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Cultura

El hombre que cartografió la memoria de García Lorca

Federico García Lorca. 'Retrato de Familia', John J. Healey, 1998.

Es un mapa, aunque no lo parece. Fue trazado a lo largo de décadas, entre finales de los años ochenta y finales de los dos mil, con parsimonia y precisión. Contiene muchos caminos posibles, y todos conducen a uno de los mayores tesoros de la literatura española: la obra de Federico García Lorca. Hablamos del archivo que posee y gestiona la Fundación que lleva su nombre. Esa sería la equis, los doblones de oro en la isla perdida en el Caribe, uno de los fondos más valiosos de España y uno en el que detenerse en este 9 de junio, Día Internacionald de los Archivos. Pero para llegar al tesoro se necesita un plano, tres pasos a la izquierda, uno a la derecha. Y ese mapa son los ocho volúmenes que componen el catálogo del archivo, un minucioso indexado de cada una de sus joyas. El cartógrafo tiene nombre y apellidos: Christian de Paepe. Solo que en este caso es un filólogo belga, catedrático ya retirado de la Universidad Católica de Lovaina (KU Lauven) y eterno apasionado de la obra lorquiana a sus 82 años.

En el Centro Federico García Lorca, en Granada, son conscientes de la importancia de su labor, y celebran un homenaje en su honor este martes: a partir de las 19h30, conversará por videoconferencia con la también filóloga y especialista en Lorca Melissa Dinverno —y con otros estudiosos—, una charla que se retransmitirá en directo a través de la web del centro y que han bautizado como Cartografías del archivo lorquiano. Su papel puede resultar un tanto opaco para el gran público. ¿Por qué es tan relevante algo tan aparentemente árido como un catálogo? La propia institución lo explica: "Para investigadores, archiveros y bibliotecarios, estudiantes y el público en general, estos catálogos son herramientas que ayudan a conocer más a fondo la obra lorquiana o iniciar nuevas lecturas de la figura y obra de Lorca, además de hacer transparente y accesible a todos un material archivístico que previamente pasó por distintos avatares debidos a las circunstancias históricas". Sin esos ocho volúmenes publicados entre 1992 y 2008, sin ese mapa, el estudio del poeta hubiera sido otro, uno mucho más pobre y limitado, y los investigadores habrían acabado en muchas ocasiones perdidos en medio del océano. 

"Yo no inicié el proyecto, yo solo soy un continuador", dice modestamente por teléfono De Paepe. Tiene razón: la iniciativa partió de la que llama "la señora Isabel", Isabel García Lorca, hermana del poeta, y de su sobrino, Manuel Fernández-Montesinos García, hijo también del alcalde socialista Manuel Fernández-Montesinos Lustau, víctima de los fascistas en ese triste 1936. El filólogo les conocía porque acababa de publicar, en 1986, la edición crítica de Poema del cante jondoPoema del cante jondo en la editorial Espasa. Por eso, cuando el primer equipo que comenzó a trabajar en el archivo "se empantanó", recurrieron a él. Eran finales de los ochenta, una de las épocas más fecundas para los estudios lorquianos, que el propio Christian de Paepe describió entonces como de "redescubrimiento". "Pero las que más han trabajado, las auténticas artesanas del catálogo han sido Sonia y Rosa", se queja el investigador. Se refiere a Sonia González García y Rosa María Illán de Haro, las dos trabajadoras fijas en el trabajo de catalogación y ordenamiento del archivo, que él solo podía seguir de cerca presencialmente durante varias semanas al año. De Paepe insiste en la importancia de su labor, y las alaba por ser "muy fieles, correctas y exactas".   

Un legado salvado del olvido

El fondo con el que se encontró era la verdadera cueva de Ali Babá de los lorquianos. Manuscritos, algunos inéditos, papeles mecanografiados de toda su producción, cientos de primeras ediciones de sus títulos, más de mil cartas escritas por Lorca o enviadas a su nombre, unas 900 fotografías, dibujos de la pluma del poeta, documentos administrativos, partituras, recortes de prensa, entradas a espectáculos, tarjetas de visita. "Cuando se fundó la Fundación [a principios de los ochenta]", cuenta De Paepe, "los familiares que entraron dejaron como depósito todo lo que tenían". Y fue casi un milagro que estuviera. Un milagro con varios autores, y una destacada entre ellos. Cuando el bando franquista toma Madrid, la familia García Lorca se marcha al exilio. Sus enseres, entre los que se encuentra parte de las pertenencias del poeta, quedan repartidos entre guardamuebles y las casas familiares de Huerta de San Vicente y Huerta del Tamarit.

En una conversación con este periódico, Laura García Lorca, sobrina del poeta nacida en el éxodo neoyorquino y también presidenta de la Fundación, recordaba con cariño y admiración a su tía materna, Rita María Troyano, que permaneció en España: "Ella tuvo el valor de pasar por las casas de los amigos viendo qué era lo más valioso y tratando de recuperarlo para la memoria familiar. Al hacerlo, claro, corría un riesgo muy grande". Cuando Christian de Paepe viajaba a España para dirigir la construcción del catálogo, no lo hacía a Granada. Hasta 2018, el archivo tuvo su sede en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, antes de trasladarse al Centro García Lorca, que esperaba el legado desde hacía más de una década. Las desavenencias entre las administraciones, las negociaciones entre estas y la familia para acordar la gestión del legado, y los problemas económicos y organizativos fueron retrasando la instalación definitiva del legado. Según los acuerdos suscritos, el archivo tendría que pasar a ser de titularidad pública antes de 2021.

Estudiar, descubrir, conservar

Pero una vez compuesto ese archivo milagrosamente voluminoso, "hacía falta organizarlo y decidir cómo publicarlo", cuenta Christian de Paepe. Y ahí entró él. Primero había que analizar cada una de las piezas, indicar su origen y su forma investigarlas para fecharlas correctamente y dilucidar su contenido —si era una carta, por ejemplo, a quién iba dirigida y qué papel jugaba esa persona en la vida del poeta—, además de describir su soporte detalladamente: el tamaño de la hoja arrancada, las características de la tinta, la calidad y marca del papel, su estado de conservación y si se había trasladado a algún otro formato (por ejemplo, si ya se había microfilmado). Y no bastaba con eso: "El trabajo fundamentalmente ha sido distribuir en volúmenes todo el material". Esto equivale a relacionar cada pieza con una parte de la producción del poeta, pensando en lo que sería más útil para los investigadores: por ejemplo, esta cuartilla autografiada, sin fecha ni título, en la que se lee "Bandolero y todo/ te quiero a mi modo", es un poema dedicado a Alberti, que debió ser escrito hacia 1924, y por tanto debe incluirse en el volumen dedicado a sus obras poéticas de madurez. Apenas puede imaginarse el trabajo existente detrás de unas aparentemente simples anotaciones. 

De Paepe tiene claro cuáles son las mejores joyas del archivo: "A mí lo que más alegría me ha dado siempre era encontrar poesía, textos poéticos sin publicar", dice. Aunque insiste, modesto de nuevo, de que eso en el fondo apenas tiene importancia: "Nuestra labor es preparar el texto para que finalmente el lector pueda tenerlo delante de él bien limpio, con eficacia y exactitud. La génesis del texto tiene que ser la alegría del filólogo, pero no es la alegría del lector. Para captar la belleza de un poema, no se necesita conocer la historia del texto". Más allá de un poema hasta entonces desconocido, o de la historia oculta de un verso, el investigador alaba la obra pictórica de Lorca y sus manuscritos, que, con la grafía del poeta, "son también auténticos dibujos". Pero no se olvida de otras piezas "encantadoras": "Hay cosas muy personales de Federico, como podía ser su cuenta cuando vivía en América, con los impuestos que le mandaban pagar, o su pasaporte. O sus impresiones dactilares, que le tomaban cuando entraba en América". No conocemos aún con exactitud la voz de Lorca, pero sí nos han llegado los surcos que marcaban las yemas de sus dedos. 

Un credo pagano

Un credo pagano

El catálogo de nunca acabar

Originalmente, el catálogo iba a ocupar seis volúmenes: obra poética de madurez, obra poética de juventud, prosa, teatro, correspondencia y fotografías. Acabaron ocupando ocho, sin contar las fotografías, que no llegaron a editarse porque la tecnología les hizo cambiar de rumbo: qué sentido tendría publicar un libro de referencia con 900 fotografías, con las exigencias materiales de un proyecto así, si sería mucho más útil para los investigadores poder consultarlo online. Y ni siquiera ahí está todo. "El catálogo acaba siempre en el 36, con la muerte de Federico, pero durante estos 15 años de trabajo han llegado muchos materiales", cuenta Christian de Paepe. De hecho, la publicación del catálogo trajo consigo una consecuencia inesperada, la ampliación de los fondos: "Los amigos, los lorquianos, los investigadores nos fueron mandando cosas que poco a poco han podido integrarse en el archivo".

El investigador mira también al horizonte, a todos esos documentos sobre García Lorca que no pertenecen a la Fundación y que por tanto no están ni estarán en su catálogo. De hecho, desde la publicación del primer volumen, allá por 1992, De Paepe formulaba un deseo "utópico": "Que se llegue a establecer un banco de datos informatizado, con posibilidad de consulta directa, aunque fuera en un primer momento a través de diskette, de todos los fondos manuscritos, documentales y bibliográficos disponibles sobre Federico García Lorca y su obra". Queda pendiente, aunque no vaya a ser ya a través de diskette. Pero le tocará a otros: "Me remueve usted parte de mi vida, señorita, ahora que ya no trabajo y estoy arrinconado...", dice, al otro lado del teléfono. Quizás se haya jubilado antes de que exista el mapa definitivo con el que soñaba. Pero Christian de Paepe —y Sonia González García, y Rosa María Illán de Haro— dibujaron el mejor mapa posible, el que ha permitido que cientos de intrépidos investigadores lleguen a buen puerto. Quién sabe qué hubiera sido del tesoro sin ellos. 

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