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Cine

El cineasta Oleg Sentsov se pudre en Siberia

El cineasta Oleg Sentsov.

Antoine Perraud (Mediapart)

El cineasta ucraniano Oleg Sentsov, de 41 años, sufre en un campo siberiano. Nacido en Simferópol, en Crimea, el artista se declaró en contra de la anexión y luego de la ocupación de la península por el Kremlin (entre febrero y marzo de 2014). El FSB (Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa), antiguo KGB, le detuvo allí —y luego le transfirió a Rusia— en verano de 2014, por "preparación de actos terroristas". En 2015, en Rostov del Don, un proceso injusto, sostenido por un dossier falso, le condenó a 20 años de reclusión a trabajos forzados. 

Setsov está aislado del mundo. El 17 de septiembre, una carta suya llega, sin embargo, a la abogada especializada en derechos humanos Zoya Svétova: "Me han sacado bruscamente de Yakutia y me conducen a Yamalia-Nenetsia. Solo hay un lugar para purgar la pena. Es la legendaria Kharp. Lo que sucedió allí, y lo que sucede hoy, creo que usted lo sabe mejor que yo. No me espera nada bueno. Habiendo frecuentado ya los centros penitenciarios de Irkutsk y Omsk, tengo una idea del dolor que me espera —y no son cuentos—".

La salud de Oleg Sentsov se resiente, a 6.000 km al Este de Ucrania: el neo-zeksufre un frío glacial continuo que le provoca reumatismos y complicaciones cardíacas. Numerosas organizaciones humanitarias denuncian un proceso estalinista, los cineastas se movilizan: Pedro Almodóvar, Ken Loach, Mike Leigh, Aki Kaurismaki, Stephen Daldry, Bertrand Tavernier, Wim Wenders, Agnieszka Holland...

Askold Kurov, documentalista uzbeko de 43 años, ha consagrado a este asunto una película formidable, proyectada en la Berlinale, y por primera vez en Francia el 19 de noviembre gracias al festival Un week-end à l'Est (del que Mediapart, socio editorial de infoLibre, es patrocinador). El proceso desmonta la mentira de Estado: las pretendidas pruebas en contra —risibles si la farsa judicial no se hubiera convertido en una tragedia humana y política—, las acusaciones habituales —y a la sazón falaces— de la propaganda rusa sobre la militancia fascista del acusado, las torturas practicadas por los esbirros del Kremlin, una justicia instrumentalizada que no tiene la menor relación con la imparcialidad o la rectitud, la brutalidad cínica del poder ruso...

Este ha usado —¡cruel ironía— la técnica de un director de casting para encarcelar al cineasta: "A fin de aterrorizar a la opinión pública, hacía falta un cabeza de cartel que mostrara que nadie escapa a la ira de Putin y que cada uno debe quedarse cautelosamente en su rincón", explica el politólogo Kirill Rogov, al que el miedo no consigue reducir al silencio. 

El proceso se muestra apasionante en la medida en que filma cómo el Estado de derecho se reduce a cenizas en esta Rusia de aires "democráticos". El legado soviético se recupera: la brutalidad del personal penitenciario, una cierta denominación de origen que aflora a lo largo del juicio (¡"camarada procurador"!), el rodaje cada vez más difícil, de tantos bastones como se ponen en las ruedas del documental...

Y una escena terrible: esa mujer sola en Moscú con su pancarta denunciando el juicio político y los encarcelamientos, y que no desaparece a manos de la policía, como en los tiempos de Brézhnev, sino que es atacada por los ciudadanos impregnados de propaganda de Putin: "¡No creáis a la televisión", reclama tristemente. Como un eco, da qué pensar la declaración de Oleg Sentsov durante su proceso a propósito de la eficacia del lavado de cerebros. Jugando de maravilla con los medios y las redes sociales, la superestructura de Putin ha creado adeptos, tanto dentro como fuera. 

La complejidad de una situación que a veces se vuelve imposible de desenmarañar, con una perversidad calculada, salta a la vista en el documental de Askold Kurov, El proceso: descubrimos que la hermana de Oleg Sentsov está casada con un agente del FSB —que testificó contra su cuñado— y que tienen un hijo, empleado él mismo del FSB. El sistema soviético hacía ya aguas mientras ensamblajes de hierro mantienen hoy a flote el tonel de Putin...

Una secuencia patética muestra al gran cineasta Aleksandr Sokúrov implorando ante el señor del Kremlin, frío como Luis XIV, persuadido de encarnar la necesaria razón de Estado —que no es más que la ley del más fuerte, del más injusto, del más deshonesto—. 

Oleg Sentsov lo afirma en las últimas palabras que le fueron permitidas al final de su proceso, antes de su deportación: "Un tercio de la población rusa tiene conciencia de vivir en la mentira, pero el miedo hace que prefiera refugiarse en su ratonera". 

Al este el miedo, al oeste la indiferencia. Esto es lo que puede mantener a Sentsov en el neo-gulag. Tanto más cuanto el artista tras los barrotes hace demostración de una valentía tenaz. Rechaza ser liberado en solitario, sin los coacusados de esta construcción judicial (Hennadiy Afanasyev, Alexei Chirnigo y Oleksandr Kolchenko), con ocasión de uno de los intercambios de prisioneros con Ucrania sobre los que Vladimir Putin guarda secreto —como fue el caso de la piloto Nadiya Savchenko el pasado año—.  ________________

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  Traducción: Clara Morales

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