Después de Cannes
Hace unos días el cineasta Guillermo del Toro hizo en Cannes unas declaraciones sobre la situación actual del cine. La frase que se repitió en titulares tenía el tono gélido de quien ejecuta una autopsia: “El cine, según en el modelo actual no es sostenible”. Y ciertamente es una preocupación que aqueja a quienes nos preguntamos hacia dónde va el cine, qué papel tienen festivales como Cannes. No hay respuestas fáciles. Al inicio de esta serie de crónicas trataba de poner en valor cierta experiencia del cine: el cine en sala, el cine como una experiencia específica, el cine que va más allá de lo que la gente “quiere”, que nos abre puertas, que nos hace pensar. Ese cine, el que promociona el festival, es el que no es “sostenible”.
La película que más disfruté este año en la sección oficial, Pacifiction de Albert Serra, dura dos horas y cuarenta y cinco minutos y requiere atención activa: nos desafía a encontrar tramas, a leer miradas y acciones, a elaborar una propuesta sobre un mundo en crisis. No es que todo esto no funcione desde una plataforma en el salón de casa, pero su lugar es el cine, la oscuridad, una cierta relación de intimidad con el espectador. Guillermo del Toro sugería en sus declaraciones que de nada servía intentar negar la realidad: la distribución ha cambiado radicalmente y no se puede seguir partiendo de presupuestos del siglo XX para gestionar el cine del siglo XXI. Y podemos añadir, no sin cierta desazón, que el tipo de espectadores del siglo XX, dispuestos a comulgar con la pantalla durante dos horas sin interrupciones está desapareciendo, que poco a poco será muy minoritario. Es necesario el cine comercial, pero si perdemos el cine “insostenible” la cultura perderá un modo de expresión irremplazable por otras cosas, televisión, redes o apps. El cine va más allá del mero “contenido”.
Ha sido un año extraño en Cannes. Por una parte la presencia de vacas sagradas en la sección oficial (Denis, Park, Cronenberg, Skolimowsky, Depleschin, etc) constituía una suerte de afirmación de la visión que el festival siempre ha tenido en el cine. Pero, con la excepción de Serra, ninguno ha presentado su mejor trabajo, y todos han dividido a la crítica y el público. El ejercicio de la opinión en redes lleva también a opiniones extremas, según las cuales una película era “obra maestra” o “basura”. Yo diría que la calidad ha sido alta y los organizadores han puesto energía y entusiasmo en defender su visión del cine, y que, al menos con los casos de Cronenberg (Crimes of the Future), Mungiu (RMN) o Serra (Pacifiction), el cine ha demostrado su capacidad para llegar a temas importantes, para interpelarnos como cultura (otra cosa es que queramos dialogar con lo que estas películas proponen o nos limitemos a juzgarlas). La primera puede ayudarnos a pensar en nuestros cuerpos, en lo que significan, en el papel que la burocracia tiene para definirlos. La segunda, ambientada en un pueblo de Transilvania, habla de un mundo brutal en el que la intolerancia irracional está siempre a la vuelta de la esquina. Y Serra nos habla de una crisis profunda mientras nos invita a contemplar el paraíso. Las tres son memorables, las tres perdurarán.
No sé si alguna de estas películas ganará los grandes premios hoy. Cualquiera que haya estado en un jurado sabe lo impredecible de estas reuniones, lo fácil que es que gane una película que no acaba de gustar a nadie, pero que al menos no disgusta a la mayoría. En la situación actual, las mejores son también las peores, y triunfa la convencionalidad. Así que el jurado podría preferir opciones blandas como Close (Lukas Dhont) o la poesía animal de Eo (Jerzy Skolimowsky). Creo que no están los tiempos para opciones blandas. Por otra parte, si el lector lo que busca es cine sólido, que equilibre originalidad en el contenido y convencionalidad en los planteamientos, le animo a que busque el thriller Boy From Heaven (Tarik Saleh) o la extraña, a veces fascinante, Le Otto Montagne (Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch), una historia de amistad entre dos hombres marcada por la experiencia de la montaña.
Recta final: 'Next Sohee', 'Tori et Lokita', 'Stars at Noon' y 'Pacifiction'
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Los premios para la sección Un certain regard, considerada la sección B del festival que intenta hacer propuestas un poco más innovadoras o más arriesgadas, se han anunciado ya. Los más importantes dan para dos conocidas en estas crónicas. Les pires/ Los peores (Lise Akoka y Romane Gueret), sobre el rodaje de una película de realismo social, era sin duda la mejor película de la sección, y tiene todo el atractivo para convertirse en un clásico. Es de esperar que gracias al premio tenga la atención que merece. Joyland (Saim Sadiq), que ha ganado el premio del jurado, es una película comercial pero es inteligente, emocional, reflexiva y nos descubre la vida en una cultura que puede antojársenos lejana como la pakistaní, descubriendo que incluso ahí la mentalidad patriarcal presenta grietas. Alexandru Belc ha ganado el premio a la mejor dirección por Metronom, un ejercicio intenso que nos cuenta una vez más la sordidez del régimen comunista en Rumanía. Las tres son recomendables, pero yo añadiría Plan 75 (Hayawake Chie) olvidada en el palmarés, porque plantea el tema de la vejez, que desarrolla con precisión y la dosis adecuada de sentimentalismo.
En otras secciones As Bestas (Rodrigo Sorogoyen), un ejercicio de tremendismo rural totalmente legible dentro de tradiciones en el cine español, la película histórica pero tan actual Nos frangines (Rachid Bouchareb) sobre abusos policiales y racismo durante manifestaciones estudiantiles en los noventa y El agua (Elena López Riera), sobre cierto paisaje emocional muy nuestro, son ejemplos de que el cine continúa vivo. Las secciones paralelas nos dieron ocasión de ver dos películas colombianas centradas en la violencia física y emocional, La jauría (Andrés Ramírez Pulido) y Un varón (Fabian Hernández), además de la que para mí fue el gran placer culpable de esta edición Fogo-fàtuo, de Joao Pedro Rodrigues, que seguro tendrá una larga vida en diversos festivales de cine LGTBI. Son películas sobre cuerpos y deseos, sobre trabajo, política, violencia, populismo, espacios, sociedades, racismo, género, ventanas abiertas a las experiencias de otros.
Y perdurarán. Cannes al menos sirve para hacernos recordar ciertos títulos, tenerlos en cuenta, resistir la presión de los “contenidos”. Aunque no creo que tengamos que dejar atrás el cine en salas, lo cierto es que las plataformas han posibilitado que muchas de estas películas, que habrían tenido difícil encontrar distribución o habrían llegado a pocos cines estarán, quizá, a disposición de muchos de ustedes, ofreciendo sus placeres, sus historias, sus reflexiones, sus emociones. No queda claro, diez días después de iniciarse esta edición, si la batalla que libra Cannes se ganará. Esperemos que después de Cannes el cine siga mereciendo atención.