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Ni ciencia, ni ficción: España(s)
“La ciencia ficción española cuya acción se desarrolla en España se ha movido, históricamente, entre lo costumbrista y lo catastrofista, aunándolo en muchas ocasiones. Apenas han existido movimientos generacionales reconocibles como tales. Salvo excepciones, cada autor ha defendido su propio mundo narrativo, de ahí que haya tantos retratos de España como autores y obras.”
El crítico Juanma Santiago se arranca con esa afirmación y, a partir de ahí, nos invita a un recorrido que empieza con ucronías inspiradas por la América colonial, como Fuego sobre San Juan, de Javier Sánchez Reyes y Pedro García Bilbao, o el díptico compuesto por Danza de tinieblas y Memoria de tinieblasDanza de tinieblasMemoria de tinieblas, de Eduardo Vaquerizo, “que plantean un mundo alternativo en el que Felipe II muere de manera prematura y lo sucede un Juan de Austria que reniega de la Contrarreforma y convierte España en la potencia hegemónica mundial durante los siguientes cuatro siglos”.
Habla luego de esas otras ucronías que han girado en torno a la Guerra Civil, Franco y el posfranquismo, y pone de ejemplo En el día de hoy, con la que Jesús Torbado ganó el Planeta; recupera 1936-1976: Historia de la II República Española, de Víctor Alba; encuentra a El coleccionista de sellos, de César Mallorquí; rememora El día que hicimos la transición, de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero; la antología Franco: Una historia alternativa (seleccionada por Julián Díez), que cuenta con magníficos retratos de una España que pudo ser y no fue, como por ejemploÑ, de David Soriano, y El derbi, de Pedro Pablo García May, relatos ambos ambientados en partidos de fútbol.
Hace aquí un inciso balompédico. Menciona Diez minutos para una estrella fugaz, de Javier Cosnava; Orsai, de Jordi de Manuel; y Madrid, de Daniel Mares, “lo que parece apuntar a la existencia de una tendencia recurrente de ciencia ficción futbolística de lo más española y sin demasiados paralelismos con nada que se haga fuera de nuestras fronteras”.
Pero Madrid no es sólo fútbol; en su opinión, pertenece también a esa “vertiente humorística, irónica y satírica, que bebe tanto de la novela picaresca del siglo XVII como del esperpento de Valle-Inclán”.
Todo, todo, todo está en los libros… de ciencia ficción. Saca Juanma de su estantería el libro Días de otoño, de Santiago Eximeno, y con él se adentra en “un terreno más incierto, España como lugar turístico, sobre todo de turismo para la tercera edad” que también huella César Mallorquí en El muro del trillón de euros.
Habla, por último, de un fenómeno espinoso: el terrorismo de ETA, “una peculiaridad española que, sin embargo, apenas ha sido abordada por la ciencia ficción, a diferencia de las literaturas fantásticas de otros países y lenguas”. Y aquí trae a la conversación a José Ramón Vázquez y su relato Bidesari, a Javier Azpeitia con Nadie me mata, y a Julián Díez, con Tren, basado en el atentado de Atocha de 2004.
“La distopía también ha sido un subgénero visitado de manera recurrente por los autores españoles que ambientaban sus obras en España. Aunque las preocupaciones políticas, entiendo política como compromiso y mensaje de denuncia sobre el estado de las cosas, han sido marginales durante muchos años para los escritores nacionales, en los últimos años parece haber revivido esta temática”. Y aunque, matiza, “no se trata de distopías en el sentido estricto del término (analizadas en detalle, tienen más de poscatastróficas o apocalípticas)” destaca tres ejemplos recientes: Cenital, de Emilio Bueso; Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun; y Nos mienten, de Eduardo Vaquerizo, “la primera novela de ciencia ficción española surgida, concebida y escrita bajo los parámetros y el ideario del 15-M”.
En su charla aparecen Pedro Salinas y La bomba increíble; Manuel de Pedrolo y Mecanoscrit del segon origen, “la novela más leída en catalán, el periplo de dos jóvenes, Alba y Dídac, que forman una nueva humanidad sobre las cenizas de un mundo destruido por una guerra nuclear”; Gabriel Bermúdez Castillo, “tal vez el mejor escritor español de ciencia ficción anterior al bum de los años noventa”; Rafael Reig y Rosa Montero, autores ajenos al circuito especializado, cuyos “retratos de un Madrid futuro e invivible” en Sangre a borbotones y Lágrimas de lluvia “son, cada uno a su manera, estremecedores”.
No dispongo de espacio para trasladar todo lo que generosamente me contó, pero sirva lo apuntado para dar fe de algo que los aficionados a la ciencia ficción made in Spain saben: hay otras historias del país que nos ha tocado vivir, y están en las librerías.
España, territorio fantástico
“En la ciencia ficción los escenarios son parte sustancial de la narración, la sustentan, a veces más que los protagonistas, que son los reyes de la narración tradicional. Es un cambio de foco. Para los escritores, los escenarios son un protagonista más (a veces, por desgracia, el único)”. Eduardo Vaquerizo, cuyo nombre ha aparecido varias veces en este texto, ambientó su última novela, Nos mienten, en Madrid y Alcorcón, dos escenarios unidos en la vida real por el tren de cercanías. Le pregunto qué riesgos se corren al situar una trama de ciencia ficción en un territorio conocido y perfectamente reconocible. “El riesgo mayor sería la pérdida de coherencia, la sensación de incredulidad y la necesidad vital de desarrollar escenarios verosímiles”, responde. “Sin embargo, también hay una imposición de esa verosimilitud, que es transformar el escenario de un modo que sea coherente y creíble, y en eso la capacidad de creencia de los lectores es limitada, no vale todo, sino solo lo que sea aceptable.”
De lo dicho podría deducirse que hacer tabula rasa literaria e inventarse un territorio nuevo ha de ser más sencillo.
“No, al contrario: es más difícil –me corrige César Mallorquí–. Si se trata, por ejemplo, de describir una sociedad futura, es necesario inventar una estructura social, una tecnología e incluso una psicología, todo ello diferente al estado actual de cosas. Y, además, ha de ser coherente y convincente. Hacer eso no es sencillo”. Coincide con él el crítico Fernando Ángel Moreno: “Un territorio alternativo requiere una coherencia estética, simbólica, narrativa que en la literatura realista ya viene dada o que es bastante más sencillo de manipular. En la ciencia ficción, no basta con describir o adaptar mínimamente la calle por la que paseas o el autobús que coges a diario. Debes diseñarlo casi desde cero y vincularlo de manera coherente con todos los demás elementos que inventas (personajes, cultura, costumbres, política, arte...) y con la historia que quieres contar. Es decir, no basta con colocar la historia en un lugar; hay que crear el lugar”.
Sentado eso, les pregunto qué riesgos tiene situar una trama de ciencia ficción en un territorio conocido. “Supongo que los mismos o parecidos que escribir una novela histórica, o policiaca, o incluso puede que hasta costumbrista –responde Felicidad Martínez–. En mi caso, no me arriesgaría a escribir sobre un tema o desarrollar un elemento que no conozco a fondo (podría ser algún tipo de tecnología, un avance científico, cómo funciona un laboratorio de investigación...). Al ser algo cercano, reconocible, probablemente habrá muchos lectores que entiendan sobre la materia y, si no te has documentado bien, les puede chirriar mucho".
Ficción... pero menos
Les pregunto entonces: si el escenario es real, si el escenario es un personaje, ¿escribir ciencia ficción en escenarios reales equivale a hacer novela social?
“No –me dice Eduardo Vaquerizo–, esa es una elección del escritor. Podría ser una narración incluso reaccionaria. La ciencia ficción nos ha dado mucho ejemplos de escenarios futuros retrógados, fascistas, militaristas y bastante conservadores”.
Y de repente, la Agencia Estatal de Investigación
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De hecho, “cuando la ciencia ficción quiere criticar la sociedad normalmente (aunque no es la única opción) recurre a la distopía. Porque obras distópicas como 1984, de Orwell, o Las torres del olvido, de Turner, no hablan de problemas del futuro, sino de problemas que se están incubando en la actualidad. Son algo así como un aviso de lo que podría llegar a pasar si las cosas siguen haciéndose mal. En realidad, la buena ciencia ficción no habla del futuro, sino del presente”, abunda César Mallorquí y con él, Fernando Ángel Moreno: “todo territorio creado implica a menudo una fuerte reflexión crítica sobre la realidad. El caso más claro es el de las ciudades recreadas (sean inventadas por completo o una extrapolación de algunas reales). No existe ni una sola ciudad en la historia de la ciencia ficción que no implique una crítica a la sociedad del autor que la imaginó”.
“Otra cosa es que 'vivimos tiempos interesantes', como dice la maldición china, y que por ello hay una marcada tendencia a especular/escribir sobre el futuro inmediato”, añade Felicidad Martínez.
Como vemos, “la España que presentan las novelas españolas de ciencia ficción se mueve entre el pasado glorioso ucrónico y el futuro distópico o posapocalíptico decadente, entre lo urbano y lo rural, con cierta amplitud temática pero siempre con grandes cargas de ironía, humor, tremendismo, surrealismo y, en definitiva, un casticismo cañí que entronca con la picaresca y el esperpento”. La conclusión es de Juanma Santiago. Y nosotros añadimos una recomendación: ésa es una España que, como la que dibujan los mapas (y la novela negra, ese espejo), hay que recorrer.