‘Morbius’: Vampiros sin sangre
Una de las historias más graciosas del Hollywood reciente es el intento fallido de Universal de construir un universo cinematográfico con sus monstruos clásicos. La supuesta franquicia, anunciada a bombo y platillo por el estudio y titulada Dark Universe, nació ya muerta y acabó su recorrido tras estrenar el total de una película, ‘La momia’, protagonizada por Tom Cruise (cuya presencia introduce cualquier película en el subgénero “película de Tom Cruise”, con unas reglas muy concretas pero probadamente exitosas). Hubo incluso una foto promocional en la que aparecían Cruise, Johnny Depp, Javier Bardem, Russell Crowe y Sofia Boutella, que supuestamente protagonizarían sus propias entregas de la saga por separado, películas que nunca llegaron a producirse. La foto, por supuesto, era un engaño en sí misma: los cinco integrantes jamás se juntaron en una misma habitación para ser retratados; todo fue, como suele ocurrir en el Hollywood actual, una creación digital.
Cinco años después, Sony le ha comido la tostada a Universal. El estudio está aprovechando el tirón comercial de los personajes de Marvel para explotar una pequeña esquina de ese universo de superhéroes de la cual aún tiene los derechos cinematográficos: Spider-Man y sus villanos. El trepamuros ha protagonizado la película más taquillera de la pandemia, ‘Spider-Man: No Way Home’, y Sony está construyendo su propia franquicia a su alrededor con películas protagonizadas por personajes del universo arácnido (en las que Peter Parker no hace acto de presencia). Así nació ‘Venom’, que ya cuenta con dos películas que han recaudado en total más de 1.350 millones de dólares en todo el mundo. Ahora llega ‘Morbius’ y ya están anunciadas ‘Kraven the Hunter’ y ‘Madame Web’, entre otras; todas ellas centradas en villanos convertidos en antihéroes y protagonizadas por grandes estrellas: Tom Hardy, Jared Leto, Aaron Taylor-Johnson y Dakota Johnson. Es lo que Universal soñó pero no logró llevar a cabo.
Si el anterior párrafo te ha mareado es totalmente comprensible. Seguir el entramado empresarial que hay detrás de todas estas sagas, algunas de las más taquilleras del cine actual, es aún más complicado que entender las conexiones narrativas que hay entre todas esas películas. Y desde luego es mucho más complejo que las películas en sí mismas, en su mayoría divertimentos tan disfrutables como prescindibles y olvidables. Eso es Morbius, una película palomitera del montón, y no del montón bueno, pero tan consciente de lo que tiene que aportar que al menos dura solo una hora y tres cuartos (le sobra un cuarto de hora, si me preguntáis).
Los que crecimos viendo la serie de animación de Spider-Man de los 90 recordamos a Morbius como un científico atormentado que se había convertido en vampiro por desgracia y se debatía entre ayudar a su amigo y vecino Peter Parker o enfrentarse a él cuando sus instintos básicos se apoderaban de su cuerpo. En esta película, dirigida por Daniel Espinosa (Life (Vida)) y escrita por Matt Sazama y Burk Sharpless (Dioses de Egipto, dios mío), vemos la infancia de Morbius como un niño superdotado con una rara enfermedad en la sangre que acaba convirtiéndose en un científico ganador del Premio Nobel por inventar una sangre artificial que salva más vidas, según el guion, que la penicilina. Pero Morbius rechaza el Nobel porque cree que su invento es un subproducto mal acabado y se puede mejorar, lo cual sirve para definir al personaje con sorprendente economía: es un perfeccionista hasta el amargor.
Una investigación con ADN de murciélagos le lleva a inyectarse sangre de una rara especie y se convierte él mismo en un vampiro que necesita sangre humana para sobrevivir y además tiene superpoderes. Apostar por películas protagonizadas por lo que tradicionalmente eran villanos es algo arriesgado, pero Sony lo arregla retratando a estos personajes como tipos con buen fondo obligados por causas externas (un simbionte en ‘Venom’, la sangre de los murciélagos aquí) a hacer el mal. Eso sí, ellos quieren ser buenos y siempre se encuentran a alguien que es peor que ellos, lo cual conlleva el mayor pacto de suspensión de credibilidad de Morbius: que Jared Leto es en el fondo una buena persona.
En este caso ese necesario antagonista es Milo (Matt Smith), un amigo de la infancia de Morbius que adolece de su misma enfermedad. Al descubrir el invento se inyecta el suero y él, a diferencia del bueno de su amigo, se entrega a los nuevos impulsos de su cuerpo y celebra con violencia y maldad sus nuevos poderes. El guion lo subraya de forma muy graciosa: mientras que Morbius mata a un puñado de mercenarios muy a su pesar, Milo le chupa la sangre a una pobre enfermera, que para colmo es madre soltera ¡de gemelas! Solo podría ser peor si las pobres huérfanas fueran en silla de ruedas.
En lo interpretativo, Smith como el malo de la función no hace nada que no le hayamos visto hacer recientemente en Última noche en el Soho e incluso en su papel más villanesco de todos: el marido de Isabel II en The Crown. Aun así es el único que hace algo mínimamente reseñable, a pesar de que siempre es una alegría ver a Jared Harris aunque el guion no le dé nada que hacer. En cuanto a Michael Keaton, aparece durante más minutos en el tráiler que en la película.
Espinosa, director sueco de encargo y sin estilo ni personalidad tras la cámara, rueda un par de escenas con aspiraciones de cine de terror, y en una de ellas logra inquietar con un juego de luces tan tramposo como efectivo. Lo más ridículo de la película es la flagrante ausencia de sangre, teniendo en cuenta que es una historia de vampiros; pero claro, Sony no quería arriesgarse a obtener una calificación por edades demasiado alta. Así que volvemos a tener ante nosotros una película pretendidamente adulta sin violencia, sexo ni palabrotas (y por supuesto, sin conflictos complejos ni mínimamente interesantes).
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Lo único estimulante de Morbius está, curiosamente, en sus exagerados efectos digitales. Es muy gracioso notar el salto de un plano a otro entre escenas totalmente construidas en ordenador y escenas rodadas con actores reales. Sin embargo, las secuencias en las que Morbius despliega sus superpoderes llegan a adquirir un fascinante efecto casi impresionista. La mayor lacra de los efectos digitales tan extendidos en las superproducciones del Hollywood actual es que se utilizan en su mayoría para intentar recrear la realidad; Morbius es un ejemplo de las maravillas que se pueden conseguir si se utilizan para construir fantasías.
Por lo demás, una característica inherente al cine comercial actual que cumple Morbius es que sabes lo que va a pasar en todo momento. Antes de empezar la proyección para la prensa, nos avisan de que al terminar habrá dos escenas postcréditos que, por supuesto, adelantan acontecimientos de las siguientes películas de la franquicia. Ahí está la chicha para muchos de los espectadores, ya acostumbrados a ver cine como una concatenación de pronósticos cumplidos seguidos de nuevas predicciones. Muchas de las cuales se harán realidad en las próximas entregas.
Hay algo de satisfactorio en todo ello, en realidad. No está mal que una película te dé constantemente la razón y sirva como un refugio de previsibilidad y placidez en un momento en el que la vida real ya tiene suficiente incertidumbre por sí misma.