obsesión por el Imperio, dedicarse con rigor a la historia había sido bajo el franquismo una empresa difícil y peligrosa. Pero había más. "El género, por entonces, estaba considerado como marginal, no un género literario en sí (hoy en día, de hecho, sigue siéndolo, de cierta forma, al menos para parte de la crítica)", decía Penélope Acero, editora de Edhasa, a este periódico cuando se convocó el premio. Es un buen momento para echar la vista atrás. 

Es lógico que Emilio Lara nombre esos títulos archiconocidos. En torno a ellos creció el primer boom de la novela histórica de la democracia. Como indican los consultados, los años que discurrieron entre Memorias de Adriano y Los pilares de la Tierra (1990 en castellano) fueron cruciales. Tras Yo, el rey, ganador del Premio Planeta en 1985, llegó No digas que fue un sueño (1986), en el que Terenci Moix tomaba prestados a Cleopatra y Marco Antonio, y En busca del unicornio (1987), en el que Juan Eslava Galán imaginaba una loca expedición comandada por Enrique IV de Castilla, y Antonio Gala encarnaba a Boabdil en El manuscrito carmesí (1990). "Eslava Galán se atreve a escribir una novela histórica a partir de un hecho de ficción", señala Lara, que considera al también jienense como al padre del género en España, junto a Arturo Pérez-Reverte (El húsar en 1986, El maestro de esgrima en 1988). 

La generación de escritores ahora en activo bebió, sin embargo, de la narrativa histórica extranjera, que era la que llegaba a las librerías en su adolescencia. Coia Valls (Reus, 1960), autora de títulos como El mercader o Las torres del cielo, menciona también Memorias de Adriano como un libro fundacional. Y coincide con Lara, que se lamenta ante la evidencia de que "los ingleses y los franceses nos llevan un siglo de ventaja". "Hace 20 años, aquí en España, aún había quien consideraba a la literatura histórica como mala literatura. Esas divisiones de géneros las hacemos porque la realidad nos exige taxonomías, pero solo hay dos tipos de novelas: las buenas y las malas", reivindica Santiago Posteguillo (Valencia, 1967). Y lo mismo señala José de Cora (Lugo, 1951): "Nadie consideraba que Benito Pérez Galdós hubiera hecho novela histórica con sus Episodios nacionales, y ahora sí lo reivindicamos. No creo que sea bueno ni malo, sino que tiene que ver con el marketing". 

La incorporación progresiva de autores españoles a las filas de la novela histórica ha tenido una consecuencia clara: "No hemos heredado obsesiones ajenas", señala Posteguillo, "sino que cada vez más nos hemos dedicado a contar nuestra propia historia. Ha habido un trabajo de recuperación". Para muestra, los consultados. Posteguillo se dio a conocer con su trilogía sobre Escipión el Africano, militar romano pero con un papel clave en la conquista de Hispania, y La legión perdida cerró en 2017 otra saga, dedicada esta a Trajano, nacido en Itálica (actual Santiponce, Sevilla). Emilio Lara se ha dividido entre la Gran Armada de Felipe II en su primera novela y la España absolutista del XIX en la segunda. Coia Valls ha abordado la fundación del monasterio de Montserrat en Las torres del cielo o la Barcelona del XVIII en La cocinera. José de Cora se siente especialmente cómodo en Galicia, donde se desarrolla su último libro (con la aparición estelar de Valle-Inclán). Y Francisco Narla ha abordado la llegada de los vikingos a Santiago y de una expedición de samuráis a las costas españolas. 

"En mis libros hay una parte reivindicativa, que es la de descubrir historias curiosas y olvidadas de nuestra historia", defiende este último. "Somos muy cainitas. No hay que mirar con vergüenza el Imperio. Los ingleses, desde luego, no lo hacen". Emilio Lara ve la historia española como un "gran filón" y señala que aún hay "zonas casi vírgenes", como el siglo XVIII y XIX, aparentemente menos seductora para los escritores que el medievo. Aunque Posteguillo apunta que precisamente Pérez Galdós se hizo cargo de este último y que el reino visigodo es también una zona de sombra en la literatura histórica, en parte por el escaso conocimiento académico que existe sobre ella. 

Este es otro aspecto en el que, dicen los consultados, la narrativa histórica ha evolucionado desde el boom de los ochenta. "España ha cambiado para mejor en todo", celebra Lara, "desde la formación universitaria a nuestro contacto con el extranjero". Y eso, asegura, ha dado rigor a la documentación sobre la que los autores construyen su obra y ha ampliado los recursos disponibles. De entre los consultados, solo él estudió Historia antes de dedicarse a la literatura, pero lo tiene claro: "Para escribir, lo que hay que ser es escritor. Los grandes autores británicos no tenían formación en historia. Pero sí hay que pensar como un historiador y dedicar mucho tiempo a la investigación". Narla, por ejemplo, dedicó dos años únicamente a aprender sobre la presencia española en las Cruzadas. De ahí nació Laín

Emilio Lara gana el Premio Edhasa Narrativas Históricas

Ver más

¿Y cuál es el estado de salud del género, 40 años después? "Estamos viviendo un florecimiento", asegura Posteguillo sin dudar, "quizás por eso menos escritores tienen reparo a decir que escriben novela histórica". Todos los demás consultados coinciden. No hay cifras desglosadas sobre el mercado en España (aunque sí existen sobre la novela policiaca, la romántica o la de ciencia ficción), así que habrá que fiarse de su intuición. O de las listas de más vendidos. En el ranking de la consultora Nielsen de 2017, tres de los diez libros más exitosos eran novela histórica. Algo de razón tendrán.  

______

[El presidente de Edhasa, Daniel Fernández, es también presidente de Ediciones Prensa Libre, editora de infoLibre.]

La biblioteca del padre de Emilio Lara (Jaén, 1969), historiador como lo sería él, estaba bien nutrida. Junto a los todavía indescifrables y densos ensayos, el futuro escritor encontraba novelas ambientadas en tiempos pasados pero tan vivas como la conversación del desayuno. En ella tropezó con El nombre de la rosa, de Umberto Eco, publicada en castellano en 1984 por Lumen. O Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que llegó a España en 1982 a través de Edhasa. Los devoró. Y quizás por eso el primer libro que compró con su propio dinero, en 1985, fue Yo, el rey, de Juan Antonio Vallejo-Nágera (Planeta), en el que encontró al fin una historia cercana tratada con mimbres similares a las lecturas que llegaban de fuera. Quizás también por eso, ahora Lara no solo lee novela histórica con la misma pasión adolescente, sino que también la escribe. 

Más sobre este tema
>