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Música

Kepa Junkera, de Bilbao a La Mancha

Kepa Junkera y algunas integrantes de Sorginak, en una imagen de promoción.

Kepa Junkera habla en torrente. Trufa el discurso de anécdotas aquí y allá, salta de una frase a otra, se aleja de la pregunta por senderos que considera más verdes. Pero va con cuidado. En parte porque se le ve genuinamente cansado de que le pregunten sobre nacionalismo e independencia, en parte porque se sabe escuchado por "unos y otros". ¿Qué unos, qué otros? Eso lo deja para cuando se apaga la grabadora. Lo más político que se permite decir sobre Maletak (Boa Música), su nuevo disco, en el que parte de distintos ritmos de la música popular peninsular es un modesto: "A través de la música puedo dejar estos detallitos: que se cante en euskera, y luego en gallego, en castellano, en catalán, luego una seguidilla... ¿O tú qué crees?". 

Se refiere al tema que da nombre al disco y que lo cierra, en el que el músico de Rekalde convoca a un centenar de artistas de Euskadi, Castilla y León, Cataluña, Aragón, Cantabria, Galicia, Castilla-La Mancha, Asturias y Extremadura. En siete minutos une una letra del versolari Andoni Egaña, una muñeira, jotas extremeñas, una canción tradicional catalana, una seguidilla y una bulería. "El tema es muy viajero, pero también muy conceptual. Es un homenaje a la jota, a tantos músicos, a través sobre todo de la pandereta, de ese ritmo de tres por cuatro que está tan metido en la Península", explica. El trabajo del trikitilari —maestro de la trikitixa, un acordeón diatónico que, insiste, no es de origen vasco, sino italiano— ha consistido en unir esos "ritmos universales" en torno a los palos que él maneja: "la jota, la marcha...". Cruces que salen, en parte, de sus andanzas de bolo en bolo con el grupo Sorginak, grupo formado por jóvenes músicas que le acompaña desde hace algún tiempo. 

Pero el origen de Maletak está en la exposición que el Azkuna Zentroak de Bilbao (antigua Alhóndiga) organizó para conmemorar sus 35 años de trayectoria musical. Allí, para coronar la muestra, recuperó las maletas, esas fundas de los acordeones que ha ido coleccionando a lo largo de los años, después de aquel primero que le prestó un amigo y que "no tenía funda". "Algunas venían sin funda, pero con maleta", dice, rememorando el montón de trikis que se acumulan en su caserío, "Siempre me han llamado la atención los errajes, los cierres, las correas". La que lleva consigo es otra historia. Moderna, pulida, aséptica: "Las que se usan ahora son más prácticas, pero me gustan menos. Es como si haces trescientas iguales".

Woodstock, 1969: el principio y el fin

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Kepa Junkera anda, como casi todos, pero especialmente como casi todos los músicos folk, a vueltas con la modernidad. Se debate entre la herencia y la innovación. Este disco, por ejemplo, está grabado "en un 90%" en su casa y estudio, sin usar loops (bucles electrónicos que permiten que una serie de sonidos, como una percusión, se repita automáticamente) y dice de él, con orgullo, que "está tocao entero"tocao .  Las colaboraciones del tema colectivo, sin embargo, están grabadas en las distintas residencias de los músicos, y mezcladas luego por él. Él será considerado tradicional por muchos, con su gusto por la música de raíz, pero irreverente por otros: "Lo he escuchado toda la vida: ese instrumento así no, o esto no se puede bailar, o qué es esto…". Y eso que él es la tercera generación de músicos: su abuelo tocaba la pandereta, como su madre, que también bailaba. "Ya tiene 84 años y nunca le he preguntado qué piensa de lo que he hecho. Prefiero no hacerlo", confiesa. Tampoco le pesa: "Si he optado por caminos menos transitados, entiendo que haya reacciones".

Procura no pecar de aquello que critica, y se muerde la lengua al hablar de la preminencia de la música pop o rock: "Mientras sea una avalancha creativa, de gente que intenta aportar algo, me parece bien. Sería muy raro por mi parte decir: 'No, solo me va a gustar si has nacido en Bilbao". Pero eso no le impide barrer para casa cuando se refiere a ciertas modas musicales. Hoy le toca al ukelele, instrumento originario de Hawaii que se ve hoy en los escenarios de cualquier gran festival. "Les veo y pienso: ¿no se han dado cuenta de que en Portugal está la mandolina, que en Canarias está el timple, que en todo el Mediterráneo hay ese concepto de la púa?", se pregunta. Otra cosa es que un grupo de pop electrónico británico como Crystal Fighters (en los festivales catalanes Arenal y Cruïlla este verano) haya tomado la txalaparta como uno de sus símbolos. "La txalaparta es una madera que en ritmos de pop va perfecto. Ese grupo quizás ha metido eso como podría haber metido dos darbukas... Pero está bien", dice, conciliador. Cuando escucha a la banda por primera vez gracias a Youtube, algunos minutos después, añadirá otras consideraciones. Pero eso queda, de nuevo, fuera de la grabación. 

Se vuelve más precavido aún al abordar un tema algo más espinoso. En 2008, el Gobierno vasco le concedió una ayuda de 702.000 euros para realizar tres discos a lo largo de cinco años. 250 músicos firmaron un manifiesto contra la concesión de la subvención, que igualaba todas las demás concedidas a la música por la administración en Euskadi. "Esta música siempre se ha subvencionado, igual que se subvenciona la sinfónica o las fiestas del pueblo. Ahora es cuando hay que trabajárselo a taquilla. Y parece que ese dinero era para mí, cuando era una trilogía", reivindica. Aunque este trabajo está producido por Boa, otros de los suyos se han beneficiado del patrocinio de alguna caja, opción que ha justificado por los altos costes de un disco como Etxea, el primero incluido en las ayudas del Gobierno vasco, en el que Pau Donés, Amancio Prada o Estrella Morente cantaban en euskera. "Lo volvería a hacer. Conseguí meter a gente de 49 países en el proyecto", defiende, "Por eso hay que ver el trasfondo: qué se pretende, y por qué, cuál es el motivo, por qué se llamó la atención sobre eso y no sobre otras cosas". Él tiene respuestas, claro. Pero se las reserva. 

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