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¿Hay mayor obra de arte que el arte de morir? El valor de decir adiós con una última gran creación

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"Me dijeron que me voy a morir". Así de directo arranca Martín Caparrós sus memorias recientemente publicadas, Antes que nada (Random House, 2024). Un repaso a una vida dedicada al periodismo y la literatura, atravesada de manera fulminante de un tiempo a esta parte por la certeza de la muerte después de haber sido diagnosticado con Esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Una enfermedad que "te pone un límite temporal bastante claro", como comentaba a infoLibre días atrás el escritor argentino: "Me puse a escribir porque quería recuperar todo ese recorrido, pero lo curioso es que después, mientras escribía sobre todo sobre mi enfermedad, vi que me servía para entender mejor lo que me estaba pasando. No diría que exorcizarlo, pero sí por lo menos ponerlo en un espacio donde lo podía controlar mejor, en el espacio de las palabras y la página".

Buscaba así respuestas Caparrós a preguntas seguramente sin formular, tratando de alguna manera de encontrar en el proceso creativo el necesario cobijo para mantenerse vivo y no dejarse llevar por el desánimo. Tratar de entender algunas cosas y repensar otras, en definitiva. "Y, para mí, la mejor manera de hacerlo es escribiendo", aseguraba, aún sin confiar de más en el cacareado poder redentor de la escritura. Pero enrocarse en la creatividad es una forma de posicionarse contra la muerte, y así han reaccionado frente al diagnóstico fatal multitud de artistas de todo tipo de ámbitos a lo largo de la historia. En unos casos pariendo obras de lo más personal, en primerísima persona, y en otros tratando de concebir un remate concluyente no necesariamente autobiográfico a la altura de los grandes temas de sus trayectorias.

Casos hay, como decimos, muchos, pero escogemos. La actriz Carmen Elías, por ejemplo, publicaba hace un par de temporadas sus propias memorias, Cuando deje de ser yo (Planeta, 2023), después de saber que tenía alzheimer. Un testimonio escrito por y para ella misma, como muro de contención contra la pérdida de memoria que se escurre y evapora. "Escribir un libro de memorias mientras la mía se desvanece es arriesgado. Aun así, siento la tentación de hacerlo (...) Todo lo que cuento aquí es verdadero. Son regalos de mi fugitiva memoria y de los diarios que he escrito a lo largo de muchos años. Todo esto que narro como un cuento, es decir, con cierta ligereza, lo hago para no ahogarme con mis propias lágrimas, porque siempre quieren ser ellas las protagonistas", cuenta la intérprete en este libro indispensable repleto de reflexiones imperiosas.

Duras enseñanzas recoge Ebrio de enfermedad, el libro de despedida que Anatole Broyard, quien fuera director del 'New York Times Book Review', escribió a partir del momento en que le diagnostican cáncer de próstata hasta pocos días antes de su muerte catorce meses después. "Nunca he visto ningún escrito sobre la enfermedad que sea más directo, más franco: a nada se le resta importancia, no se rehúye nada, nada se pasa por alto, no se da a nada un trato 'sentimentaloide', ni se apiada gratuitamente de nada", dijo el prestigioso neurólogo y escritor Oliver Sacks, autor del prólogo de este libro que Philip Roth calificó sencillamente de "espléndido" por relatos como Lo que dijo la cistoscopia.

Por la autoficción optó Paul Auster, fallecido hace seis meses, en su última novela, Baumgartner, una despedida en una especie de repaso a su vida en palabras de un alter ego, el escritor septuagenario del mismo nombre que el título, quien recuerda momentos de su vida, incluyendo su matrimonio con una poeta que bien podría ser la propia esposa de Auster, la también escritora Siri Hustvedt (autora a su vez en 2010 de La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, otro volumen sobre la enfermedad, si bien ella ha sobrevivido a su marido). “Una vez que te mueres, estás muerto para toda la eternidad”, sentencia Baumgartner en esta frase terminante de adiós.

En ocasiones, las despedidas antes del mortífero desenlace tienen una banda sonora muy clara. Ya tenemos más o menos claro que no son pocos los artistas que siguen creando hasta que son capaces físicamente, lo que lleva a algunos, funestamente inspirados por su finito momento vital, a componer con la muerte y el adiós como tema principal. Es el de David Bowie un caso que conmocionó especialmente en su momento, al revelarse en toda su hondura en tiempo real: los que quedábamos vivos comprendimos mientras asimilábamos su marcha que iba a ser para siempre inmortal gracias a su última gran obra, el disco Blackstar, publicado el 8 de enero de 2016, dos días antes de su muerte.

Un trabajo gestado mientras batallaba contra un cáncer terminal, a pesar de lo cual nos entregó dos videoclips demoledores: Blackstar, toda una invocación a la muerte repleta de imaginería mortuoria y religiosa, y Lazarus -estrenado tres días antes de su fallecimiento-, en el que aparece ya postrado, convulsionando temeroso (y levitando) en una cama, su lecho de muerte, con los ojos tapados para no ver a la parca. David Bowie moría en la madrugada del 10 de enero de 2016 con la trabajo hecho después de que, literalmente, le viéramos meterse en un armario y cerrar la puerta desde dentro. Inimitablemente sobrecogedor

Queen dio su último concierto en agosto de 1986 y en 1987 Freddie Mercury era diagnosticado de sida. Se acabaron los escenarios, pero no las canciones, porque el cuarteto siguió trabajando en el estudio en The miracle (1989) y el que sería el último disco en vida del cantante, Innuendo, publicado meses antes de su fallecimiento en noviembre de 1991. La música se convirtió en refugio y también en una manera valiente de asumir su adiós: ahí queda The show must go on, un himno épico estremecedor que hizo saltar todas las alarmas por su letra y porque se aprecian los esfuerzos del vocalista para alcanzar ciertas notas -lo logra, sacando fuerzas de donde no las había-, que se convirtió en en el acto en su gran carta de amor a la vida, también presente en otro corte titulado These are the days of our lives. Los esfuerzos creativos de la banda inglesa dieron todavía para otro disco, ya póstumo, lanzado en 1995 a base de retales antiguos de diversas procedencias con el título de Made in heaven y con canciones como Heaven for everyone, Too much love will kill you, My life have been saved, Let me live o It's a beautiful day

Pau Donés nos sorprendía a todos en mayo de 2020, en pleno confinamiento pandémico, con la publicación de Eso que tú me das, una canción de despedida alegre en forma pero triste en fondo, con un videoclip en el que mostraba sin pudor los estragos físicos que le provocaba el cáncer de colon. "Eso que tú me das es mucho más de lo que pido. Todo lo que me das, es lo que ahora necesito. Eso que tú me das, no creo lo tenga merecido. Todo lo que me das, te estaré siempre agradecido. Así que gracias por estar, por tu amistad y tu compañía. Eres lo mejor que me ha dado la vida. Por todo lo que recibí, estar aquí vale la pena. Gracias a ti seguí remando contra la marea. Con todo lo que recibí, ahora sé que no estoy solo. Ahora te tengo a ti. Amigo mío, mi tesoro", cantaba el músico, extremadamente delgado, que terminaría muriendo el 9 de junio de 2020 a los 53 años. Esta canción de adiós forma parte del último álbum de Jarabe de Palo, editado muy poquitos días antes con un título igualmente lleno de realismo: Tragas o escupes.

Parecido destino el de Leonard Cohen, muerto en noviembre de 2016 quince días después de la publicación de su despedida musical, You want ir darker (Lo quieres más oscuro), a la que seguiría en 2019 la póstuma Thanks for the dance (Gracias por el baile), terminada por su hijo Adam Cohen, encargado por tanto de cerrar la obra de su padre, quien murió a los 82 años mientras dormía después de haber sufrido una caída. Era consciente plenamente, en cualquier caso, de que le quedaba mucho de vida después de haber sido diagnosticado con leucemia tiempo atrás, lo cual deterioró severamente su salud. "Mi padre murió en paz en su casa sabiendo que había grabado lo que él sentía era uno de sus mejores discos", declaró Adam, quien aún añadió: "Tuvimos conversaciones sobre qué instrumentación y qué sentimientos quería que evocara el trabajo terminado. Lamentablemente, se dio el hecho de que los estaría completando sin él".

El icono del country Johnny Cash dedicó sus últimos años a la serie de discos American Recordings, con interpretaciones acústicas, desnudas y profundamente honestas, con la voz cada vez más honda y rota, de canciones propias (las menos) y ajenas (la mayoría). A este empeño se entregó tras ser diagnosticado en 1997 con una enfermedad neurodegenerativa conocida como síndrome de Shy-Drager, un diagnóstico posteriormente reemplazado por el de neuropatía autonómica asociada a la diabetes. Fueron varios discos de versiones, que incluso dieron para un par de ellos póstumos, un último esfuerzo para trascender la vida a través de las composiciones de otros artistas que habían dicho por él todo lo que quería decir por sí mismo y ya no podía. Una entrega titánica si situaciones extremas, con 'el hombre de negro' tembloroso en una silla de ruedas pero cantando con el brillo de un chiquillo en los ojos. Su conmovedora reinterpretación de Hurt, de Nine Inch Nails, sobrecoge por la crudeza y veracidad de un humano que que ve con claridad el final.

Sea con una despedida evidente al uso o con un proyecto final con un significado especial, desde luego la creación es una manera de estimular la mente y preparar al espíritu para lo que quiera que esté por venir. El cineasta John Huston empleó sus últimos días en materializar un proyecto que llevaba, según dijo, treinta años deseando llevar al cine: la adaptación del relato Los muertos, perteneciente a la obra Dublineses, de James Joyce. Sabedor de que su tiempo se agotaba, el director invirtió sus energías postreras para cumplir este deseo, adaptándolo a su manera (y añadiendo algunas partes) con ayuda de su hijo Tony Huston como guionista y con su hija Angelica como protagonista. La elección de este texto no es baladí, pues es una reflexión sobre el amor, el paso del tiempo, la vida y la muerte, convirtiéndose así este film en el personalísimo adiós de un John que padecía un enfisema pulmonar que le obligó a dirigir la película en silla de ruedas y con ayuda de máscaras de oxígeno. Una vez terminada su despedida, no aguantó hasta el estreno de Dublineses (Los muertos) en diciembre de 1987: murió cuatro meses antes, en agosto, una vez finalizado el rodaje que se desarrolló desde enero hasta abril de aquel mismo año.

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El cineasta ruso Andréi Tarkovski estaba ya batallando contra un cáncer terminal mientras filmaba su última película, Sacrificio (1986), considerada una de las obras maestras de la historia del cine de autor. Las grandes preocupaciones del director se entremezclan a modo de testamento cinematográfico: el ciclo de la vida, la reencarnación, la muerte, el estallido de una guerra nuclear (se estrenó en Cannes unas pocas semanas después del desastre de Chernóbil). La trama arranca con el protagonista, Alexander (alter ego del propio Tarkovski) plantando un árbol junto al mar con su hijo. Religión, misticismo, amor, apocalipsis y pacifismo confluyen también en este clásico que se estrenó en Cannes en mayo de 1986, apenas quince días después del desastre de Chernóbil y ocho meses antes de la muerte de su autor en diciembre. Sacrificio está dedicada al hijo de Tarkovski: "Con esperanza y confianza".

Ricardo Franco no sabía que se moría, pero era consciente de su mala salud de hierro desde que se tuvo que acostumbrar a convivir con la diabetes y unos problemas cardíacos que hicieron necesario implantarle un 'by-pass'. Otra señal importante a la que atender había sido una operación a corazón abierto a la que fue sometido pocos meses antes de que todo se precipitara una noche de mayo de 1998 en pleno rodaje de Lágrimas negras, la película que no pudo terminar y cuyo guion, como movido por la intuición del posible final abrupto, contenía multitud de aspectos autobiográficos de su propia vida -como una relación sentimental que tuvo con una mujer mayor que le marcó profundamente-. No llegó a completarla, la acabó el resto del equipo, pero hay en su metraje esa sensación de ajuste de cuentas de quien sabe en su fuero interno que se está despidiendo. Fernando Bauluz finalizó el filme, que vería la luz de forma póstuma en el año 1999.

Abundantes ejemplos en los que el arte reconcilia la muerte con la vida, en definitiva. Pero fijémonos para terminar en uno de los grandes maestros del cine, Jean Luc-Godard, quien aquejado por múltiples patologías, exhausto, eleigió acabar con su vida el 13 de septiembre de 2022, con 91 años, mediante muerte asistida en Suiza (donde esta práctica es legal). Trabajó en diversas ideas hasta el último momento y, de hecho, el franco-suizo dejó varios proyectos terminados en mayor o menor medida. Uno de ellos lleva por título Scénarios y fue finalizado el 12 de septiembre de 2022, ergo, el día antes de su muerte programada. En él vemos al cineasta escribiendo, trabajando, antes de acostarse para afrontar su sueño eterno. Acaba así este adiós en forma de cortometraje de 18 minutos que se estrenó en la última edición del Festival de Cannes (junto a una especie de making of de otros 34 minutos en las que se documenta el proceso de creación de esta obra final). Menuda manera de sentar cátedra y seguir presente más allá de la muerte en uno de los festivales cinematográficos más prestigiosos del mundo. Menuda manera de no morir, a su manera.

"Me dijeron que me voy a morir". Así de directo arranca Martín Caparrós sus memorias recientemente publicadas, Antes que nada (Random House, 2024). Un repaso a una vida dedicada al periodismo y la literatura, atravesada de manera fulminante de un tiempo a esta parte por la certeza de la muerte después de haber sido diagnosticado con Esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Una enfermedad que "te pone un límite temporal bastante claro", como comentaba a infoLibre días atrás el escritor argentino: "Me puse a escribir porque quería recuperar todo ese recorrido, pero lo curioso es que después, mientras escribía sobre todo sobre mi enfermedad, vi que me servía para entender mejor lo que me estaba pasando. No diría que exorcizarlo, pero sí por lo menos ponerlo en un espacio donde lo podía controlar mejor, en el espacio de las palabras y la página".

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