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‘Ser el canto’, de Vicente Gallego

Portada de 'Ser el canto', de Vicente Gallego.

Raquel Lanseros

"¿Cuándo tuvo principio / mi amor por cuanto amo? ¿Fue primero / amar, ser el amor, / fue primero cantar o ser el canto?". Así termina el "Canto I" de Ser el canto(Visor, 2016), el último libro publicado de Vicente Gallego, por el que le fue concedido el XVIII Premio de Poesía Generación del 27. Dentro de esa dualidad aparentemente paradójica de cantar y ser a la vez el propio canto se encierra la más honda verdad que el poeta transmite a través de este libro: no hay principio ni final, ni confines o fronteras entre lo que sentimos que somos y la energía unitaria a la que realmente pertenecemos. El gozoso deleite de existir no se logra mediante consecuciones concretas o argucias momentáneas, sino que está en nosotros: reside desde siempre en lo más profundo de nuestra esencia, que es una y hermana con el resto de los seres y con la armonía motriz universal.

El libro está dividido en cincuenta cantos que se suman los unos a los otros, formando una coral de luz en esta hermosa celebración del yo y de su íntima unidad con el resto de lo creado. No hay lugar para la impostura o la nadería en Ser el canto, están todos sus versos transidos de verdad esencial, la más pura, alejada de ornamentos y abalorios lingüísticos. No necesita Vicente trucos ni estratagemas para introducirnos en la más luminosa belleza, se encuentra su palabra límpida muy por encima de los ardides de ilusionismo lingüístico con los que a veces se pretende reemplazar la poesía.

Así, la sabiduría intuitiva de Gallego alumbra con emocionante precisión el mundo que rodea al poeta, que no es otra cosa que el reflejo de sí mismo, puesto que es una e indivisible la naturaleza de los seres y los objetos que pueblan la Tierra. Desposeído de toda vanidad, el poeta nombra y abraza el mar, el cielo, el amigo, una hormiga, la noche, los trigales, los pájaros o la propia luz que nos envuelve. Es su palabra un manantial inagotable, pues el agua que de él brota es la misma que mueve la vida en su conjunto.

Siempre ha sido la poesía de Vicente Gallego rica en imaginería, pródiga en claridad, abundante en hondura. Todos esos rasgos virtuosos que lo caracterizan se dan con profusión en Ser el canto, afianzada y poderosa la voz del poeta. Una voz que todo halla, puesto que nada busca. Que a todas partes llega, porque no pretende salirse de sí misma.

El binomio luz/oscuridad o día/noche, tan presente en San Juan de la Cruz o Juan de Yepes (como cada cual prefiera referirse al excelso poeta de Fontiveros), juega un sustancioso papel en la simbología de Ser el canto, que ensalza una noche iluminada en los primeros cantos, para después desembocar en una luz oscura de puro transparente, ya que a veces lo nítido pareciera ser lo más difícil de percibir. Y precisamente a Juan de Yepes está dedicado uno de los poemas más bellos del libro, el "Canto XLVIII", en el que se relata la muerte del gran poeta místico en medio de una atmósfera de delicadeza sosegada. Recrea Gallego con pulcra ternura el momento, poco antes de su muerte, en que el genio abulense quiso escuchar una vez más el Cantar de los Cantares, exclamando mientras lo oía: "¡Qué preciosas margaritas!".

Restar para sumar

Restar para sumar

Ser el canto es un libro de plenitud vital y depuración formal. Despojado de todo mundano envanecimiento, el poeta vuelve a la infancia de la creación, cuando la razón humana aún no se ha interpuesto entre su percepción y el universo indisoluble. En esa aurora primigenia tiene lugar el canto del poeta, que es a la vez su voz corpórea y su misma esencia. Origen y final son conceptos indistinguibles a la luz de la verdad inicial. Porque quien alumbra poesía es a la vez la propia poesía. Del mismo modo que es difícil adivinar —a no ser que se haga a la lumbre del entendimiento intuitivo— si fue primero cantar, o ser el canto.

*Raquel Lanseros es poeta. Su último libro es 'Las pequeñas espinas son pequeñas' (Hiperión, 2014). Raquel Lanseros

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