Entrevista
Esteban Hernández: "Hoy quien tiene la idea de transformación radical de la sociedad es el capitalismo"
El tiempo pervertido no es un libro optimista. Su autor, Esteban Hernández (Madrid, 1965), periodista de El Confidencial y analista político, tampoco pretendía que lo fuera. El ensayo, editado por Akal, analiza cómo ha operado lo que se define como una "reacción" conservadora, heredera de la experimentada en los años ochenta y a principios de los dos mil, pero más virulenta y acelerada. El mundo que esboza, entregado a la promesa de la tecnología, marcado por la desigualdad y gobernado por una ideología que ensalza la competitividad y el autocontrol "calvinista", no sería el paraíso de nadie.
Tampoco los anteriores ensayos de Hernández eran especialmente luminosos: El fin de la clase media (2014), Nosotros o el caos: así es la derecha que viene (2015) y Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI (2016) dibujaban ya un mundo acelerado que la izquierda no consigue frenar. Frente a otros títulos que analizan el panorama desde una perspectiva progresista, él no trata de ofrecer soluciones ingeniosas. No se trata de diseñar nuevas propuestas, sino de tener la fuerza para llevarlas a cabo. Y las formaciones de izquierdas, concluye, harían bien en centrarse en esto último.
Pregunta. Empieza asegurando que nos encontramos en plena reacción conservadora. ¿Qué diferencia esta ola de las anteriores, marcadas por Reagan y Thatcher primero y por Bush Jr. después?
Respuesta. Dos elementos. Primero, un grado de intensidad mayor: el intento de reordenar la democracia y la economía ahora es mucho más intenso. Y, segundo, que tiene que ver con movimientos estilo Trump: la intención expresa de terminar con aquellos resortes que les impiden ir más allá, y que son democráticos o institucionales. Ese declive ha ocurrido en el resto de oleadas conservadoras, que cada vez tenían menos en cuenta la ley, los Parlamentos, los ciudadanos… pero ahora el grado de desprendimiento de las instituciones liberales es mayor. Si uno examina el mundo tiene a Trump, a Putin, a Xi Jinping, a Bolsonaro, a Netanyahu, a Orban…
P. Cuando piensa en una reacción conservadora exitosa,¿piensa en líderes como Trump o Bolsonaro, o en líderes que no consideramos como populistas pero que también pertenecen a la derecha?
R. La parte superior de la escala social trata de mantener su posición, y lo ha conseguido durante los últimos 40 años. Esto puede vincularse a líderes distintos, pero los objetivos siguen siendo los mismos: seguir recogiendo los recursos del resto de la sociedad en beneficio propio. Si decimos que se ha incrementado la desigualdad es por esto, porque la parte de arriba de la escala social ha ido deteriorando al resto para generar para ellos poder y recursos. Y a veces tiene que ver con líderes menos democráticos estilo Trump, pero el repliegue neoliberal en Europa ha ido de la mano de líderes liberales. No ha habido una gran diferencia entre el Gobierno económico del PSOE o del PP desde la Transición. A esos efectos, unos y otros tampoco tienen tanta distancia.
P. En la segunda parte del libro introduce una cita de Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial: “La línea de la división de hoy no está entre la izquierda y la derecha, sino entre los que abrazan el cambio y los que quieren conservar el pasado”. ¿Dónde quedan las clasificaciones ideológicas clásicas con respecto a esa nueva división?
R. Yo creo que ahora mismo no hay más división ideológica que una posición reaccionaria que trata de ganar poder y una resistencia que empuja en una dirección distinta, de devolver recursos y poder a la sociedad. Para mí, esa es la gran brecha política que hay. Los nuevos populismos han tomado esto como elemento esencial, pero en lugar de reconstruir un pacto social, han hecho un pacto nacional. Al menos, en teoría, porque en la práctica vemos que tampoco es así.
P. Movimientos como los de Trump o Bolsonaro hacen alusiones explícitas a un regreso al pasado, mientras que otras tendencias, como la de Macron, se acercan más a un imaginario de start-up y miran al futuro. ¿Cómo conviven ambas tendencias?start-up
R. En las últimas décadas, el movimiento dominante ha sido el que se dirigía al futuro: vamos a mejorar. Era un movimiento peculiar, porque decía que en momentos difíciles había que hacer cambios para estar sanos dentro de un tiempo. Eso en la crisis se vio de una manera clara, pero también lo hizo Reagan. La promesa de un mundo mejor que depende de un sacrificio presente. Con la cuarta revolución industrial y la multitud de promesas alrededor de lo tecnológico, esto se dispara: vamos a vivir más, habrá coches autónomos, no va a trabajar nadie… Pero el esquema es el mismo: si te preparas todo irá bien, y si no, quedarás obsoleto. Ahora estos líderes lo que hacen es establecer zonas geográficas a la hora de proponer un mejor futuro. Pero no quieren regresar al momento anterior.
P. ¿Entonces este mirar al pasado es solo un envoltorio?
R. Es un envoltorio. De hecho, en estos dos años la economía estadounidense va muy bien y la desigualdad ha aumentado. Trump te puede prometer que van a regresar las fábricas, pero no es verdad, porque estás metido en una lógica capitalista donde a la empresa le sale mucho más barato producir en Corea o el Sudeste asiático que en tu país. Y aunque eso pudiera tener consecuencias positivas para tus ciudadanos, no lo vas a hacer, porque tu lógica es otra: es el capitalismo sin democracia. No es un cierre proteccionista a partir del regreso a medidas del siglo XX.
P. Cuando parte de la izquierda se opone a supuestos avances económicos como puede ser el modelo Amazon, apoyando la huelga de sus trabajadores, o el modelo Uber, apoyando al taxi… ¿se convierte la izquierda en una fuerza conservadora?
R. Es que hay cosas que conservar. Si el cambio va a ser convertirte en autónomo a sueldo de una empresa global, con condiciones mucho peores, casi prefiero conservar lo anterior aunque no sea bueno. Igual con la reforma laboral, con tantos días por año trabajado en caso de despido: dejarlo como estaba es conservador, sí, pero es mejor que lo que hay hoy. Cuando se transforma la sociedad a peor, la resistencia tiene que ser conservadora. Y esto tiene que ver con las condiciones de la clase media, que en general la izquierda odia la clase media o la ve con mucha prevención. Bueno, es que está bien tener opciones vitales, no estar mirando la cuenta del banco, tener una posibilidad de trazar tu trayectoria vital. Aquella situación no era la ideal, pero era mejor. No es un elemento de nostalgia, sino algo obvio: si antes ganaba diez y ahora gano dos… No sé qué hay que objetar a eso. ¿Qué es conservador? Sí, pero prefiero ganar diez.
P. ¿Qué cambios se producen en la izquierda cuando históricamente ha tenido como atractivo dentro de su discurso el progreso y el cambio, y ahora pide echar el freno?
R. Es lógico, porque durante el siglo XX la izquierda ha sido revolucionaria y el sistema era conservador. Ahora es al revés, el sistema es revolucionario. Es lógico que desde posiciones progresistas haya una fuerza de resistencia frente a una transformación paulatina pero arrolladora. Y de hecho la resistencia que se ha opuesto ha sido muy débil y el capitalismo ha ido avanzando de forma insistente.
P. Ante una derecha revolucionaria, ¿la izquierda tiene que renunciar a su propia revolución?
R. No, pero la renuncia o no te la da la posición que tienes. Al final todos los cambios sociales son juegos de fuerzas. Si tienes una fuerza social importante, puedes provocar cambios; y si no la tienes, te sometes a los cambios que otros provocan. Es obvio que hoy quien tiene la idea de una transformación radical de la sociedad es el capitalismo, y tiene los recursos y a veces las bases sociales para hacerla efecto. Y la izquierda no los tiene. Te puedes plantear lo que quieras, pero si no tienes el poder y la fuerza para impulsar esos cambios, son fantasías. Por eso mi análisis intenta ser poco ideológico y retratar lo que hay. No voy a pensar en posibilidades de esto o aquello, porque no las hay.
P. En ese sentido, Boaventura de Sousa Santos defiende que la izquierda debe ser “garante de la democracia liberal”, aunque la vea como una institución burguesa. ¿Tiene que ver con esa idea de resistencia conservadora?defiende que la izquierda debe ser “garante de la democracia liberal”
R. Tiene que ver con esto, sí. Pero la de Boaventura de Sousa me parece una posición débil, perdedora. De alguna manera, a lo largo de estos 40 años, las izquierdas han hecho exactamente eso: vamos a resistir a esto, nos quedamos con menos terreno, pero vamos a resistir, nos quedamos con menos terreno… Y al final tu parcela ya es Portugal. Y un Portugal que sigue los dictados de Bruselas. Eso ni es útil para la izquierda ni es funcional al sistema. Y tampoco es esto una democracia liberal, pero incluso si lo fuera, tendrías que hacer una acción muy potente, casi revolucionara, para lograr que la ley se cumpliera. Porque las fuerzas reaccionarias son tan potentes y están tan poco dispuestas a ceder, que tendrías que montar un jaleo muy grande. Para mí, guardar la parcelita no es una opción.
P. Y si la izquierda no puede limitarse a resistir, pero tampoco tiene fuerza para llevar a cabo un movimiento revolucionario… ¿Qué opciones tiene?
R. Tenemos la idea de que si encontramos la solución adecuada todo se resolverá. Pero no. Se hace como se ha hecho siempre: generando ideas y alianzas que te lleven al poder. Si el Banco Central Europeo toma hoy tres o cuatro medidas, se acabó la austeridad. ¿Por qué no lo hace? Porque no podemos decidir sobre el BCE ni la fuerza para hacer que cambie. Instrumentos existen, pero tengo que poner el acento en la primera parte, en la fuerza necesaria para llevarlos a cabo. Si no somos suficientes para generar una fuerza efectiva, todo lo demás son conversaciones de bar.
P. En el libro denuncia un sistema de pensamiento "calvinista" que pone la autoexplotación por delante de los derechos laborales y la imagen personal por encima de la colectividad. Y asegura que ese marco de pensamiento beneficia al capital y a la derecha. ¿Significa que la izquierda tendría que cambiar esto para volver a dominar el discurso público?
R. Una guerra importante es la cultural, y es un ámbito que por algún motivo se ha abandonado. Y hemos comprado de una manera acrítica el discurso dominante como si fuera positivo. Programas televisivos tipo Masterchef u Operación Triunfo, ¿qué valores difunden? Valores competitivos, de mercado, irreales. Éticamente, no puedes estar de acuerdo con eso. Otra cosa es que no vayas a señalar a la gente porque les guste, pero lo que no podemos hacer es vincularnos a ellos y decir que defienden valores fantásticos, que es lo que ha hecho cierta izquierda porque pensaba que le era útil para generar simpatías. Todas esta historia calvinista tiene mucho que ver con el culto al cuerpo, con transmitir la imagen de que eres un ganador, de que estás a la última… Es un tipo de autocontrol que asume los valores del capitalismo. Y abandonas la base esencial a una ideología poco favorable a lo humano: a vincularse con los otros, a establecer redes, a mejorarse a sí mismo sin una perspectiva de revalorización, o de tener más bienes o el mejor trabajo de la city… Hay parte de la izquierda que ha asumido los valores capitalistas. Y hacen una especie de pinza que te golpea de un lado y del otro. Habrá que señalarlo en ambos lados.
P. ¿Cree que derecha e izquierda por igual se han rendido a esa lógica?
R. Sí. Ambos están mirando hacia el futuro y pensando en que lo tecnológico es una pieza esencial y que por lo tanto hay que actualizarse y ponerse a la altura de los tiempos. Pero uno lo hace desde una perspectiva y otro de otra. Por ejemplo, la izquierda habla mucho de renta básica o de cambio de modelo productivo. Pero los dos se acogen la solución tecnológica como si fuera real. Y digo esto porque las posibilidades que la tecnología nos ofrece son eso, solo posibilidades. Cuando Elon Musk dice que va a mandar un cohete a Marte y el siguiente lanzamiento fracasa, cuando me dices que el coche autónomo es una realidad y está por demostrarse que pueda circular por una ciudad... Estas promesas de futuro lo que hacen es hurtarnos la realidad presente. A través de la tecnología se producen procesos de control del trabajo manual e intelectual, muy transparentes para el gestor, con el deseo último de rentabilizar y controlar el proceso. Pensemos en una teleoperadora, que puedes saber cuántas llamadas hace o pincharle la conversación. Esto se ha trasladado igual a la profesión periodística, a la jurídica, al mundo universitario… Tiene que ver con un modelo de gestión desarrollado siguiendo el modelo tecnológico. Y consiguen que no establezcamos un debate sobre lo que ocurre ahora porque en el futuro pasará algo maravilloso.
P. Es curioso que reivindique la importancia de la guerra cultural cuando una de las críticas que se ha hecho a la izquierda es estar muy pendientes de lo cultural y poco de lo material.
R. Siempre están ligados. Y si te fijas en las revoluciones conservadoras, tienen una parte económica muy fuerte y una parte cultural muy fuerte. Y, aunque triunfaran por los valores que defendían, muy pegados a su época, la acción material fue muy real. Cuando borras del mapa lo material, surgen los populismos de derechas. Tienes territorios deteriorados, como son las provincias del interior de España, tienes a una clase obrera cada vez más pauperizada, una clase media que cae en la escala social, tienes a mucha gente que ha podido tener una educación de clase media y unas opciones de vida de clase obrera. Lo material es el centro de nuestra vida. Y que eso no esté puesto en el mapa político de la izquierda me parece extrañísimo. Pero eso no quiere decir que lo cultural no sirva. Es un poco la idea de Hillary Clinton y el demócrata liberal: me voy a oponer a Trump diciendo que es un señor muy malo y que las mujeres y los jóvenes van a venir en nuestra defensa. Me parece bien que llames a quien quieras, pero vas a perder. Porque el problema de fondo es que lo que articula el discurso de Trump no es un problema cultural, sino material. Me parece un error estratégico.
P. ¿No cree que el discurso sobre las condiciones materiales esté en alguna parte del discurso político español?
R. Yo no lo he visto. El gran golpe que dio Podemos cuando arrancó, que generó muchas simpatías entre distintas capas sociales, lo perdió. Eres un actor en retroceso y hagas el discurso que hagas es difícil ser creído. El PSOE sabe que tiene que dar elementos materiales a la ciudadanía. Podemos lo sabe. Macron lo sabe. Luego ya se verá cómo lo articula cada uno de ellos. Yo sí creo que va a haber un regreso de esta materialidad a la esfera política. Ese discurso, por ejemplo, ha estado muy presente con Trump o con el Brexit, lo que pasa es que no se establecía una lucha de clases, sino de nacionalidades: nos va a ir mejor porque somos italianos, nos plantamos ante la UE y echamos a los inmigrantes.
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P. Si el PSOE, por ejemplo, vuelve a poner eso en el centro de su discurso y realiza alguna política en este sentido a lo largo de la legislatura, ¿puede sobreponerse a la imagen negativa que tiene para parte de los ciudadanos, o le ocurrirá como dice que le sucede a Podemos?
R. El PSOE está en condiciones de seguir gobernando, si hubiera elecciones sería la fuerza más votada. Pero los partidos sistémicos tienen un dilema grande. Si sigues haciendo lo mismo, esto se rompe. Tienes que hacer otra cosa, pero no sabes qué hacer, porque si apuestas por la redistribución te encuentras con problemas en Europa. Discursivamente puedes usar lo material y ganar las elecciones, pero el problema es el día siguiente a las elecciones. Puedes encontrar una solución a la portuguesa, pero eso es seguir perdiendo. Vas a acabar deteriorado, saldrás de escena, vendrán otros... Se va a producir un cambio y lo van a hacer unas fuerzas o las otras. Si seguimos como estamos, van a hacerlo las fuerzas reaccionarias. Si la socialdemocracia, los liberales más centristas y la izquierda no toman en cuenta esta momento histórico y hacen una apuesta decidida, estamos abocados al capitalismo sin democracia.