Cádiz, la ciudad que todo lo puede (a su pesar): un Congreso de la Lengua donde habita la guasa
El efecto mariposa ha sido de tal calibre esta vez que la supuesta droga suministrada al dirigente Pedro del Castillo, razón que adujo para justificar la delirante lectura del decreto golpista que condujo a su destitución como presidente de Perú el pasado diciembre, ha sido la culpable de que estos días se haya celebrado en Cádiz el IX Congreso Internacional de la Lengua Española.
La imagen de inauguración del rey Felipe VI a las puertas del Teatro Falla tocando el cajón flamenco ha servido de señuelo para que los medios que no están dirijan su mirada hasta aquí. El grito de “¡Tenemos al primer rey cajonero!”, con el que lo saludó Guillermo García, uno de los percusionistas de la real cajoneada, confirmó a las pocas horas ese dicho tan repetido: estas cosas sólo pasan en Cadi, la ciudad donde habita la guasa.
Iba a ser Arequipa, decimos, la sede de este gran cónclave de académicos, para mayor gloria de un Mario Vargas Llosa obstinado en volver a ser protagonista de lo suyo, pero ha sido el chungo que se inventó el ex presidente peruano y la situación de inestabilidad sociopolítica que sufre desde entonces el país andino la razón por la que hasta este jueves la antigua Gades se ha convertido en el epicentro del debate y la celebración de la riqueza del español, de su historia y del futuro mestizo de un idioma que hoy hablan 500 millones de personas en todo el mundo y que va a más también en su potencial económico. La vicepresidenta primera Nadia Calviño, responsable de la cartera de Economía y Fondos Europeos, ha subrayado este miércoles que desde el Gobierno “se impulsa el PERTE de la Nueva Economía de la Lengua con los fondos Next Generation para que el español ocupe el espacio que le corresponde y que la Inteligencia Artificial piense en español. El objetivo es ambicioso pero muy realista porque contamos con el activo más importante, nuestra lengua en común y el potencial de toda la comunidad panhispánica”.
Según se ha dicho en este foro, en 2100 más del 6% de la población mundial podrá comunicarse en español; hoy, además de los hablantes nativos, más de 100 millones de personas estudian el idioma de Héctor Abad Facionlince, Carme Riera, Martín Caparrós o Gianina Braschi, algunos nombres propios que han participado en los paneles del programa académico de la cita. En total, más de 300 ponentes, 300 periodistas (algunos de EEUU, Argentina, México, Perú, Panamá, Bélgica o Turquía), 800 inscritos, decenas de actividades paralelas y una ilusión que se desborda y se contagia.
O dicho al estilo gadita, esto un bastinazo, por otro lado, uno de los 57 vocablos del habla gaditana que son espejo de su creatividad inagotable y su idiosincrasia, y con los que el visitante y el local se topan estos días en su paseo entre plazuelas y rincones de una ciudad a la que le sobran los epítetos –“rompeolas del humor”, “donde la gente se va con la certeza de que se regresará”- y le faltan certezas sobre su futuro.
Cádiz, lo saben bien los gaditanos, es la ciudad que todo lo puede, muchas veces a su pesar. Le ha tocado organizar un foro internacional en tres meses cuando otras plazas tienen tres años para la misma tarea. Porque, de antiguo, a esta flecha en el Atlántico le salen regular los números. Un poco de contexto: la ciudad soporta un paro de más del 25%, casi el doble que la media nacional, el desempleo juvenil ha tenido picos recientes del 45%, su Bahía ha sufrido un progresivo proceso de desindustrialización, que sólo ha remitido muy ligeramente con la reciente carga de trabajo para los astilleros de Navantia, y el crónico problema de la falta de suelo para la vivienda, sumado a una presión turística que ha mutado las clásicas casapuertas de vecinos en umbrales para el Airbnb, ha generado una pérdida de población de más de 40 mil habitantes en los últimos 30 años, según el informe de sociodemográfico presentado por el Ayuntamiento de Cádiz este mes de marzo.
“En lo que respecta a las percepciones de la calidad de vida que puede ofrecer Cádiz, el análisis revela profundas ambivalencias. Cádiz se ensalza como una ciudad idónea por sus dimensiones, la idiosincrasia de sus habitantes, las bondades de su clima y la playa. No obstante, estas virtudes quedan ensombrecidas por la oferta laboral que puede ofrecer el municipio (y la provincia en general) y las condiciones de las viviendas a las que se puede acceder. Estos hechos llevan en la práctica una concepción dual de la ciudad: Por un lado, una ciudad ideal para aquellas personas que tienen un nivel socioeconómico elevado o que no necesitan de grandes inversiones al disponer ya de un hogar; y, por otro lado, una ciudad que expulsa a sus ciudadanos o los obliga a vivir aceptando unas condiciones económicas y/o de vivienda inferiores a los que podrían encontrar en otros lugares”.
Es una conclusión textual del estudio, no hay ficción posible en este párrafo, lo entienden los hispanohablantes de las dos orillas. Pero por si acaso, aquí va la traducción: existe calidad de vida para funcionarios y profesionales liberales y, a grandes rasgos, para un porcentaje muy alto del resto de la población, sólo queda precariedad o supervivencia. Las letras del Carnaval de Cádiz, a los que también se han dedicado mesas estos días, han servido a lo largo del tiempo como certero termómetro social.
“¿De qué vive la gente aquí?”, preguntaba en un corrillo una de los asistentes a este Congreso.
En Juego y Teoría del duende, Lorca reproduce su encuentro con el cantaor Ignacio Espeleta. “¿Y usted de qué trabaja? ¿Yo, trabajar?, ¿cómo voy a trabajar si soy de Cádiz?”. Trae a la memoria esta anécdota Juan José Téllez, periodista, escritor gaditano-algecireño y activo participante en las actividades de este Congreso, para ilustrar la falta de oportunidades que ofrece la antigua ciudad fenicia y, por ello, en su día cuna de la actividad comercial de Occidente. “Cádiz vive desde el siglo XVIII una maldición constante, lleva agonizando pero se resiste a morir por el entusiasmo por la vida de su gente. Es muy difícil salir adelante sobre todo cuando se depende tanto del Estado y el Estado no está para mucho en estos momentos”, reflexiona.
Cádiz es, decimos, la ciudad que todo lo puede. Por estas fechas, la candidatura gaditana habría de estar todavía optando a acoger el Congreso que se celebrará en 2025 pero fue la labor impulsada primero por la Asociación de la Prensa de Cádiz, el trabajo en la misma dirección de las distintas instituciones, la acogida social que entendió rápido este afán y, sea dicho, el empeño del Ministerio de Exteriores de José María Albares en un año electoral y de Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, los argumentos dados a Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia de la Lengua Española, para que convenciera al resto de sus colegas académicos de que este barco, descartada Arequipa, debía atracar en Cádiz.
Y ello pese a cruzarse en el calendario de su preparación la celebración del Carnaval y de la Semana Santa, dos grandes citas en el arranque del año que devora todos los recursos de un ayuntamiento que, por otro lado, encara la recta final de este mandato. El próximo 28 de mayo las urnas dirán si la ciudad pide un regreso a las políticas del Partido Popular, si mantiene el sello de los anticapitalistas en la alcaldía o, incluso, si da la bienvenida al oportunismo político de un personaje de la fama del gran hermano Ismael Beiro.
“Ha sido un éxito llegar y llegar así, pero cuando comparas con lo que se hizo en otros congresos, se ven las diferencias de manera clara: nivel de prensa internacional, asistencia de académicos, impacto social, médiático…”, comenta una de las voces de la organización conocedoras de cómo se ha tejido este gran encuentro in extremis del que, pese a todo, los gaditanos han sabido sacar lo mejor a decir de la notable asistencia a las actividades y la participación en las propuestas callejeras.
“Nos ha puesto las pilas, nos ha devuelto la ilusión, lo hablamos entre los compañeros; no es lo mismo que venga una cita deportiva, por muy importante que sea, que lo haga un Congreso que dignifica, de alguna manera, nuestra manera de hablar y nuestro peso histórico”, comentaba estos días una plumilla encargada de traducir para su periódico estas sensaciones en palabras.
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Conviene recordar ese papel decisivo en la Historia que ha tenido este rincón del mundo a la vanguardia creativa. Pese a todo. En la mesa Una constitución para los dos hemisferios. La influencia de la Constitución de Cádiz en América, presidida por Muñoz Machado, todos los ponentes coincidieron en subrayar que, aunque el texto promulgado en Cádiz en 1812 tuvo una vigencia muy breve (apenas seis años en total, distribuidos en tres etapas diferentes), no ocurrió así con su influencia política, tanto en las constituciones de las incipientes naciones iberoamericanas como en Europa, influyendo en las ideas constitucionales portuguesas, en el surgimiento del Estado italiano e incluso en Rusia.
“Todo el modelo constitucional posterior, español o americano, ha tenido de un modo u otro a Cádiz como referencia”, recordó el director de la RAE, para quien la constitución que salió de las Cortes en 1812 fue “inteligente y creativa”, porque recoge los grandes principios liberales de separación de poderes, monarquía limitada, soberanía nacional, además de libertades y derechos, pero “se viste de una apariencia no revolucionaria para no alarmar”. Para Juan Fernández Trigo, secretario de Estado para Iberoamérica, el Caribe y el español en el mundo, la Pepa consagró “palabras nuevas para orquestar una nueva convivencia”, como soberanía nacional, división de poderes o felicidad de la nación.
Felicidad de la nación. La que llevan practicando los gaditanos, pese a los envites, los tiempos y los números.