Cultura
Elvira Navarro y el espacio de lo extraño
Una isla poblada de conejos carnívoros. Un edificio administrativo que nunca aparece en un París violento y periférico. Un hotel que intercambia los sueños de sus huéspedes. Lanzarote, que deja de ser un feliz paraíso vacacional para convertirse en el reino de las lapas de mar. La isla de los conejos (Literatura Random House), de Elvira Navarro (Huelva, 1978), está lleno de espacios casi normales... y por tanto inquietantes.
Su nuevo libro, esta vez de relatos, se mueve en el filo del realismo y "bordea lo fantástico", en palabras de la autora. Dos de ellos —una mujer siente cómo le crece una pata en la oreja, un fantasma se manifiesta en redes sociales— se lanzan de cabeza a lo irreal. La mayor parte de los once cuentos están escritos entre 2014 y 2016, y comparten, como evalúa la escritora en un hotel de Madrid durante su segunda jornada de promoción, "una atmósfera y un tono". Una cierta presencia de la carne, un desorden en la naturaleza que hace que el estómago se encoja. Alguien podría decir que estos son relatos de terror. Y sin embargo, aquí no pasa nada. ¿No?
Dice Navarro que el elemento común de esa inquietante aire alucinado que flota en sus cuentos es el espacio. "Los protagonistas de los cuentos, en su mayor parte, abandonan el espacio habitual donde transcurre su vida", aventura. El viaje a Lanzarote, la isla del Guadalquivir recién conquistada por un personaje que se nos describe como "inventor", el París de una joven estudiante, el hotel de una cocinera que vive en él temporalmente. "El elemento de extrañeza se da de manera casi natural, porque cuando vamos a un espacio que no es el nuestro lo primero que hacemos es extrañarnos. No en sentido necesariamente negativo, pero sí que estamos desubicados". No es casualidad que la escritora otorgue aquí esta importancia al espacio físico. El libro que la dio a conocer, La ciudad en invierno (2010), estaba, como se puede suponer, poblada de calles y edificios, igual que la vida de La trabajadora (2014) y que su blog Periferia, sobre el que trabaja ahora para convertirlo en un ensayo literario.
Pájaros en la cabeza
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¿Cuánto hay de realismo en este realismo que propone Navarro, y que ya se adivinaba en La trabajadora? Primero, advierte la escritora: "La realidad no es más que una ficción consensuada. De ahí que haya una pugna por los relatos sobre lo real, porque no hay acuerdo". Dicho esto, nombra a la autora rumana Ana Blandiana y al uruguayo Felisberto Hernández. No por casualidad a ambos se les comparó con el argentino Julio Cortázar, el que hacía vomitar conejitos a uno de sus personajes en el relato Carta a una señorita en París o el que sembró esa extraña presencia que arrincona a los protagonistas de Casa tomada. Pero es probable que el realismo español no sea ya completamente realista: Sara Mesa, Marta Sanz, Aixa de la Cruz, Cristina Morales... "Es otro tipo de realismo", explica Navarro, "un realismo mucho más consciente de su propia concepción, y más consciente de que ese realismo no es ingenuo, sino que es una construcción de lo real". Lo real, decíamos, una "ficción consensuada".
Tampoco es casualidad que los nombres que cita Navarro sean extranjeros. Si "España tiene una tradición realista fortísima", el contacto con otras literaturas, defiende, "nos ha habituado a otro tipo de ficciones". "Aunque tenemos a Cervantes, parece que los latinoamericanos son más cervantinos que los propios españoles, que quizás hemos bebido más de una tradición más cerca del Lazarillo". Porque a Cortázar y a Borges se unen las autoras argentinas Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, que de alguna manera también han ensanchado los límites del realismo y han fundido los límites del terror y lo fantástico. Sigue Navarro: "Cada vez más la identidad se diluye, y ya España si alguna vez tuvo una identidad sólida, esa identidad se disolvió". Nada de "austeridad castellana". Aquí crecen flores extrañas.
Cuando alguien conocido por su novela —la última, una polémica obra en torno a la figura de Adelaida García Morales, en 2016— publica cuentos, sabe que se arriesga a que se consideren una obra menor en su trayectoria. "El cuento en España no ha tenido demasiada suerte", valora la autora. "Ya es una discusión que pasó, pero recuerdo hace 10 años un debate muy vivo sobre si el cuento es un género menor. ¿Es Borges un escritor menor? En fin". Pero, más allá del debate literario, está el prestigio y la rentabilidad. Son escasas las editoriales dedicadas en exclusiva al cuento, y los relatos se ven aún como un riesgo económico frente al reinado de la novela. "Cuando saqué La ciudad en invierno...", recuerda Navarro, "... es verdad que el libro se prestaba a una lectura intergenérica". Aunque fue concebido como un libro de relatos, en todos ellos aparecía el mismo personaje y fue leída en ocasiones como algo cercano a la novela. "Pero también es verdad que se procuró no decir cuento en la contra, por si acaso", admite. Por si acaso no vende. Por si acaso asusta. Aquí se advierte en la contra: "relatos". Y quizás sí que asusten, pero por otras razones.